LA TRAICIÓN DEL CORONEL ARANDA Y EL ENVÍO DE LA COLUMNA MINERA A MADRID
El coronel Antonio Aranda Mata. A su izquierda, el coronel Pablo Martín Alonso, de las Columnas Gallegas,
y a su derecha, el coronel Heriberto Esteban. En la fila de atrás, en el centro puede verse un militar
que lleva la imagen de la Virgen de Covadonga colgada del bolso de la chaqueta.
Muséu del Pueblu d’Asturies Colección:
Florentino López, Floro (FF)
A este Lazarillo le tocó vivir, durante su niñez y adolescencia en Asturias, en la calle que llevaba el nombre del general felón que traicionó al gobierno del Frente Popular y a la Segunda República a posteriori de que sus compañeros traidores llevaran a cabo el golpe militar en Canarias y las plazas africanas de Ceuta, Melilla y Tetuán. Tal como se recuerda en este artículo, publicado en Asturias 1936. Guerra civil y represión, la traición del jefe militar de Asturias, entonces coronel del Estado Mayor Antonio Aranda Mata, ocurrió el 19 de julio y vino precedida de un aparente acatamiento inicial al orden constitucional vigente en las 48 horas precedentes. Siempre me pregunté si la falsedad de ese inicial acatamiento estuvo previamente pactada con el general Franco, que como se sabe tuvo un papel directivo en la brutal represión de la Revolución de Asturias en 1934 y quizá mantenía algunas reservas acerca del éxito del golpe en aquella región, incluso en Oviedo, una ciudad conservadora. Téngase en cuenta que el envío de una columna minera hacia Madrid por orden del coronel fue clave para reducir en principio la capacidad de lucha de las tropas republicanas, como si el propio Franco le hubiera aconsejado al coronel esa estrategia para vencer al menos en la capital de Asturias, consciente de la capacidad de combate demostrada por los mineros dos años antes. Es de recordar acerca del coronel golpista con retardo que en 1943, el ya general Aranda fue arrestado bajo la acusación de conspirar contra el Generalísimo en pro de una restauración monárquica que el propio Franco pergeñaría y dispondría, años después, en la persona del actual rey emérito y huido.
Columna de milicianos hacía Oviedo verano de 1936.
Antonio Soto, diario Ahora
Tras las elecciones de febrero, que dieron la victoria al Frente Popular, la izquierda asturiana recuperaba la hegemonía en Asturias; la amnistía permitía a los presos de la Revolución de Octubre de 1934 volver a casa, y la fuerte presencia del movimiento obrero, especialmente en las cuencas mineras, alimentaba un estado de efervescencia. En los ayuntamientos, las corporaciones cambiaron por orden gubernativa y ahora pasaron a ser gestoras dominadas por miembros del Frente Popular, a la espera de nuevas elecciones municipales.
La tensión política se medía en manifestaciones que reivindicaban el cumplimiento del programa del Frente Popular; la derecha respondía con conspiraciones y también con atentados en diversos lugares de la región, que eran contestados por el movimiento obrero. Fue en los meses de mayo cuando el gobernador Rafael del Bosque dejó su puesto para ser sustituido por Liarte Lausín, quien es uno de los grandes protagonistas de esta historia.
EL jefe militar de Asturias era Antonio Aranda Mata, coronel del Estado Mayor, era percibido por sectores republicanos como un militar liberal. Esta imagen le permitió moverse con libertad entre las autoridades republicanas sin levantar sospechas. En realidad, mantenía desde hacía tiempo vínculos estrechos con círculos monárquicos y conspirativos.
Clima social y político en Asturias
La atmósfera en las ciudades y en las cuencas mineras asturianas era una mezcla de esperanza y recelo. Los obreros regresaban a sus empleos, se reabrían los locales sindicales y las reuniones políticas eran frecuentes. Pero el paro, las condiciones laborales y la falta de un Estado social que cubriese las necesidades de las clases trabajadoras eran demandas que provocaban tensión.
