miércoles, 21 de mayo de 2025

NIÑAS COMO CARMELITA LA MONGA RECOGIENDO ALGODÓN EN LA VEGA DEL GUADALQUIVIR

De hoy no pasa. Le voy a decir a Diego Cañamero Valle, cuya biografía política es un ejemplo de coherencia y dignidad ética muy poco común en este país nuestro, que haga memoria y se ponga a escribir recuerdos y vivencias como los que a veces comparte, remontándose en este caso a su niñez, cuando las escuelas de la Vega del Guadalquivir se quedaba vacías para que los alumnos y alumnas acompañaran a sus padres en la recogida del algodón. Con sencillez y concisión de estilo y forma, Diego nos transmite lo vivido con la emoción de lo que perdura en la memoria y necesita hacerse voz para que se escuche:



Diego Cañamero

Hace unos días, cuando acudí a mi cita con el dentista, coincidí con una compañera llamada Carmen Borrego Jiménez, su apodo es "Carmelita la monga". Eso del apodo es porque en los pueblos todos tenemos apodos o motes, ese es el DNI popular, así es como nos identificamos mejor.
Conversando con ella, retrocedimos al año 1967. Ese mismo año, su familia y la mía coincidimos en la recolección de algodón en un cortijo que se llama el "Rancho del policía", que está cerca de BRENES (Sevilla). En este año, ella tenía 4 añitos y yo 11 y recuerdo que sus padres se la tenían que llevar a ella y a su hermana más chica al tajo de trabajo porque no tenían con quién dejarla para que la cuidaran mientras trabajaban. Cuando lloraba, su tía María ("Mariquita la laera") se la montaba encima de su espalda y, con ella en lo alto, seguía recolectando algodón. Como por las mañanas hacía mucho frío, nuestros padres hacían una candela para que nos calentáramos. Yo, con 11 años, tenía que recoger algodón, y ya llevaba tres años trabajando... pero el frío de las mañanas me paralizaba las manos, los dedos no los podía mover, la brisa te quemaba los labios y hacía que las lágrimas bajaran por tus mejillas hasta llegar al suelo. Mi padre, que era consciente de que si no entraba en calor no podía coger algodón, preparaba un cubo de chapa y echaba el rescoldo de la candela para que yo me fuera calentando las manos.
En esa época, en muchos pueblos cercanos al bajo y a la Vega del Guadalquivir, los colegios se quedaban vacíos ya que, los niños y niñas tenían que acompañar a sus padres y madres, bien para recoger algodón o por no tener con quién dejarlos mientras. En el caso de mi familia, los más grandecitos nos íbamos con mi padre y los más pequeños se quedaban en el pueblo con mi madre.
Una vez terminada la jornada, cuando llegábamos al cortijo, no había ni agua para lavarse, aunque la verdad es que con el frío tampoco queríamos lavarnos. Al llegar la noche, nos alumbrábamos con un carburo. El sitio donde dormíamos era un almacén de uralitas y cada familia cortábamos con sacos vacíos el trozo de cada vivienda, recuerdo que los colchones de paja los situábamos encima de sacos de maíz y de noche venían las ratas a comer el grano y andaban por encima nuestra. Tuvimos que quitar los sacos de maíz y poner los colchones en el suelo.
Toda esa ropa de algodón que ha sido utilizada para cobijar, arropar o vestir a millones de personas, las marcas de esa ropa de algodón no son ni Zara ni esas grandes multinacionales. Esas están marcadas con el nombre de "Carmelita la monga" y de miles de niños/as que tuvieron que abandonar los colegios, y sufrieron los fríos y derramaron lágrimas en esas besanas que, en esa época, se convertían en una especie de manto blanco, pero lleno de sufrimiento para unos zagales/as que cambiaban las muñecas y los balones por las moñas de algodón.

DdA, XXI/5.993

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