Francisco Álvarez Velasco
EL REGATO DE LA MEMORIA
Ni siquiera es un arroyo,
pero corren por él aguas cristalinas:
el amor de los abuelos
Josefa y Magdalena.
El abuelo Manuel
tenía un pozo con truchas;
yo guardaba las migas de la hogaza para ellas;
y un llagar inmenso
donde los primos y las primas jugábamos al "esconderite"
hasta que la abuela nos llamaba a la merienda.
La abuela Magdalena
era muy generosa
y en las matanzas
reservaba chorizos
para los pobres
que llegaban con un saco.
Una tarde llamaron a la puerta
dos monjitas;
pedían ayuda
para reconstruir las iglesias que había quemado los rojos.
Abuelo Manuel les dijo:
-Soy ateo y rojo,
pero os doy, hermanas,
un pico y una pala para las obras.
Las hermanitas salieron corriendo y haciéndose mil cruces.
Ah, me olvidaba del mastín León, que me dejaba cabalgarlo.
Abuelo Félix, cuando las nevadonas,
se ponía sus botas con leguis
y subía al monte a seguir el rastro de las liebres.
Yo le acompañaba con la perra Lola.
A la vuelta, abuela Josefa
nos tenía preparadas a los tres
sopas de hogaza con vino.
Abuela siempre estaba con la rueca
o tejiendo calcetines, gorros y bufandas
para los treinta nietos.
Cuando cosía,
yo le enhebraba la aguja.
Estás son algunas aguas
del regato de la memoria.
DdA, XXI/6.043
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