sábado, 17 de mayo de 2025

LA CULTURA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO



Félix Población

No es preciso mencionar expresamente la localidad. Baste con decir que se trata de un lugar de la España abandonada (vaciada según algunos), otrora municipio de una comarca minera del norte de España. Allí, desde hace no pocos años, se viene editando una revista cultural con periodicidad semestral, a cuyos promotores hay que felicitar porque toda iniciativa de ese tipo es digna de consideración y respeto. Sobre todo, cuando se pertenece a esa España abandonada en la que tanto cuesta mantener un ánimo mínimamente emprendedor. Sin embargo, con ser esa comarca en el pasado muy activa sindicalmente por asentarse en ella algunas explotaciones mineras, me ha llamado la atención que quienes editan esa revista con una tirada de un millar de ejemplares, renuncian a que la publicación tenga carácter político, entendiendo acaso por tal calificativo una determinada dependencia ideológica. Cuando se promueve un servicio cultural a una comunidad, con una población total que supera los 3.000 habitantes, el propio hecho de ser un servicio cultural implica un compromiso social y político con esa comunidad. A no ser -me falta haber leído la revista para comprobarlo- que hacer públicas las necesidades, inquietudes, carencias o insuficiencias de esa comunidad (sanitarias, educacionales, de comunicación y demás servicios públicos) no tengan espacio en la publicación, bien sea para reclamarlas, debatirlas o escribir sobre ellas. Una revista asépticamente cultural, a la usanza del viejo régimen, no es lo más recomendable ni provechoso para una comunidad. Mucho menos en esa España abandonada, que si lo es se debe, entre otras cosas, al membrete apolítico que se le da a iniciativas como la comentada. Todo es cultura y todo es política en una sociedad cívicamente avanzada, cuyo objetivo debe ser siempre el del progreso y no el del estancamiento. La cultura, como la poesía, ha de ser un arma cargada de futuro, algo que bien se merecen las despobladas comarcas mineras de España. Bien lo dijo el inolvidable Gabriel Celaya, cuyos versos deben caber en todas las revistas culturales que se hacen en este país:

La poesía es un arma cargada de futuro

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.

Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos. 

DdA, XXI/5.990

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