HÉCTOR ILLUECA:: LO QUE EMPEZÓ EL 28M FUE UN CAMBIO DE ÉPOCA

Dos años después de abandonar la política activa, Héctor Illueca ofrece un diagnóstico rotundo: la izquierda vive un repliegue histórico tras el cierre del ciclo iniciado con el 15M. En esta entrevista, el exvicepresidente valenciano analiza sin tapujos la fractura entre Sumar y Podemos, la crisis de credibilidad del PSOE tras el caso Koldo y los desafíos de la izquierda valenciana ante un PP condicionado por Vox. Para Illueca, no hay margen para la ambigüedad: o se construye una alternativa transformadora o se abre la puerta a una larga hegemonía conservadora.
Lleva ya dos años apartado de la política activa. ¿Cómo observa pasado este tiempo lo sucedido el 28-M? ¿Qué factores determinaron que las izquierdas no pudieran mantener la Generalitat?
Es evidente, con la perspectiva que ofrece el tiempo, que las elecciones del 28 de mayo marcaron el cierre de un ciclo político en España. Un ciclo inaugurado con la crisis de 2008 que cristalizó en el 15M y abrió una década larga de movilización social que encontró su expresión electoral en Podemos. En 2023 ese impulso estaba agotado y aquellas elecciones certificaron que había llegado a su fin. Desde entonces, se ha abierto una nueva fase en la que el centro de gravedad político se ha desplazado hacia la derecha y el bloque reaccionario, PP y Vox, ha pasado a la ofensiva, mientras que la izquierda está a la defensiva, replegada, sin capacidad de iniciativa ni proyecto más allá del miedo a la derecha. Así que, en mi opinión, lo que empezó el 28M no fue un accidente electoral, sino un cambio de época que afecta a todas las coordenadas del campo político e institucional.
A ello hay que añadir la pérdida de centralidad de Unidas Podemos tras la salida de Pablo Iglesias. Su figura representaba un vínculo simbólico con el ciclo de movilización que había hecho posible el Gobierno de coalición, y con su marcha ese vínculo se debilitó hasta desaparecer. No fuimos capaces de convertir nuestra presencia en el gobierno en presión social organizada, la movilización se desactivó, y sin esa raíz en el tejido popular nuestra posición empezó a erosionarse con rapidez. En ese contexto, la fragmentación de nuestro espacio político aceleró las tendencias de fondo y terminó socavando nuestra base electoral.
No son pocos los que interpretan que fue un grave error que Yolanda Díaz lanzara el proyecto Sumar a pocas semanas del 28-M y que se abriera una dura pugna con Podemos. Se cree que fue determinante para la desmovilización de ese espacio de la izquierda en la Comunidad Valenciana. ¿Lo piensa usted?
Sí, sin ninguna duda, fue un error histórico. La irrupción de Sumar respondió a una lógica puramente palaciega, concebida para disputar el poder interno en el seno del espacio a la izquierda del PSOE sin pensar en las consecuencias sociales y políticas de esa operación. No se quiso ver que estábamos en un momento de enorme fragilidad, con el ciclo de movilización social claramente en declive y la derecha avanzando con fuerza. En lugar de consolidar un espacio amplio y plural y reorganizar el campo popular ante la embestida reaccionaria que ya se vislumbraba, se optó por una pugna fratricida que envió un mensaje demoledor a nuestro electorado, generando desafección, desmovilización y, en muchos casos, directamente el retraimiento electoral de sectores populares que habían sostenido durante años la esperanza de una alternativa. La Comunitat Valenciana, donde se venía de una experiencia de gobierno positiva en muchos aspectos, fue un ejemplo particularmente doloroso de ese proceso. La historia lo recordará siempre.
En lugar de consolidar un espacio amplio y plural, se optó por una pugna fratricida que envió un mensaje demoledor a nuestro electorado
Después llegaron las elecciones del 23-J y desde entonces la fractura entre Sumar y Podemos parece ya insalvable. De hecho, Sumar colabora con Sánchez y Podemos es ariete de Sánchez. ¿Cómo observa esta situación?
