Casi siempre que se entregan los Premios Princesa de Asturias en el el Teatro Campoamor de Oviedo, hay algún motivo para, evitando en lo posible toda la parafernalia protocolaria y el servil peloteo de los cronistas de TVE a la Casa Real, escuchar con atención al menos uno, que suele ser el de Literatura o el de Comunicación y Humanidades. En esta ocasión, una vez comprobado que Eduardo Mendoza se limitó a una alocución bastante rutinaria, había cierta expectación por escuchar la mucho más trabajada e interesante de quien recibió el segundo de esos premios, Byung-Chul Han, el filósofo germano-coreano autor de La sociedad del cansancio, por el que el presidente del Principado de Asturias se interesó a raíz de saber de él a través de la concesión del premio que se entrega en su región. El discurso, en efecto, no defraudó a quienes sí tenían conocimiento de la obra de este filósofo antes, entre los que posiblemente hubiera poco hoy en el histórico teatro ovetense. Sobre la base de lo que estas palabras señalas, este es el discurso:
Es para mí un gran honor, a la par
que una inmensa alegría, recibir tan alta distinción en esta histórica ciudad
de Oviedo.
En la Apología, el famoso diálogo de
Platón, cuando Sócrates expone su propia defensa después de haber sido
condenado a muerte, explica cuál es la misión del filósofo. La función del
filósofo consistiría en agitar a los atenienses y despertarlos, en criticarlos,
irritarlos y recriminarlos, igual que un tábano pica y excita a un noble
caballo cuya propia corpulencia lo vuelve pasivo, y así lo espolea y estimula.
Sócrates compara a ese caballo con Atenas.
Yo soy filósofo. Como tal, he
interiorizado esta definición socrática de la filosofía. También mis textos de
crítica social han causado irritación, sembrando nerviosismo e inseguridad,
pero al mismo tiempo han desadormecido a muchas personas. Ya con mi ensayo La
sociedad del cansancio traté de cumplir esta función del filósofo, amonestando
a la sociedad y agitando su conciencia para que despierte. La tesis que yo
exponía es, efectivamente, irritante: la ilimitada libertad individual que nos
propone el neoliberalismo no es más que una ilusión. Aunque hoy creamos ser más
libres que nunca, la realidad es que vivimos en un régimen despótico neoliberal
que explota la libertad. Ya no vivimos en una sociedad disciplinaria, donde
todo se regula mediante prohibiciones y mandatos, sino en una sociedad del
rendimiento, que supuestamente es libre y donde lo que cuenta, presuntamente,
son las capacidades. Sin embargo, la sensación de libertad que generan esas
capacidades ilimitadas es solo provisional y pronto se convierte en una
opresión, que, de hecho, es más coercitiva que el imperativo del deber. Uno se
imagina que es libre, pero, en realidad, lo que hace es explotarse a sí mismo
voluntariamente y con entusiasmo, hasta colapsar. Ese colapso se llama burnout.
Somos como aquel esclavo que le arrebata el látigo a su amo y se azota a sí
mismo, creyendo que así se libera. Eso es un espejismo de libertad. La
autoexplotación es mucho más eficaz que ser explotado por otros, porque suscita
esa engañosa sensación de libertad
Últimamente he reflexionado mucho
sobre la creciente pérdida de respeto en nuestra sociedad. Hoy en día, en
cuanto alguien tiene una opinión diferente a la nuestra, lo declaramos enemigo.
Ya no es posible un discurso sobre el que se base la democracia. Alexis de
Tocqueville, autor de un famoso libro sobre la democracia estadounidense, ya
sabía que la democracia necesita más que meros procedimientos formales, como
son las elecciones y las instituciones. La democracia se fundamenta en lo que
en francés se llama "moeurs", es decir, la moral y las virtudes de
los ciudadanos, como son el civismo, la responsabilidad, la confianza, la
amistad y el respeto. No hay lazo social más fuerte que el respeto. Sin moeurs,
la democracia se vacía de contenido y se reduce a mero aparato. Incluso las
elecciones degeneran en un ritual vacío cuando faltan estas virtudes. La
política se reduce entonces a luchas por el poder. Los parlamentos se
convierten en escenarios para la autopromoción de los políticos. Y el neoliberalismo
ha creado ya una gran cantidad de perdedores. La brecha social entre ricos y
pobres se sigue agrandando cada vez más. El miedo a hundirse socialmente afecta
ya a la clase media. Precisamente estos temores son los que lanzan a la gente
hacia los brazos de autócratas y populistas.
Creemos que la sociedad en la que
vivimos hoy es más libre que nunca. En cualquier ámbito de la vida, las
opciones son infinitas. También en el amor, gracias a las aplicaciones de
citas. Todo está disponible al instante. El mundo se asemeja a un gigantesco
almacén donde todo se vuelve consumible. El infinite scroll promete información
ilimitada. Las redes sociales facilitan una comunicación sin límites. Gracias a
la digitalización, estamos interconectados, pero nos hemos quedado sin
relaciones ni vínculos genuinos. Lo social se está erosionando. Perdemos toda
empatía, toda atención hacia el prójimo. Los arrebatos de autenticidad y
creatividad nos hacen creer que gozamos de una libertad individual cada vez
mayor. Sin embargo, al mismo tiempo, sentimos difusamente que, en realidad, no
somos libres, sino que, más bien, nos arrastramos de una adicción a otra, de
una dependencia a otra. Nos invade una sensación de vacío. El legado del
liberalismo ha sido el vacío. Ya no tenemos valores ni ideales con que llenarlo.
Algo no va bien en nuestra sociedad.
Mis escritos son una denuncia, en
ocasiones muy enérgica, contra la sociedad actual. No son pocas las personas a
las que mi crítica cultural ha irritado, como aquel tábano socrático que picaba
y estimulaba al caballo pasivo. Pero es que, si no hay irritaciones, lo único
que sucede es que siempre se repite lo mismo, y eso imposibilita el futuro. Es
cierto que he irritado a la gente. Pero, afortunadamente, no me han condenado a
muerte, sino que hoy soy honrado con la concesión de este bellísimo premio. Se
lo agradezco de todo corazón. Muchísimas gracias.
DdA, XXI/6144

2 comentarios:
Byung-Chul Han es, quizás el más estimulante crítico de la sociedad contemporánea (la consecuencia de la globalización neoliberal pasada por una tecnología que aparentemente comunica pero, sobre todo, subjetiviza para acabar con lo colectivo, con lo común, dejando tras de sí una ciudadanía inerme y dócil por cansada)... Desde "En el enjambre" y "Psicopolítica" (2014) mi interés por su ensayos, tan lúcidos como breves, ha ido en constante aumento. Es difícil valorar la filosofía contemporánea sin contar con su figura.
Bien merecería una breve glosa.
Publicar un comentario