La derecha asturiana se sentía amenazada por la cuestión social. La revolución del 34 dejaba clara la fuerza de la izquierda, su poder de movilización, y un dato clave es la victoria del Frente Popular en toda la región. El 34 significa un antes y un después: la salida de los presos, el reclamo de aumentos de salario y las mejoras laborales. Los líderes del 34 han quedado libres gracias a la amnistía; figuras como Ramón González Peña estaban ya en la calle. En Oviedo, por ejemplo, eran visibles los restos de la destrucción de octubre del 34. Aún permanecían sin reconstruir edificios y muros acribillados por las balas. El ambiente estaba cargado.
Fuerzas Militares en Asturias:
Las fuerzas armadas desplegadas en Asturias —Ejército, Guardia de Asalto, Guardia Civil y Carabineros— estaban compuestas por un total de 3.270 hombres en armas. Su distribución y organización reflejaban tanto la estructura militar como las tensiones políticas de los meses previos.
En Oviedo, el núcleo principal del Ejército lo formaba el Regimiento nº 3 (Milán), con un batallón de 460 hombres, parte de los cuales custodiaban la Fábrica de Cañones de Trubia, bajo el mando del coronel Eduardo Beca Marcos. A ello se sumaba el Grupo de Artillería de Montaña, con dos baterías (ocho piezas de 105 mm) y 200 hombres.
En Gijón se encontraba el Regimiento de Cazadores de Montaña (Simancas) nº 8, creado en 1935, con una base de ocho compañías de fusiles, dos de ametralladoras y más de 400 soldados bajo el mando del coronel Antonio Pinilla. También estaba presente el Batallón de Zapadores Mineros nº 8, con 180 efectivos dirigidos por el teniente coronel Luis Valcárcel.
La Guardia de Asalto disponía de tres compañías en Oviedo (270 hombres) y una más en Gijón (140 hombres), mientras que la Guardia Civil (Décimo Tercio) estaba repartida por toda la región, con ocho compañías y un total de 1.220 hombres al mando del teniente coronel Carlos Lapresta Rodríguez.
Por su parte, los Carabineros, al mando del teniente coronel Ricardo Ballinas, sumaban 300 efectivos concentrados principalmente en los puertos de Gijón y Avilés.
Fuerzas paramilitares de derechas
El coronel Antonio Aranda, principal impulsor del alzamiento militar en Oviedo, esperaba contar con el respaldo de organizaciones de derechas como Falange Española y las J.A.P. Sin embargo, la represión política tras la victoria del Frente Popular había debilitado su capacidad operativa.
Cuando Aranda hizo su llamamiento a la población civil para sumarse a la sublevación, la respuesta fue muy limitada. Aunque se estima que acudieron unos 856 voluntarios, apenas 691 estaban vinculados a Falange, y no todos participaron activamente. La mayoría eran jóvenes sin experiencia militar, algunos incluso menores de edad, y mal equipados. La participación civil armada del lado sublevado fue escasa y desorganizada, lo que obligó a Aranda a confiar casi exclusivamente en fuerzas militares profesionales y en la Guardia Civil.
Las fuerzas paramilitares de izquierdas
En contraste, la izquierda asturiana disponía de una red paramilitar más amplia y organizada, resultado directo de la experiencia insurreccional de 1934. Se estructuraba en tres grandes bloques:
• Las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC), vinculadas al Partido Comunista, contaban con unos 1.000 hombres, con núcleo fuerte en Gijón. Estaban organizadas por el obrero metalúrgico Antonio Muñiz y llevaban a cabo su instrucción en lugares como la fábrica ocupada La Bohemia.
• Las Juventudes Socialistas, brazo juvenil del PSOE, también muy activas, con cerca de 1.000 efectivos. Su organización, encabezada por Guzmán García y Antón Llaneza, se extendía por toda la región y se estructuraba en escuadras con base en las Casas del Pueblo. Tras el asesinato del líder José María Martínez, asumieron el mando figuras como Víctor Álvarez.