Creo que la relación con el PSOE merece una reflexión seria y honesta. Se pueden discutir muchas decisiones tomadas durante la etapa en la que Unidas Podemos formó parte del Gobierno: las políticas concretas, las tensiones internas, incluso la propia conveniencia de entrar en el Ejecutivo. Pero hay algo que, en mi opinión, no admite discusión: Unidas Podemos siempre defendió su autonomía política y ejerció una presión constante por la izquierda en el seno del gobierno. En un contexto adverso, con una correlación de fuerzas muy desigual, logró mantener abierta una tensión transformadora que permitió conquistas importantes en el campo de los derechos sociales. Cuando Sumar ocupa su lugar, esa tensión desaparece y se sustituye por una estrategia explícita de mimetización con el PSOE y de integración en su proyecto. Esa operación, que contó con el respaldo entusiasta de medios próximos al PSOE y, conviene no olvidarlo, de los sindicatos mayoritarios, olvida algo fundamental: el riesgo que esto entraña para el propio PSOE. Al neutralizar a la izquierda crítica, se está debilitando el frente progresista en su conjunto y creando las condiciones objetivas para que la derecha regrese al poder, porque el PSOE no puede representar a una parte importante de la sociedad española, lo que podríamos llamar la España insumisa, que no lo aceptará nunca. La izquierda crítica no es un obstáculo para el gobierno progresista; es su condición de posibilidad, y Podemos, con todas sus contradicciones, encarnaba ese papel. Su sustitución por un actor más dócil y alineado con Pedro Sánchez puede terminar abriendo la puerta a una derrota electoral de grandes dimensiones.
¿Quién cree que de estas dos fuerzas está actuando con mayor coherencia ante la crisis desatada por el caso Koldo? ¿Sumar está al lado de Sánchez pero Podemos está, bien al contrario, realizando una oposición muy dura?
La cuestión de fondo, en mi opinión, es si es posible seguir gobernando con el PSOE en estas condiciones. ¿Hasta dónde llega la mancha? ¿Cuál es el verdadero alcance de la red de intereses, influencias y corrupción que está emergiendo? La magnitud de lo que está saliendo a la luz es tan profunda y tan potencialmente devastadora que conviene preguntárselo. Yo he sido vicepresidente de un Gobierno de coalición y afirmo, en conciencia, que no gobernaría hoy con el PSOE en estas condiciones. Lo que no significa permitir que la derecha gobierne.
No se puede seguir actuando como si nada pasara cuando lo que se está desvelando afecta a la credibilidad misma de la democracia. Desde hace años vengo defendiendo que el principal problema de nuestro sistema político es la captura de la democracia por parte de los grandes poderes económicos y mediáticos. La corrupción no es una anomalía, es el instrumento a través del cual los que no se presentan a las elecciones controlan la vida pública. Es un mecanismo de gobierno, un medio para establecer jerarquías y asegurar la obediencia de quienes ocupan cargos públicos. Y su raíz más profunda no está solo en los partidos, sino en las estructuras del Estado y en su vinculación cada vez más estrecha con los intereses del capital. El caso del Rey emérito no es una excepción, sino la muestra más clara de un modelo en el que la corrupción sirve de nexo entre la política y el poder económico.
Usted conoce bien a Yolanda Díaz y también a Pablo Iglesias. ¿Hasta qué punto la cuestión personal ha pesado en esta crisis política en este espacio de la izquierda?
Lo que ha sucedido en el espacio a la izquierda del PSOE no puede entenderse en clave personal, por más que las diferencias políticas hayan generado tensiones en el plano humano. Las diferencias eran y son estratégicas, programáticas, de fondo: sobre el papel de UP en el gobierno, sobre la relación con el PSOE, sobre la guerra de Ucrania, sobre la organización del espacio político. Todo eso es mucho más importante que cualquier desencuentro personal.
