Lyceum Club Femenino
Lidia Falcón
En pleno y agrio debate sobre la doctrina queer y la ley trans, cuando el Partido Feminista se declara marxista desde hace años, unas miembras del Movimiento Feminista han alzado la voz para declarar que “El feminismo no tiene apellidos”. Detrás de esta sentencia no se me oculta que se halla el desdén por las que nos declaramos “feministas marxistas”. Término este que sigue estando excomulgado para las feministas “capitalistas”, las “otanistas”, las “europeístas”, las “liberales”, las “socialistas” y una serie de antecedentes genéticos que posee el feminismo.
Y no es correcto, y mucho menos agradecido, quitarle los apellidos al feminismo porque lo dejamos sin padre ni madre, mostrándonos agriamente desagradecidas con las mujeres y los hombres que durante dos siglos defendieron arriscadamente la legalización de los derechos y libertades de las mujeres sin pedir nada a cambio. Ni siquiera que sus sucesoras las reconocieran.
El feminismo tiene varios apellidos según cual sea su progenie. Sin remontarnos a Safo de Lesbos, partiendo más modernamente de Olimpia de Gouges tenemos que comenzar el mapa genético con las feministas “ilustradas” como se apellidaron los autores de la Enciclopedia, origen de la ideología de la Revolución Francesa. Las francesas se engancharon a la revolución que concluiría con la Europa feudal y pusieron todo el ímpetu de sus reclamaciones en lograr el derecho a la educación, porque “ilustradas” eran también ellas. Pero seguiríamos siendo ingratas si olvidamos a Flora Tristán, la creadora de los sindicatos y defensora de los derechos laborales para todos los trabajadores, como le reconocieron sus seguidores y defendidos elevando un monumento a su memoria en Burdeos (Francia) después de su muerte, extenuada por las giras que realizó en toda Francia difundiendo su ideología socialista en defensa de los proletarios sometidos a la extenuante explotación capitalista que desde Carlos Marx conocemos y analizamos.
Y no deberíamos, no es honrado, olvidar a las heroínas inglesas y estadounidenses que hicieron de la reclamación del derecho de las mujeres al sufragio el objetivo fundamental de sus luchas, arriesgando su vida familiar, sufriendo persecuciones varias que las conducían a la cárcel y a ser alimentadas forzosamente cuando se declaraban en huelga de hambre. Las feministas “sufragistas” llevan un apellido honroso que no es decente que sus sucesoras olvidemos. Y ya tenemos, al menos, como orígenes genealógicos del feminismo varios apellidos: las “ilustradas” , las “sindicalistas”, “las socialistas”, las “sufragistas”.
Tuvo que desencadenarse el huracán de la revolución bolchevique que arrasó definitivamente con los restos medievales del sistema zarista ruso, para que las mujeres más preparadas y valientes se unieran al partido bolchevique bajo el liderazgo de Lenin y obtuvieran el reconocimiento, que se hizo después internacional, de la igualdad de derechos de la mujer con el hombre, que afirma por primera vez en la historia de la humanidad la 1ª Constitución soviética inspirada por Lenin, de 1918. De la declaración de derechos sociales, económicos y políticos que los bolcheviques aprueban cuando aún no se han apagado los tambores de la I Guerra Mundial, se sigue como consecuencia inevitable, el reconocimiento de los derechos reproductivos con la aprobación de medidas anticonceptivas y sobre todo del aborto. Por primera vez en la historia de la humanidad se reconocía el derecho de las mujeres a disponer de su propio cuerpo, controlando su capacidad reproductiva, según habían teorizado y defendido Carlos Marx y Federico Engels.
Y así, el feminismo actual, que ahora está sometido a la ofensiva trans, es hijo del lobby gay enmascarado en las delirantes teorías que han abolido el sexo, es decir la realidad. Este lleva el apellido “queer”. Que nadie quiere renunciar a su progenitura, dejando al feminismo huérfano y perdido en el mar de definiciones, calificativos y distintos objetivos a conseguir.
Resulta por tanto, un agravio añadido, que mientras no se ponen inconvenientes en reconocer el carácter de “ilustradas” de las francesas de la revolución, ni de “sufragistas” de lo que se sienten tan orgullosas, y con Flora Tristán y con Victoria Kent las socialistas se reivindican como tales, las que se erigen en tribunales de oposición al título de feministas, rechacen con cara de asco a las “feministas marxistas”. Pero eso es porque hay que mostrar claramente ua postura anticomunista, que es lo que mandan las normas del capitalismo.
Esas puristas filológicas, en contrapartida, no se reivindican ni capitalistas ni sionistas, que es lo que corresponde a quienes no pretenden enfrentarse a las órdenes de Trump, ni a la OTAN ni a la Unión Europea, esta ahora mansamente doblegada a las exigencias del matón internacional. Ni por supuesto al sistema en que estamos insertas, monarquía incluida. El feminismo pues debe quedar puro de contaminaciones políticas e ideológicas que se insertan en sectores muy comprometidos, en momentos trágicos en que las guerras, “frías” y calientes han convencido a un buen porcentaje de las masas de la maldad del comunismo inspirado en el marxismo, y no es oportuno salir por ahí proclamándose marxistas. Y si lo que pretenden esas feministas que puntualizan la genealogía de su ideario es llegar a algún puesto institucional, en el que se cobran subvenciones, mejor es no ponerse apellidos y crearse enemigos. Que para pedir la abolición de la prostitución no se tienen tantos problemas, dado que además no se va a aprobar en este siglo, y así el feminismo queda sin apellidos, sin progenitores, sin antecedentes ni historia previa, convertido en un discurso liberal capitalista que aceptan una mayoría de mujeres que no quieren problemas ni apellidos y que crean clubs de señoras y de lectura en los que se entretienen y no provocan conflictos. Pero que también tienen apellidos, aunque ellas no lo sepan, ahí tienen el Lyceum Club de Madrid, del que el año que viene tienen que celebrar el centenario, creado, difundido y celebrado por las intelectuales burguesas y liberales más conocidas de la época. Para nombres consultad Googgle.
DdA, XXI/6059
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