lunes, 7 de abril de 2025

CÉSAR VALLEJO, TRADUCTOR EN MADRID Y DRAMATURGO FRUSTRADO

César Vallejo con González Ruano

Félix Población

Advierto de antemano que la entrevista no satisfará a los lectores del poeta, tal como me ocurrió a mí, que leí por primera vez a Vallejo el día en que Francisco Vizoso, mi recordado profesor de Latín en el instituto Jovellanos de Gijón, nos leyó Me moriré en París con aguacero

Después de recordarnos que en una anterior interviú estuvo con el poeta Vicente Huidobro, el periodista César González Ruano publica la que mantuvo con Vallejo en el Café Recoletos el 27 de enero de 1931 en el mismo diario, Heraldo de Madrid, un mes más tarde de la llegada de Vallejo a Madrid el 30 de diciembre de 1930, acompañado de quien luego sería su esposa Georgette Philippart, a la que conoció en París, adonde el poeta peruano llegó en 1923. De González Ruano, escritor sin fortuna en todos los géneros y periodista fecundo con 30.000 artículos en su haber, según Manuel Alcántara Porras (otro prolífico columnista a lo largo de sesenta años), decían los libreros de viejo que lo notaban más obeso a la salida que a la entrada de sus locales, cleptomanía a la que también alude su compañero de tertulia ultraísta Rafael Cansinos Assens.

Aunque Ruano no nos da detalles en la interviú de lo que hace en Madrid César Vallejo ni de lo que pretende hasta que regrese a París a principios de 1932, sí sabemos que meses antes, en un viaje previo a España, había publicado su poemario Trilce con prólogo de José Bergamín y Gerardo Diego, y que ya residiendo en Madrid, muy cerca del parque del Retiro, frecuentó la amistad de algunos poetas de la Generación del 27, y que fue igualmente un tertuliano más en las reuniones literarias del café La Granja del Henar. 

También sabemos que a los pocos meses de su llegada publicó su novela El tungsteno, que pasó desapercibida. No ocurrió lo mismo con sus crónicas periodísticas, fruto de un viaje a Moscú y que tituló Rusia en 1931, el único de los libros en realidad que tuvo repercusión entonces. Lo más destacable, aparte de otras obras sin ningún eco público como El arte y la revolución o Rusia ante el segundo plan quinquenal, fue el intento por parte de su amigo García Lorca de que Lock-out, un libreto de teatro social del poeta peruano, se estrenara en alguno de los teatros madrileños. No pudo ser y hasta donde yo sé no creo que se haya representado nunca en España. 

También, para hacer frente a los gastos de su estancia en Madrid a lo largo de un año, el poeta peruano tradujo varias novelas del francés, ocupación con la que se ganaba la vida en  París, traduciéndolas en este caso los libros al español. De todo su trabajo literario entonces da cuenta el investigador Rogelio Oré en un artículo publicado en 2018 en la Revista de Investigación de Instituto de Estudios Vallejianos, en donde también se nos dan a conocer algunas particularidades de su esposa francesa.

La entrevista publicada en el diario Heraldo de Madrid forma parte de la serie que hizo César González Ruano bajo el título general Los americanos de París, resaltando en el subtitular que Trilce fuera un libro para el que hizo falta inventar la palabra de su título. El periodista madrileño describe al poeta como un hombre "muy moreno, con nariz de boxeador y gomina en el pelo, cuya risa tortura en cicatrices el rostro y habla con la misma precisión que escribe". 



La entradilla a la interviú es larga y una tanto pedante. Tras elogiar su poesía, Ruano pasa a hacer lo propio con la cultura del entrevistado: "Desde la primera poesía comprendí que no era el montañés peruano que me querían presentar algunos, creyendo favorecerle con la simulación de un poeta adánico, cazado en lazo de auroras en la serranía donde él comía soles, ignorando que sus zapatos eran de charol. No, no ¡No! Yo veía en él las conchas de la experiencia, la cultura del sufrimiento, la fosfatina poética convertida en la mermelada del hombre de los grandes hoteles de la tierra, que sabe que la luna no tiene nada que ver con la Luna de Montparnasse. Un hombre, en fin, que sabía pelar la naranja de sus versos sin poner los dedos en ella". 

Esta es la entrevista, publicada en la última página del diario madrileño, en la que, como les ocurre a no pocos periodistas de la época -sobre todo al hablar con literatos-, más parece que el entrevistador pretende protagonizar consigo mismo lo que con el entrevistado no alcanza. Cabe la posibilidad de que al poeta peruano no le cayera en gracia su entrevistador, a juzgar por la concisión de las respuestas y pese a la cercanía con la que los dos hablan, según se aprecia en la fotografía: 

—César Vallejo, ¿a qué viene usted?