¿Cree que es posible que a la izquierda del PSOE se articule una propuesta a nivel nacional al margen de Sumar y Podemos, o cree que será una de estas dos formaciones las que acaben liderando este espacio?
Plantear hoy el futuro de la izquierda en términos de siglas o de liderazgo entre Sumar y Podemos es no tomar nota de la magnitud de la crisis que atravesamos. La política española y europea se está configurando como un juego entre dos polos que, pese a sus diferencias retóricas, coinciden en lo fundamental: por un lado, el bloque reaccionario de las derechas; por otro, un neoliberalismo progresista que gestiona con rostro amable las mismas políticas de subordinación al capital financiero, de desarme del Estado social y de alineamiento atlantista. En esa pugna, lo que desaparece es la izquierda, la que fue históricamente una fuerza con proyecto propio, con raíces sociales, con vocación de transformación.
Vivimos una época de fundación, de reconstrucción desde abajo de un espacio democrático-socialista que ofrezca una alternativa al sistema, que tenga raíces sociales, vocación de poder y una estrategia clara de transformación. Hablo de un tercer espacio que sea capaz de romper la falsa polaridad entre conservadores y progresistas y representar algo distinto, algo verdaderamente alternativo. Este espacio no puede surgir de operaciones palaciegas, tiene que nacer de un nuevo proceso de organización, de arraigo territorial, de articulación social y cultural. Y eso exige pensar más allá de las siglas e incluso más allá de lo electoral.
¿Le preocupa que la presunta corrupción de Cerdán y Ábalos acabe generando desmovilización del votante progresista? A lo que habría que sumar la pugna entre Sumar y Podemos.
Sí, claro que desmoviliza. La corrupción actúa como un veneno para la vida pública, alimenta la percepción de que todos los partidos son iguales y de que la política no es una herramienta útil para transformar la sociedad. La derecha lo sabe, y se lo juega todo a esa carta: ganar por la abstención del electorado progresista. La pugna interna en la izquierda agrava esta situación y multiplica el desencanto.
Hay movimientos en la izquierda valenciana. Parece que una parte de Compromís se quiere separar de Sumar. ¿Cuál es su diagnóstico? ¿Cómo debe articularse el espacio en una situación tan delicada tras la dana y un gobierno del PP muy condicionado por Vox?
La trayectoria de Compromís en su relación con la izquierda estatal siempre ha sido puramente instrumental. Participaron en Sumar, como antes lo hicieron en coalición con Podemos, no desde la convicción de construir un proyecto común, sino desde una lógica centrada en maximizar su presencia institucional. Ahora, cuando el proyecto de Sumar muestra síntomas agotamiento, algunos sectores de Compromís se están replanteando esa relación. Pero lo que no se han planteado nunca, nunca, es la necesidad de impulsar un proyecto unitario, arraigado y verdaderamente alternativo para nuestra tierra.
La pregunta siempre fue la misma: ¿quiere Compromís ser oposición al PP o aspira a construir una alternativa real de gobierno? Porque lo segundo no es posible sin articular un bloque político amplio, plural, con vocación de mayoría, que sume fuerzas desde todas las izquierdas valencianas, incluyendo a la izquierda estatal. No es posible, y creo que lo saben. Si Compromís renuncia a esa tarea, como ocurrió el 28M, sin duda conservará una parte de su representación, pero se estará autoexcluyendo de cualquier posibilidad real de liderar un cambio de rumbo en la Comunitat Valenciana. Y hoy es más necesario que nunca, porque el PSPV arrastra la carga de la corrupción y podría pasarle factura en próximas citas electorales.
¿Quién debe liderar el espacio a la izquierda del PSPV? ¿Cree que puede ser Compromís o hay margen para que se articule una alternativa con ese espacio que hace dos años lideraba Unides Podem?
