miércoles, 15 de octubre de 2025

ISRAEL Y LAS MILICIAS ARMADAS COMO MEDIO PARA PROLONGAR LA GUERRA EN GAZA

Esta investigadora y escritora palestina recuerda el reciente asesinato del periodista Saleh Aljafarawi por milicias respaldadas por Israel, una vez firmado el alto el fuego, y expone la posibilidad de que esas milicias continúen la dinámica de guerra israelí. Hay que evitar que Gaza se convierta en una tierra gobernada por milicias en lugar de unida bajo la bandera de la liberación, escribe. Esto requiere una firme voluntad civil que se niegue a legitimar a estos grupos, un liderazgo político que anteponga la unidad nacional a los intereses faccionales y la conciencia internacional de que la ocupación destruye no solo mediante bombas y asedio, sino también desgarrando el tejido social y convirtiendo la sociedad en un campo de batalla de conflicto interno.


Amal Abu Saif

La guerra de Israel contra Gaza no ha terminado con la retirada de sus tanques ni con el silencio de sus aviones de guerra. Decenas de miles de personas han muerto, cientos de miles de hogares han quedado reducidos a escombros y unos dos millones han sido obligadas a abandonar sus hogares. Sin embargo, el mayor peligro aún podría estar por venir, ya que Israel pretende continuar la guerra de otra forma, una que ya no requiera su ejército.

En el vacío dejado por la destrucción de Israel, se despliega una nueva y sombría realidad. Surgen milicias armadas que explotan el colapso del orden social y el creciente sufrimiento del pueblo. Estos grupos, que antaño se autoproclamaban "resistentes" al ocupante, recurren cada vez más a las armas contra el propio territorio. En lugar de contribuir a la defensa de la patria, buscan imponer el control mediante la violencia, convirtiendo el sufrimiento palestino en moneda de cambio para obtener beneficios políticos y de facciones. Gaza, asediada durante mucho tiempo, vivió en un aislamiento sofocante, pero permaneció en gran medida segura dentro de sus propios muros. La gente temía los ataques aéreos israelíes, no a las bandas criminales ni al arma de un vecino. Hoy, el miedo se ha multiplicado, desde la ocupación y desde dentro.

El asesinato del periodista Saleh Aljafarawi en el barrio de Sabra de la ciudad de Gaza es una de las señales más ominosas de esta nueva etapa. El reportero de 28 años, quien documentó durante mucho tiempo las atrocidades de Israel en Gaza y enfrentó reiteradas amenazas de muerte por su trabajo, fue asesinado a tiros días después del alto el fuego, no por soldados israelíes ni drones, sino por hombres armados palestinos. Su asesinato expuso la continuación de la guerra por otros medios: Israel ha enfrentado a los palestinos entre sí, fomentando un ciclo de miedo y derramamiento de sangre que favorece su ocupación incluso en ausencia de sus soldados.

La lógica de Israel es clara. Durante mucho tiempo se ha basado en una vieja estrategia colonial: divide y vencerás. Una sociedad consumida por la violencia interna no puede mantenerse unida contra su ocupante. Al fomentar cínicamente el auge de las milicias , Israel logra dos objetivos: debilitar la unidad palestina y reducir la carga de su propio ejército. Evita costos directos y el escrutinio internacional, mientras Gaza continúa desangrándose.

Las bandas armadas que ahora siembran el miedo en Gaza no son defensores de la patria, sino colaboradores de Israel, que sirven a su ocupación bajo un nombre diferente. Durante la guerra, se les dio poder para actuar donde Israel no siempre podía hacerlo abiertamente. Sin embargo, la historia de Israel con los palestinos que sirven a sus intereses es clara: los utiliza y luego los descarta. Una vez cumplido su propósito, los colaboradores son desechados, desarmados o destruidos, sin honor ni protección. Quien apunta con sus armas contra su propio pueblo puede creerse poderoso, pero su destino es siempre el mismo: el rechazo de su pueblo, de la historia e incluso del ocupante que una vez lo utilizó.

Para los palestinos, las consecuencias son catastróficas. La liberación no puede construirse sobre el miedo. Cuando la resistencia pierde su claridad moral, cuando se vuelve indistinguible de la opresión, su legitimidad se desmorona. La causa palestina nunca se ha limitado a la supervivencia; siempre se ha tratado de dignidad, justicia y libertad. Estos valores no pueden perdurar en una sociedad donde los ciudadanos temen no solo a la aviación israelí, sino también a los lugareños armados que ahora aterrorizan sus calles, sirviendo tanto a sus propios intereses como a los del ocupante. La historia de la región lo atestigua: desde el Líbano hasta Irak, las potencias externas han explotado repetidamente a las milicias para fragmentar las sociedades. Una vez desatadas, estas fuerzas rara vez sirven a su pueblo; sus lealtades se desvían, en cambio, hacia el poder faccional, el beneficio personal o los patrocinadores extranjeros.

La tarea que tienen ante sí los palestinos es urgente y existencial: evitar que Gaza se convierta en una tierra gobernada por milicias en lugar de unida bajo la bandera de la liberación. Esto requiere una firme voluntad civil que se niegue a legitimar a estos grupos, un liderazgo político que anteponga la unidad nacional a los intereses faccionales y la conciencia internacional de que la ocupación destruye no solo mediante bombas y asedio, sino también desgarrando el tejido social y convirtiendo la sociedad en un campo de batalla de conflicto interno.

El pueblo de Gaza ya ha demostrado una valentía y una resiliencia extraordinarias. Ha soportado el asedio, los bombardeos incesantes y el desplazamiento masivo. No se le debería pedir ahora que sufra la humillación de ser gobernado por bandas armadas que sirven a sus propios intereses mientras afirman actuar en nombre de su pueblo. La fuerza de la lucha palestina siempre ha residido en su claridad moral, un pueblo que exige libertad contra viento y marea. Esa claridad no debe ceder ante quienes reemplazan la solidaridad con el miedo y la justicia con la dominación.

AL JAZEERA DdA, XXI/6133 

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