El ser humano tiende a la dignidad, anota Tecé en su artículo de hoy en CTXT, por eso está convencido el articulista de que, como pasó con Alemania en su momento, quienes hoy apoyan al asesino Netanyahu aún no lo saben, pero los veremos sentir vergüenza. Vergüenza por haber usado la excusa del antisemitismo de forma rastrera para atacar a quienes hubieran estado en su bando en los años 30 del siglo anterior, pero les piden que no ocupen ese lugar en los años 20 de este. Vergüenza por haber atacado a quienes, dentro del propio Israel, se oponen a esta barbaridad. Vergüenza por haber llamado malos judíos a los millones de judíos dignos que en el planeta se oponen a este genocidio. Aunque muchos de los que hoy apoyan el genocidio de Israel no tengan vergüenza, sabemos de sobra que la mayor vergüenza hoy se llama Israel.
Gerardo Tecé
La vergüenza, como el pelo y el dinero, está muy mal repartida. Recuerdo mi primer ataque de vergüenza. Tendría 3 o 4 años cuando mis padres entraron en el salón y me descubrieron frente a la tele marcándome un breakdance igualito que el del rapero que acababa de salir en La Bola de Cristal. Después de aquel bochorno infantil vendrían decenas, cientos, miles de tierra trágame claramente desproporcionados. Vergüenza por hablar en público ante desconocidos o vergüenza por hablar en privado con la chica a la que quería conocer. Vergüenza por lo que hice, por lo que dije, por lo que callé y lo que dejé de hacer. La variedad en esta enfermedad es amplia y diversa. Y, por supuesto, también hay gente inmune.
Mientras usted podría llegar a sonrojarse si en pleno autobús se le escapa un estornudo escandaloso, habrá comprobado que hay quien no altera su pulso declarando, a voces y en el mismo autobús, verdades universales como que nos comen los moros o que nos meten microchips en las vacunas. Eso no es cierto, podría responder usted recomponiéndose del estornudo y levantando la voz en el bus para desmentir semejante artillería de mierda, pero claro, la vergüenza suele ser una desventaja competitiva. Casi siempre. El equipo ciclista Israel-Premier Tech no sintió vergüenza cuando se plantó en las calles españolas haciendo propaganda de un Gobierno israelí protagonista de un genocidio televisado y la cosa no le salió bien. Vista la reacción social, la historia terminó con el equipo cambiando de nombre y renegando de su identidad israelí para intentar sobrevivir en un mundo del deporte en el que el rechazo generalizado supone graves problemas de patrocinio. Es una pequeña victoria de quienes no queremos que nos vean bailando breakdance frente a un gobierno israelí al que no le importa que lo vean asesinando a niños.
La única forma de autorregulación para quienes no tienen vergüenza suele ser el castigo social. Ha sucedido a lo largo de la Historia e Israel, como la Alemania o el Japón post Segunda Guerra Mundial, también deberá pasar por ahí por mucho que las nuevas derechas mundiales lo apuesten todo a un mundo de brutalismo en el que los derechos humanos básicos sean cosa del pasado. El ciclismo y algunas encuestas como las que hablan del hundimiento de Milei en Argentina o el fuerte desgaste de Trump en Estados Unidos nos dicen que no lo tendrán nada fácil. El ser humano tiende a la dignidad. Cuando en unos años le pregunten a quienes formaron parte de aquel equipo ciclista que portaba el nombre de un Estado que cometía un genocidio, la mayoría de corredores reconocerá sentir vergüenza por aquello. Si el humor es tragedia más tiempo, a la vergüenza le pasa algo similar. No será hoy ni tampoco mañana, pero más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por las que caminarán ciudadanos israelíes sintiendo vergüenza por este tiempo. Agachando la cabeza por haber comprado el relato podrido de un gobierno corrupto que justificó el asesinato de inocentes, bombardeó hospitales e impidió la entrega de comida y agua a niños.
Ayer fue el ciclismo, hoy es la Flotilla y mañana será otra la nueva forma en la que el mundo digno denuncie la indignidad del Israel actual. Como pasó con Alemania en su momento, quienes hoy apoyan al asesino Netanyahu aún no lo saben, pero los veremos sentir vergüenza. Vergüenza por haber usado la excusa del antisemitismo de forma rastrera para atacar a quienes hubieran estado en su bando en los años 30 del siglo anterior, pero les piden que no ocupen ese lugar en los años 20 de este. Vergüenza por haber atacado a quienes, dentro del propio Israel, se oponen a esta barbaridad. Vergüenza por perseguir a periodistas como los del valiente diario Haaretz. Vergüenza por haber llamado malos judíos a los millones de judíos dignos que en el planeta se oponen a este genocidio. Aunque muchos de los que hoy apoyan el genocidio de Israel no tengan vergüenza, sabemos de sobra que la mayor vergüenza hoy se llama Israel.
DdA, XXI/6127

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