Lo que necesitamos no es una nueva fórmula electoral o una nueva coalición instrumental. Lo que está en juego es mucho más profundo: es la construcción de un espacio político verdaderamente transformador, que se sitúe más allá del eje entre un progresismo neoliberal gestionado desde el poder y una derecha envalentonada que avanza con apoyo de sectores reaccionarios. ¿Está dispuesto Compromís a ir más allá de la mera oposición testimonial? Sin la voluntad real de construir una alternativa amplia e inclusiva, que incorpore a todas las izquierdas que hay en nuestra tierra, no será posible articular una mayoría social transformadora. Ni más, ni menos. Si antes era necesario, ahora es urgente, porque es muy posible que el PSPV-PSOE ya no pueda liderar una alternativa de gobierno.
¿Corre el riesgo la Comunidad Valenciana de que el Botànic haya sido un paréntesis de ocho años en un feudo de dominio de la derecha y la extrema derecha?
Sí, rotundamente. Si no somos capaces de construir un proyecto que canalice la conciencia crítica que está emergiendo frente a la militarización de la sociedad, el autoritarismo y el dominio absoluto de los grandes poderes económicos, el Botànic habrá sido un paréntesis en la historia política valenciana.
No son pocos los ensayistas contemporáneos que critican las graves carencias que ha tenido la socialdemocracia para dar respuesta a las nuevas realidades. ¿Cómo lo ve usted?
Esta es una vieja historia. Podríamos decir que, desde el Tratado de Maastricht, la socialdemocracia aceptó los marcos políticos y económicos del neoliberalismo, abandonó su papel histórico como fuerza de transformación social y asumió los principios del nuevo orden global, convirtiéndose en lo que podríamos llamar una “izquierda neoliberal”. Desde entonces, ha transitado por un camino de pérdida de autonomía política y de desconexión progresiva con amplios sectores de las clases trabajadoras. El europeísmo acrítico y el desprecio sistemático a la idea de soberanía nacional, que no es nacionalismo, sino condición necesaria para la democracia, provocaron una pérdida de credibilidad en aquellos territorios y sectores más golpeados por la desindustrialización, la precarización y la financiarización de la economía.
Después vinieron las grandes sacudidas: la crisis de 2008, la pandemia, la guerra y ahora el rearme y la militarización de Europa. El Estado regresa como actor central y la socialdemocracia ya no estaba ahí, había cedido todo el campo a una derecha que ha sabido apropiarse de las demandas populares con un relato reaccionario. Su declive no es coyuntural ni, en mi opinión, reversible a corto plazo.
¿Le preocupa que en España se entre en un ciclo de gobiernos de derecha con la ultraderecha?
Sí, me preocupa profundamente. Lo que está en juego es, a mi juicio, un cambio de régimen, la consolidación de una nueva forma de Estado que podríamos llamar “democracia militante”: un régimen que, en nombre de la defensa del orden democrático, restringe la propia democracia, clausura espacios de disenso y excluye del juego político a quienes cuestionan el consenso neoliberal y atlantista. Este nuevo régimen, que ya asoma en algunos países europeos, combina, por un lado, un Estado fuerte en su dimensión represiva y político-militar, y por otro, privatizaciones masivas, reducciones de impuestos y retirada sistemática del Estado de la esfera económica y social. Por eso me parece tan urgente la construcción de un tercer espacio que se oponga frontalmente a esta deriva autoritaria y defienda un modelo de sociedad basado en la justicia social, la soberanía popular y el respeto efectivo a los derechos y libertades.
¿Le gustaría volver a la primera línea política en algún momento?
Nunca me he ido de la política. Para mí no fue una ocupación profesional. La política son ideas, son valores, es una determinada mirada sobre la sociedad y un compromiso con la transformación del presente. Sigo aportando desde donde puedo y jamás renunciaré a mis convicciones.
LA VANGUARDIA
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