
La Universidad de Salamanca (USAL) ha presentado este martes un proyecto que ha impulsado para convertir a Miguel de Unamuno en un avatar digital con Inteligencia Artificial (IA), una iniciativa que está todavía en la fase de prototipo. El responsable y principal promotor del proyecto es el profesor Ángel Lozano, quien ha desgranado los detalles de tal idea ante los medios de comunicación frente a la Casa-Museo Unamuno de Salamanca. Noticia de ayer, ciento veinte años después de que don Miguel publicara Vida de don Quijote y Sancho.
Félix Población
Como nos ha recordado el Instituto Cervantes, este año se cumplen 120 de la publicación de la primera edición del libro de Miguel de Unamuno Vida de don Quijote y Sancho, circunstancia que ocurrió cuando se cumplía el tercer centenario de la publicación de la novela de Miguel de Cervantes, en 1905. Bien es cierto que como el propio Unamuno escribe en el prólogo, con motivo de la tercera edición, publicada 23 años más tarde, el hecho no coincidió de propósito con el tercer centenario, sino por acaso. Este prólogo lo firma el autor en el destierro de Hendaya que le impuso el dictador Miguel Primo de Rivera -por el que sentía una leal abominación- tras cuatro años de expatriación de mi pobre España esclavizada. Don Miguel hace constar en este breve texto que la obra ya ha sido traducida al italiano, inglés y alemán. Este será el mismo prólogo que llevará la cuarta edición, cuando Unamuno ya ha sido recibido multitudinariamente en Salamanca, finaliza el año 1930 y va a ser protagonista unos meses más tarde, desde el balcón del Ayuntamiento en la gran Plaza Mayor plateresca, de la proclamación de la Segunda República, con la que finalmente se enemistará. Yo no leí ese prólogo de la tercera edición cuando de adolescente compré, en la librería Cervantes de la calle Corrida de Gijón, la correspondiente a aquellos años de la colección Austral, al tiempo que adquiría también las Poesías Completas de Antonio Machado en esa misma colección y que no eran completas. Lamentablemente, las mudanzas de la vida me dejaron sin aquel ejemplar. Fueron esos dos libros muy importantes en mi vida y muy comentados muchas noches, hasta la madrugada, con mi amigo mayor Antonio Torres Gil, hijo y nieto de libreros, que estudiaba ingeniería industrial y me ayudó a desentrañar el poema de Lorca La monja borda alhelíes. Podría asegurar que a partir de esos dos libros me inicié como lector pertinaz a lo largo de más de medio siglo, sin dejar de experimentar, cada vez que tengo entre manos un buen libro -ahora tengo tres sobre la mesa y esta no es una noticia habitual-, esa juvenil sensación de sentir la inquietud intelectual y celebrar las ideas y las palabras, las sensaciones y las reflexiones que me procuran sus páginas, como si con cada nuevo título tuviera por delante una de las razones de más vital apego a la existencia. El prólogo de Unamuno para aquella edición de Austral decía lo que copio a continuación, sin imaginar entonces que muchos años más tarde yo iba a residir en la misma ciudad en la que su autor vivió y falleció en extrañas circunstancias, arrestado en su domicilio por las tropas sublevadas a las que en principio había respaldado y en medio de una crudelísima guerra civil, tal como le había ocurrido en Bilbao al nacer. Lo primero que escuché de una anciana profesora sobre Unamuno en Salamanca, hace más de treinta años, es que su muerte no fue como dijeron y secuestraron los vencedores, y es que a los vencedores les comenzaba a estorbar don Miguel desde el momento en que les dijo un 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de la que era rector repuesto por los vencedores, que no le convencían:
“Me
preguntas si sé la manera de desencadenar un delirio, un vértigo, una locura
cualquiera sobre estas pobres muchedumbres ordenadas y tranquilas que nacen,
comen, duermen, se reproducen y mueren”.
“Ante
un acto cualquiera de generosidad, de heroísmo, de locura, a todos estos
estúpidos bachilleres, curas y barberos de hoy no se les ocurre sino
preguntarse: ¿por qué lo hará?… Las cosas se hicieron primero, su para qué
después… No hay porvenir, nunca hay porvenir. El verdadero porvenir es hoy. No
hay mañana. ¿Qué es de nosotros hoy, ahora? Esta es la única cuestión”.
“¿Por
qué haces eso? ¿Preguntó acaso nunca Sancho por qué hacía Don Quijote las cosas
que hacía?”.
“Creo
que se puede ir a rescatar el sepulcro de Don Quijote del poder de los
bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado. Creo
que se puede ir a rescatar el sepulcro del Caballero de la Locura del poder de
los hidalgos de la Razón… Lo guardan para que el Caballero no resucite.”
“¿No
crees que hay por ahí muchas almas solitarias a las que el corazón les pide
alguna barbaridad, algo de que revienten? Ve a ver si logras juntarlas y formar
escuadrón con ellas y ponernos en marcha a rescatar el sepulcro que, gracias a
Dios, no sabemos dónde está. Ya nos lo dirá la estrella refulgente y sonora.”
“Los
esclavizadores saben bien que mientras está el esclavo cantando a la libertad
se consuela de su esclavitud y no piensa en romper sus cadenas. Procura vivir
dominado por una pasión cualquiera. Sólo los apasionados llevan a cabo obras
duraderas y fecundas… Te consume una fiebre incesante, una sed de océanos
insondables y sin riberas, un hambre de universos, y la morriña de eternidad…
Ponte en marcha solo. Todos los demás solitarios irán a tu lado, aunque no los
veas…”.
“Pero
¿no te parece que en vez de ir a buscar el sepulcro de Don Quijote y rescatarlo
de bachilleres, curas, barberos, canónigos y duques, deberíamos ir a buscar el
sepulcro de Dios y rescatarlo de creyentes e incrédulos, de ateos y deístas,
que lo ocupan… y esperar allí a que resucite y nos salve de la nada?”.
DdA, XXI/5.948
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