—Pues a tomar café.

—¿Cómo empezó a tomar café en su vida?

—Publiqué mi primer libro en Lima. Una recopilación de poemas: Heraldos Negros. Fue el año 1918.

—¿Qué cosas interesantes sucedían en Lima en ese año?

—No sé… Yo publicaba mi libro…, por aquí se terminaba la guerra… No sé.

—¿Qué tipo de poesía hizo usted en sus Heraldos Negros?

—Podría llamarse poesía modernista. Encajaban, sí, en un modernismo español, en un sentido tradicional con lógicas incrustaciones de americanismos.

—¿Recuerda usted…?

Es Abril quien la recuerda:/ Qué estará haciendo ahora mi andina y dulce Rita,/de junco y capulí;/ ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita la sangre,/ como flojo coñac, dentro de mí.

Lo ha recitado César Vallejo mal, muy mal; pero no tan mal que yo no aprecie las excelencias de esta estrofa, que revela -y más si se la mira con el sentido histórico de su fecha- un auténtico poeta. En ella veo, por lo pronto…

—Veo por de pronto, amigo Vallejo, algo importantísimo en un poeta y sin cuya condición no me interesan ni los poetas ni los prosistas ni las locomotoras; la precisa adjetivación: “flojo coñac”.

—La precisión -dice Vallejo- me interesa hasta la obsesión. Si usted me preguntara cuál es mi mayor aspiración en estos momentos, no podría decirle más que esto: la eliminación de toda palabra de existencia accesoria, la expresión pura, que hoy mejor que nunca habría que buscarla en los sustantivos y en los verbos… ¡ya que no se puede renunciar a las palabras!…

—En Trilce, por ejemplo, ¿puede citarme algún verso así?

   Vallejo busca en su libro que yo he traído al café, y elige lo siguiente:

La creada voz rebelase y no quiere/ ser malla, ni amor./ Los novios sean novios en eternidad./ Pues no deis 1, que resonará al infinito./ Y no deis 0, que callará tanto,/ hasta despertar y poner en pie al 1.

—Muy bien. ¿Quiere usted decirme por qué se llama su libro Trilce? ¿Qué quiere decir Trilce?

—Ah, pues Trilce no quiere decir nada. No encontraba, en mi afán, ninguna palabra con dignidad de título, y entonces la inventé: Trilce. ¿No es una palabra hermosa? Pues ya no pensé más: Trilce.

—¿Cuándo llega usted a Europa, a París, Vallejo?

—En 1923, con Trilce publicado el año anterior.

—¿Usted no conocía a los modernos poetas franceses?

—Ni a uno. El ambiente de Lima era otro. Había alguna curiosidad; pero concretamente yo no me había enterado de muchas cosas.

—¿Cómo pudo usted hacer ese libro entonces, ese libro que, incluso como poesía verbalista, pregona conocimientos de toda clase?

—Me di en él sin salto desde los Heraldos Negros. Conocía bien los clásicos castellanos… Pero creo, honradamente, que el poeta tiene un sentido histórico del idioma, que a tientas busca con justeza su expresión.

—¿Qué gente conocía usted en París?

—Poca. Desde luego no busqué escritores. Después encontré a un chileno, Vicente Huidobro, y a un español, Juan Larrea.

(Séame aquí permitido recordar a Juan Larrea, poco o nada conocido de nadie. Gran poeta nuevo. Le conocí en el Archivo Histórico Nacional, donde era archivero. Un día se despidió, abandonó la carrera y dijo que iba a hacer poesía pura a París. Dos o tres años. Se fue a París, diciendo que se iba a hacer poesía pura, y se metió en un pueblo peruano, donde, naturalmente, no se le había perdido nada. Dos años de soledad, de aislamiento. Nunca quiso publicar sus versos. Un día se cansará definitivamente, y diciendo que se va a hacer poesía pura, llegará al limbo de los buenos poetas, donde ángeles desplumados tocan violines de sueño. ¡Gran Larrea!)

—Para terminar, amigo Vallejo, ¿obras inéditas?

—Un drama escénico: Marnpar. Un nuevo libro de poesía.

—¿Qué título?

—Pues… Instituto Central del Trabajo.


DdA, XXI/5.953

No hay comentarios:

Publicar un comentario