• Los grupos de defensa confederal de la CNT eran menos cuantificables, pero extremadamente eficaces, especialmente en combate urbano y uso de explosivos. Se organizaron en torno a los comités de defensa de núcleos anarcosindicalistas como La Felguera y Gijón. Entre sus dirigentes y combatientes destacados se encontraban Higinio Carrocera, mítico miliciano anarquista asturiano, y Onofre García Tirador. Estos grupos jugaron un papel clave en las luchas callejeras de Gijón y en la organización de columnas y milicias armadas.
La sublevación en marcha 18 de julio
Las noticias del levantamiento en Asturias provocaron varias reuniones y mensajes entre las centrales sindicales y los partidos políticos del Frente Popular. En Asturias había calma tensa, y ahí está una de las claves del desarrollo de los acontecimientos. En Gijón el mismo día 17 había habido ya manifestaciones al son de las sirenas de los barcos.
Indalecio Prieto, desde Madrid, demandaba la ayuda de los mineros para defender Madrid del golpe de Estado que poco a poco se iba desvelando. Las intenciones de los sublevados en toda la península formaban un movimiento muy entrelazado, como una tela de araña que se extendía por todas las guarniciones del Estado.
La decisión fue clave: la salida de varias columnas, una en tren y otra motorizada, dejó a Asturias sin la principal fuerza para hacer frente a un posible levantamiento. Las columnas mineras partieron para Madrid de diferentes formas; aunque no se sabe el número exacto, se estima que al menos unos 1.000 hombres marcharon. La columna tendría que recorrer un largo camino para regresar; después de pasar por León, al llegar a Benavente tomaron la decisión de regresar ante la noticia de la sublevación en Asturias. El día 20, la columna llegó a Trubia para comenzar el cerco.
Al frente de la columna iba José María Dutor junto con el teniente Yust. Dutor era un viejo conocido del socialismo asturiano; fue el ideólogo del plan de asalto en el 34. Uno de los jefes de la columna era Arturo Vázquez, de Palas de Rey (Lugo), pero criado desde la infancia en Mieres, donde ocupaba cargos como presidente de la agrupación socialista local. Era uno de los más capaces, por eso dirigía la columna. A su regreso se dirigirá al Cristo para organizar las primeras acciones contra Aranda.
Aranda tenía las manos libres: se había deshecho de un número importante de mineros, muchos de ellos con experiencia en octubre. Ahora necesitaba un golpe de mano en la ciudad; su plan estaba claro. Desde su llegada a Asturias había trabajado sobre cómo abortar otra revolución en la región.
La madrugada del 18 al 19 de julio, los rumores sobre un alzamiento militar se convirtieron en hechos. La guarnición de Oviedo, bajo el mando de Aranda, se sumó a la sublevación el 19 de julio tras recibir órdenes concretas del Ministro Casares Quiroga. El coronel recibió órdenes del Ministerio de Guerra para repartir armas al Grupo de Asalto con sede en Santa Clara. Tras reunirse con sus oficiales de confianza, Aranda se trasladó al cuartel de San Pelayo y ordenó a las tropas salir. Contaba con la Guardia Civil, que poco a poco llegaba desde los distintos puestos de Asturias.
Para asegurar el control de la ciudad debía neutralizar a la fuerza más decididamente leal al Gobierno: el 10.º Grupo de Asalto, cuya sede estaba en el antiguo convento de Santa Clara. Esta unidad estaba comandada por el comandante Alfredo Ros Hernández, militar fiel al régimen republicano y comprometido con el orden constitucional. Ros esperaba las armas para repartirlas.
