León vive una de las etapas más difíciles de su historia contemporánea. No se trata de una crisis coyuntural, sino de un proceso largo y doloroso de decadencia, despoblación, empobrecimiento y abandono institucional. Esta situación tiene raíces varias, pero uno de los principales factores que la explican es la pertenencia forzosa a una estructura político-administrativa CyL, creada sin consulta ciudadana ni base histórica, que ha demostrado ser ineficaz, injusta y desequilibrada para los intereses de León.
Juan Pedro Aparicio
Dice el filósofo que «a veces basta con un ladrillo flojo para que todo el templo caiga». Y aquí, en España, en nuestro templo de la autonomías hay un ladrillo no solo flojo sino fuera de sitio.
Me refiero a León. Un pueblo que ha demostrado, a lo largo de su historia, una profunda vocación de respeto por la ley, por el orden institucional y por los valores de la convivencia democrática. Esta actitud no es fruto del azar ni de una moda pasajera, sino el resultado de siglos de cultura cívica, de una tradición jurídica sólida y de una identidad política profundamente arraigada. León no solo ha sido testigo de la historia de España, sino protagonista directo de muchos de sus momentos más definitorios. Esta vocación por el orden y la legalidad ha sido reconocida por juristas e historiadores. Florentino Agustín Díez, destacado estudioso de las ordenanzas municipales leonesas, supo apreciar el entramado normativo que organizaba la vida de nuestras villas y ciudades desde tiempos medievales. Y no fue el único. Cuando Joaquín Costa impulsó la recopilación del derecho consuetudinario español, encomendó a Elías López Morán la tarea de recoger el derecho consuetudinario leonés. Este, impresionado por la riqueza de normas y costumbres vigentes, escribió: «Si desapareciesen todas las leyes de España, podrían los leoneses seguir rigiéndose al amparo de sus costumbres». ¿Y cuáles son esas costumbres?¿Qué tipo de orden se ha practicado históricamente en estas tierras? La respuesta nos remite a una de las formas más puras de participación ciudadana: el concejo abierto. En este modelo, profundamente democrático, cada vecino era convocado a campana tañida para participar directamente en las decisiones colectivas. Se deliberaba en común y se votaba a mano alzada, con voz y voto para todos. Esta práctica no solo anticipaba formas modernas de democracia directa, sino que se convirtió en la semilla de un acontecimiento histórico sin precedentes: las Cortes de León de 1188. En ese año, el Reino de León dio al mundo el primer testimonio documentado de un sistema parlamentario en el que el pueblo estaba representado. Vecinos de las ciudades del reino fueron elegidos para participar junto al rey, el clero y la nobleza en una asamblea decisoria. La Unesco ha reconocido este hecho como el nacimiento del parlamentarismo. Lejos de ser una nota de color, este hito demuestra hasta qué punto León ha sido pionero en los valores de la democracia moderna. Y ese compromiso no ha desaparecido con el tiempo. En el siglo XVI, cuando se produce el levantamiento comunero contra el poder central de Carlos V, León vuelve a mostrar su carácter. La ciudad se alinea con las Comunidades, y los funcionarios imperiales, al proponer represalias, reconocen que, si se castigase a todos los leoneses que apoyaron la revuelta, la ciudad quedaría despoblada. Ese dato, revelador, muestra una vez más el grado de implicación cívica del pueblo leonés. Y no podemos olvidar que, en tiempos más cercanos a nuestros días, un leonés, don Gumersindo de Azcarate, murió siendo presidente de la Institución Libre de Enseñanza, la verdadera llama de la modernidad española, la que alimentó el deseo y la voluntad de una nación que quería aprender a pensar por sí misma. Hoy, sin embargo, León vive una de las etapas más difíciles de su historia contemporánea. No se trata de una crisis coyuntural, sino de un proceso largo y doloroso de decadencia, despoblación, empobrecimiento y abandono institucional. Esta situación tiene raíces varias, pero uno de los principales factores que la explican es la pertenencia forzosa a una estructura político-administrativa CyL, creada sin consulta ciudadana ni base histórica, que ha demostrado ser ineficaz, injusta y desequilibrada para los intereses de León. El problema no es España. Los leoneses no han dejado nunca de sentirse españoles. La identidad nacional está plenamente arraigada en la sociedad leonesa. Tan es así que, si la fusión autonómica con otra región cualquiera, —incluso con la mas improbable y alejada—, hubiera traído prosperidad difícilmente se habría producido el rechazo que ahora hay. Pero lo que ha ocurrido es exactamente lo contrario: desde que León fue incluido en esta autonomía de dudosa constitucionalidad, sus indicadores socioeconómicos han caído sin cesar. Y, lo que es peor, siguen cayendo. Mientras otras provincias y regiones han recibido inversiones estratégicas, modernización de infraestructuras y apoyo institucional, León ha visto cómo se desmantelaban sus redes ferroviarias, cómo se paralizaban proyectos clave como el polígono logístico de Torneros o el corredor atlántico, cómo se reducía su peso político y se marginaba su voz. Todo lo que se ha hecho en León ha sido gracias al esfuerzo local, a la iniciativa ciudadana, al trabajo incansable de personas comprometidas, sin apenas ayuda externa. A pesar de este abandono, los leoneses no han dejado de contribuir con su esfuerzo al conjunto de España cualquiera que sea su lugar de residencia. Han servido como funcionarios, médicos, docentes, ingenieros, militares, empresarios y trabajadores ejemplares en todo el territorio nacional, ahora incluso como futuros astronautas. Han cumplido bien, y lo han hecho con orgullo y responsabilidad. Precisamente por eso, ha llegado el momento de que España cumpla también con León. No se puede construir una España próspera y cohesionada si se ignora el sufrimiento de territorios históricos como León. La riqueza de una nación reside en su diversidad, en su pluralidad de voces, culturas e identidades. León, con su historia, su lengua, su patrimonio y su contribución al proyecto común español, merece ser escuchado y respetado. Por eso, apelamos a la solidaridad de todos. Pedimos que nuestros compatriotas en Asturias, Galicia, Andalucía, Castilla-La Mancha, Aragón, Euskadi, Cataluña, Cantabria, Extremadura y sí, también en Castilla, Murcia y demás comunidades autónomas, comprendan la gravedad de lo que está ocurriendo. Los leoneses no quieren privilegios, quieren equidad. La solución no pasa por fórmulas impuestas ni por discursos de confrontación. Pasa por el reconocimiento de un error estructural: la creación de una comunidad autónoma que ha anulado la identidad leonesa. La historia, la cultura, la geografía, el sentir popular y el principio de eficacia administrativa avalan la necesidad de una autonomía propia para León. Y esa necesidad debe ser debatida con respeto, con altura de miras y con espíritu democrático. Por eso decimos: SOS León. Y se lo decimos a todos los españoles. Esta no es una consigna política. Es una llamada a la conciencia, una alerta sobre una situación crítica, y una invitación a construir juntos una solución. No se puede seguir ignorando una demanda legítima, ampliamente respaldada por la sociedad leonesa, y refrendada por años de evidencia empírica. SOS León significa tender la mano. Significa sumar fuerzas. Significa reconstruir la confianza entre instituciones y ciudadanía. Significa actuar ahora para evitar un daño irreparable. Porque si León cae en la irrelevancia y el abandono definitivo, perderá España una parte muy significativa de su propio ser. Y no deberíamos permitirlo.
DIARIO DE LEON
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