
El escritor asturiano se refiere en este lúcido artículo a los odiadores que esparcen su odio sin reparos a modo de pesadilla. Las pesadillas, escribe, no se ajustan a razón, no contienen argumentos racionales, así que a los odiadores no se los puede combatir desde la cordura, la compasión o la transigencia. Tal vez esta sea la mayor debilidad de la democracia, conceder a las pesadillas la categoría de pensamientos, respetar a quien con el odio nos mata.
ELLOS: LOS ACTIVISTAS DEL ODIO
Fulgencio ArgüellesEl odio se propaga como peste inmunda por todos los ámbitos de nuestra sociedad, y no lo hace de manera cautelosa o implícita, sino de forma manifiesta y desesperada. ELLOS, los odiadores, esparcen su odio sin reparos desde los platós de las televisiones, desde los púlpitos de las plazas, desde los titulares de sus medios de difusión. Los pregoneros de la abominación y el desprecio rellenan sus discursos con grandes conceptos y gritan que estamos en una dictadura, y no se estremecen al afirmarlo, no se sonrojan, no disimulan. ELLOS dicen que no pueden abrir la boca sin que los acusemos de racistas, homófobos, misóginos, negacionistas, supremacistas o fascistas. En realidad, se les reconoce abiertamente lo que son en todo lo que dicen.
ELLOS, que tantas veces intentan blanquear la dictadura que nos tiranizó durante décadas, acusan al actual sistema democrático de dictadura criminal. Curioso que en una dictadura puedan denunciar y ensuciar las calles con sus consignas de odio. En realidad, gritan y supuran odio porque no tienen el poder. Lo ansían desesperadamente, pero no lo tienen, y para conseguirlo no quieren respetar las normas de la democracia y acusan al actual gobierno de mafia, esto es, de organización criminal y secreta. Así que, según ellos, estamos en una dictadura gobernada por una mafia. Y lo gritan tan serios, tan democráticos, tan dignos. Lo vocean angustiados.
ELLOS hablan de una guerra cultural que quieren ganar, una guerra que utilizará “todos los medios al alcance” (el que pueda hacer, que haga) incluida la negación de los hechos, la propagación de mentiras o las acusaciones falsas. Vivimos en una inevitable “polifonía de culturas”, pero ELLOS no lo admiten. Cuando ELLOS hablan de guerra cultural lo hacen para exigir la supremacía de “su cultura” sobre todas las demás. Utilizan de manera engañosa algunos conceptos sagrados para la democracia, como justicia social, igualdad, solidaridad o libertad, y los banalizan, y los pervierten al usarlos como armas esenciales de esa guerra que pretenden ganar. ELLOS propagan el odio, normalizan el mal.
¿Pero cómo lo hacen? ¿Cómo propagan ese odio y libran esa batalla? Utilizan muchos recursos. Aquí apunto algunas maneras.
Criminalizando a los niños desplazados y migrantes y negándose a acogerlos izando la bandera de la seguridad. Justificando el genocidio, es decir, la matanza indiscriminada de miles y miles de civiles (niños incluidos) a base de bombas y de hambre enarbolando la bandera de la legítima defensa. Presentando la solidaridad y la justicia social como una ideologización perversa de los “mafiosos y criminales” progresistas y la bondad como un descuido intolerable y definiendo a los defraudadores y comisionistas abyectos como héroes del neoliberalismo salvador. Repitiendo una y otra vez, entre insultos y calumnias, en los medios de difusión, sus proclamas de incitación al odio, apelando a la libertad de expresión (esa libertad de la que disfrutamos, a pesar de estar gobernados por una dictadura criminal) Despreciando desde puestos institucionales a nuestras lenguas vernáculas, generando así el enfrentamiento entre los pueblos, y hacerlo enarbolando, una vez más, la bandera de la libertad. Blanqueando dictaduras pasadas y presentes y tomando decisiones que suponen el encumbramiento de la intransigencia, y hacerlo en nombre de la justicia. Rechazando las evidencias científicas del preocupante cambio climático, que acarreará una mayor desigualdad y la penuria de la humanidad, y hacerlo en nombre de la verdad. Negando el machismo salvaje que está acabando con la vida de miles de mujeres y negando también el derecho de las personas a vivir su propia sexualidad y hacerlo en nombre de la razón y de la igualdad (cuando no en el nombre de Dios). Justificando guerras en nombre de la democracia. Proponiendo gastos desmesurados en armamento en nombre de la paz. Levantando muros y vallas para sacralizar las fronteras en nombre de la seguridad.
De estas y de otras muchas maneras se adulteran los conceptos, se pervierte el lenguaje y se quiebra la democracia. ¿Y qué hacemos nosotros? ¿Cruzar los brazos como espectadores ocasionales? La vida no es un espectáculo, y la injusticia y la desigualdad no son argumentos ocurrentes, y el odio mata, y el hambre mata, y los desvalidos y los reprimidos y los desplazados y los heridos con las balas de la “libertad” son de carne y hueso, no son marionetas a las que se les hayan roto los hilos, y los diferentes sufren, y los demócratas tienen miedo.
ELLOS son una pesadilla y las pesadillas no se ajustan a la razón, no contienen argumentos racionales, así que no se los puede combatir desde la cordura, la compasión o la transigencia. Tal vez esta sea la mayor debilidad de la democracia, conceder a las pesadillas la categoría de pensamientos, respetar a quien con el odio nos mata.
DdA, XX/6060
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