Aranda recurrió a Gerardo Caballero Olázábal, un comandante retirado del mismo cuerpo, apartado por sus vínculos con sectores conservadores, y que estaba escondido en Oviedo en casa de un falangistas. Caballero aceptó dirigir la operación con el apoyo de guardias civiles afines y del teniente Juan Rodríguez Cabezas, antiguo miembro del Grupo de Asalto que se había pasado al bando rebelde.
Caballero organizó la entrada al cuartel utilizando un engaño: se acercó saludando con gritos republicanos para ganarse la confianza de los defensores. Una vez dentro, ordenó abrir fuego contra sus antiguos compañeros, provocando el caos. Ros y un pequeño grupo de leales —entre ellos milicianos obreros y miembros de la UGT— resistieron atrincherados en el almacén de repuestos. Durante la noche, fueron asediados con granadas y ametralladoras. La situación se volvió insostenible. Ros intentó ganar tiempo esperando ayuda exterior que nunca llegó. Algunos intentaron escapar por los muros o resistieron en las plantas superiores. Uno de los pocos que logró huir fue Joaquín Almeida, sindicalista del transporte.
Al amanecer, convencido de que respetarían su rendición, Ros salió al patio con un pañuelo blanco, seguido por los últimos defensores. Sin mediar palabra, fueron acribillados. Ros, dos guardias y al menos 25 milicianos murieron en uno de los episodios más sangrientos de la sublevación en Asturias.
Aranda, con la ciudad bajo control, proclamó el estado de guerra y contactó con Gijón, donde el coronel Pinilla se sublevó en Simancas y Zapadores. Grupos de falangistas y derechistas acudieron al cuartel mientras se arrestaba a dirigentes como Graciano Antuña, quien no recuperaría su libertad. La cárcel fue tomada y se liberaron presos derechistas y falangistas. Se organizaron patrullas, se controlaron los accesos a la ciudad y se estableció un férreo control militar. Además contaba con de los políticos más representativos de la derecha parlamentaria ovetense gilrobista Fernández Ladreda, José María Moutas, ex diputado de la CEDA, Alfredo García Bernardo, Luis Corugedo, Julián G. San Miguel, Pedro Miñor..
En Oviedo, el periodista Juan Antonio Cabezas relata la tensión de esos días. Consigue escapar por el barrio de Buenavista. El director del periódico Avance Javier Bueno, junto a otros compañeros como Jesús Ibáñez, recuperan fusiles escondidos en la redacción y se dirigen a La Manjoya, donde se crearán las primeras resistencias. También logra escapar José Pintado Villanueva, guardia municipal de Oviedo con otros compañeros que pronto montaran las primeras líneas de defensa contra Aranda.
En los días siguientes, Aranda se aferró al control de Oviedo mediante una combinación de represión, propaganda y defensa militar. Reorganizó la ciudad con disciplina castrense, ocupando puntos clave y deteniendo a líderes políticos y sindicales.
La traición consumada
Aranda no solo traicionó la confianza del Gobierno republicano, sino que fue uno de los primeros en consolidar un enclave rebelde en el norte peninsular. Su papel en el asedio de Oviedo le dio notoriedad entre los sublevados, aunque también se vio implicado en actos represivos y bombardeos a barrios populares.
Mientras tanto, la lucha en el resto de Asturias se intensificaba. Las milicias obreras tomaban Gijón y organizaban la defensa desde las cuencas hacia el interior. El Comité de Guerra del Frente Popular asumía el control civil y militar en las zonas leales a la República. La batalla por Asturias había comenzado.
La represión en Oviedo fue dura. Se registraron ejecuciones sumarias, detenciones masivas y persecuciones ideológicas. Los sindicatos fueron declarados ilegales y sus locales ocupados. Las comunicaciones fueron cortadas y la propaganda franquista tomó las calles. La ciudad fue cercada por la resistencia minera.
