Isabel Díaz Ayuso
se ha marchado a Rascafría,
a una finca tuya y mía,
La presidenta repuso
que se fue al supermercado
para comprar un bocado,
mercado de Covirán,
unas viandas, leche y pan,
carnes y algún congelado.
Que la gente del poblado,
consciente de la importancia
de tan honorable estancia,
le recibió con agrado,
apenas hubo un enfado,
el de siempre, del sanchismo,
ese falso feminismo
que está rompiendo su España,
pero que ya a nadie engaña,
porque sólo es comunismo.
Armada de pico y pala
la presidenta plantó
un árbol, luego comió,
en merendero y recala
una merienda de gala,
muy cerca del monasterio
de clausura y de misterio,
con presencia del abad,
que le enseñó la heredad
y comió del refrigerio.
Y la virgen del Paular,
a la embajada pepera
le enseñó desde la Esfera
una imagen singular,
mientras se oía cantar
el canto del gregoriano.
El monje extendió la mano
e impartió la bendición,
llamando a la conversión
de Ayuso, novio y hermano.
En un posado robado
mosén y la comitiva
muestran ya la consabida
imagen de apostolado,
de tenerlo todo atado,
en favor de la derecha.
Gentes de mirada estrecha
que invocan al dios del cielo,
mientras dominan el suelo
y el poder que manipulan.
Rezan y lo disimulan
pero su fe es un camelo.
No sé si habéis observado
que una brigada morada,
sonriente, uniformada,
hace corte al purpurado,
que, por cierto, va de lado,
pues tiene a la lideresa,
con palmito de princesa,
presidiendo la jornada,
cual ministra de jornada
en el centro de la mesa.
Con esas piernas al aire,
que enseña alegre la moza
piensa el clero mientras goza,
pues las luce con donaire.
La moza suelta un desaire
de los suyos, por la fruta,
se le nota que disfruta
y pone nervioso al fraile.
En Rascafría no hay baile
y fruta se dice puta.
DdA, XXI/6050
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