El 8 de agosto de 1937 nacía Jorge Cafrune. A mi padre le gustaba mucho Jorge Cafrune. Habían nacido el mismo año. Le gustaba su aspecto, su voz dulce. Y le fascinaba su barba. Hubiera querido lucir una igual. Se imaginaba gaucho. A mi madre no le gustaban las barbas, los prefería bien afeitados. A ella le gustaba Gregory Peck, lo que ponía el listón muy alto.
En casa había una cinta de casete del Cafrune, el Turco, nieto de sirios y libaneses. Cafrune no era de La Pampa, era de Jujuy, en el Norte Grande. Mi padre no tenía ni idea, claro. Ni yo tampoco entonces. Sabíamos, eso impresionaba a mi padre, que era más de actuar por pueblos que por grandes ciudades, y que se había recorrido Argentina a caballo y con una guitarra para cantarle a la gente de cerca. Y que se arruinó con eso.
Conocíamos a Cafrune porque estuvo viviendo en España y salía por la tele y tenían sus casetes en las gasolineras. Luego se volvió para la Argentina en 1977, cuando murió su padre. Siempre se vuelve a algún sitio cuando se muere tu padre. Igual por eso vuelvo a Cafrune, el Cafrune, que decía mi padre.
Jorge Cafrune se quedó en Argentina a pesar de la Junta Militar, cantando. En enero de 1978 vuelve a actuar en el Festival de Cosquín. Varias de sus canciones están terminantemente prohibidas por la Junta Militar y junto al operador de sonido hay dos soldados con una lista en la mano para cortar por lo sano si se contraviene la prohibición. Cafrune se prohíbe a sí mismo dejar de ser consecuente y entona El orejano, 'porque cuando tengo que cantar verdades las canto derecho nomás, a lo macho'... La plaza se pone del revés con la gente agitando pañuelos blancos en una cerrada ovación mientras los soldados disimulan, no se les vaya a complicar la existencia.
Y entonces la gente rompe el silencio pidiendo Zamba de mi esperanza, prohibida en rojo. Y la canta...soy polvareda que al viento va... Uno de los organizadores, temiendo por su piel, le pide explicaciones a Cafrune, que se encoge de hombros, 'mi pueblo me la pidió', le dice.
La noticia llega a oídos del teniente Carlos Enrique Villanueva, uno de los torturadores del centro de detención clandestino de La Perla, en Córdoba, donde todas las detenidas fueron sistemáticamente violadas. Villanueva se sube por las paredes y grita que a Cafrune habría que matarlo para dar ejemplo a toda tentativa de desobedecer. Quizás es más un deseo que una orden, quizás en dictadura los deseos son órdenes.
Pocos días después del concierto, el 31 de enero, Jorge Cafrune, acompañado por Fermín Gutiérrez, empieza su particular homenaje a José de San Martín. Lleva con él un puñado de tierra que recogió en Boulogne-sur-Mer, el lugar donde murió el Libertador, para dejarlo en Yapeyú, lugar de nacimiento, al que espera llegar el 28 de febrero para celebrar el 200 aniversario de San Martín. Ese viaje es una canción a la libertad.
Al poco de iniciar la primera etapa una camioneta embiste de madrugada a los dos jinetes en la ruta 27, entre Benavídez y Pacheco. La conduce el joven Héctor Emilio Díaz, hijo de un colaborador del siniestro López Rega, que a la mañana siguiente se presenta en comisaría para declarar que iba borracho. Lo sueltan esa misma mañana, dan carpetazo al asunto y culpan a Cafrune por circular sin las debidas precauciones.
Jorge Cafrune nunca terminaría su viaje a caballo a Yapeyú para rendir homenaje al libertador en tiempos de oprobio. Moría el 1 de febrero en la ambulancia que lo trasladaba al Instituto del Tórax de Vicente López. Nunca se lo conté a mi padre, no hablábamos mucho, como dos jinetes del Norte Grande haciendo camino en silencio...estrella, deja que cante, deja que quiera como yo sé...
SU VERSIÓN EN CASTELLANO DE "EL PÁJARO REVOLUCIONARIO"
DdA, XXI/6066
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