El resto de la Región:
En Gijón la sublevación de los cuarteles fue frenado por la acción de las milicias y de la Guardia de Asalto que se mantuvo fiel al Gobierno republicano en la ciudad. Las fábricas, los astilleros y los barrios obreros se convirtieron en bastiones de resistencia.Mientras se produciría una guerra dentro de la ciudad que acabaría un mes después con la toma del cuartel de Simancas.
Durante el inicio de la Guerra en Asturias, mientras Oviedo y Gijón concentraban la atención principal, diversos concejos vivieron combates breves pero decisivos. En Laviana, gracias a la intervención del alcalde Luis Camblor y del dirigente obrero Juanelo, se logró detener la salida de la Guardia Civil rumbo a Oviedo, desarmarla y retenerla. En Sama y La Felguera, donde las milicias obreras estaban bien organizadas, los cuarteles fueron rodeados y sometidos tras tiroteos breves. En La Felguera, Carrocera y Onofre contaban con armas del 34 y una ametralladora. En Sama los guardias se concentraron, salieron en expedición y, tras dos horas de combate, se rindieron. Las organizaciones se hicieron con 300 fusiles.
En Pravia, el intento del capitán Bausa de atrincherarse fue frustrado desde dentro por el brigada Esteban López Corominas, quien, junto a varios cabos, desobedeció la orden de insurrección y entregó el mando a las autoridades republicanas. En Caravia, un guardia civil aislado, Antonio Moreno Rayón, resistió varios días atrincherado en solitario hasta que fue abatido por fuerzas del Frente Popular. Mientras tanto, en Trubia, la fábrica de cañones —clave para el abastecimiento militar— fue paralizada por el Comité de Guerra ante un dubitativo director, el coronel Franco Mussio, quien se negó a entregar armas en las primeras horas. Solo el día veinte, tras la llegada de la columna minera liderada por Dutor, entregó las armas, impidiendo que cayesen en manos de los sublevados. Más tarde, la fábrica reanudó su actividad al servicio de la República.
En Avilés y su comarca, las fuerzas de la Guardia Civil salieron para Oviedo, acompañadas por militantes de las organizaciones obreras. De madrugada, entre el 19 y el 20 de julio, parte de la Guardia Civil se pasó al bando sublevado en Oviedo. Los carabineros, fuerza leal a la República, se dirigieron hacia Gijón, donde ya habían comenzado los combates.
En los concejos se organizaron comités locales protagonizados por obreros, milicianos y autoridades municipales. Representaron un ejemplo temprano de resistencia organizada y de control territorial republicano en Asturias, cuya experiencia y determinación serían claves en los primeros compases de la guerra.
La traición de Aranda fue uno de los actos más determinantes en el arranque de la Guerra Civil en Asturias. Su capacidad táctica, su habilidad para fingir lealtades y su determinación militar le permitieron tomar Oviedo por sorpresa, desarticulando los primeros reflejos republicanos. Clave fue el envío de la columna minera hacia Madrid, que privó a las fuerzas republicanas del factor numérico y de capacidad de lucha dentro de Oviedo rápidamente. Una vez eliminadas las primeras resistencias, Aranda convirtió Oviedo en un fortín. Tenía hombres suficientes y armas.
Sin embargo, no logró someter a toda Asturias. El pueblo trabajador, las organizaciones obreras y la memoria combativa del 34 mantuvieron la resistencia contra el golpe de Estado. Las milicias tuvieron el objetivo de tomar Oviedo, pero también debieron enfrentarse a la resistencia de los cuarteles en Gijón y a las columnas que partían de Galicia con el objetivo de ayudar a Aranda.
Bibliografía:
Ayalga (Ed.). (1980). Guerra civil en Asturias. Oviedo: Ayalga Ediciones. Cabezas, J. A. (1975). Asturias: catorce meses de guerra civil. Madrid: Ediciones G. del Toro. Álvarez Palomo, R. (1986). Rebelión militar y revolución en Asturias. Gijón: Editorial Noega.
ASTURIAS 1936 GUERRA CIVIL Y REPRESIÓN DdA, XXI/6049
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