La historia reciente de los últimos ciento cincuenta años -escriben los autores del artículo- nos ha mostrado que los sistemas son “inestables” y que existe una relación estrecha entre crisis capitalista, militarización y guerra. La capacidad de acción y actuación sobre esa inestabilidad ha sido determinante para los rápidos y contundentes cambios que se han producido y se producen en las estructuras económicas y de poder en el mundo.
Antonio Fernández, Héctor Illueca, Manolo Monereo, Augusto Zamora
Escritor e historiador
/ Doctor en Derecho y profesor de la Universitat de València
/ Analista político / Profesor de Derecho Internacional Público
Desde hace meses se
habla en los medios de comunicación de prepararse para la guerra, de aumentar
los presupuestos para defensa, de comprar más armamento, de enviar tropas a
Ucrania. En las últimas semanas se ha producido una aceleración en los
contenidos e intensidad de estos discursos y mensajes en el ámbito de la Unión
Europea, a la par con las declaraciones e intervenciones del Presidente de los
EEUU y de las personas más representativas de su nuevo Gobierno.
Sin ir más lejos, el
“honorable” presidente de la V República Francesa dice que ofrece su paraguas
nuclear para proteger a Europa (con misiles un poco anticuados y oxidados, la
verdad) y con él, quizá envalentonados por los misiles franceses, los jefes de
Gobierno de numerosos países europeos afirman que están dispuestos a enviar
tropas a Ucrania.
Siguiendo el ejemplo
de sus homólogos (palabra que siempre queda bien), que no iguales, el
presidente del Gobierno del Reino de España dice que también se suma a esas
iniciativas, imprescindibles para garantizar la seguridad europea. Y, a
continuación, todos los representantes del espectro político español, con
alguna excepción, se apuntan a lo de la defensa colectiva europea con el fin de
no quedarse fuera de tan importante misión pacificadora. Por su parte, el
rosario de partidos de la llamada izquierda transversal ha entrado en
confusión, no quedando claro si están en contra o a favor de la OTAN, si de
entrada sí, y de salida no, si apoyan o no el rearme, el envío de tropas a
Ucrania y, en definitiva, la guerra contra Rusia. Con tanto lío y tanta confusión,
ganancia de pescadores. Pero ojo, los pobres no somos los pescadores.
El argumento
principal, dicho de diferentes maneras dependiendo de la boca que lo expresa,
viene a ser que Rusia es una amenaza para Europa y que está lista para invadir
el “jardín europeo” (Borrell dixit) una mañana de estas. Podría ser cierto.
Como no tenemos el don de la adivinación ni el de la predicción del futuro,
conviene mirar la realidad tal como es, huir de la manipulación y evitar un
discurso público que se ha hecho disciplinario hasta impedir cualquier
cuestionamiento de las posturas defendidas por la UE y, hasta hace muy poco
tiempo, por la propia OTAN.
Dicen los políticos en
el “jardín europeo” que Rusia es una amenaza para la seguridad de Europa. Por
cierto, y por poner varios ejemplos ilustrativos, también dijeron que los
serbios eran unos criminales, que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva
y que Gadafi era otro criminal que mataba a su pueblo. Han exprimido al máximo
el mismo argumento. Todo mentira.
Lo que ha hecho
Occidente ha sido destruir y desmantelar los Estados modernos que con grandes
esfuerzos estaban intentando construir sus antiguas colonias, con
universidades, hospitales, carreteras, escuelas, etc. Occidente ha convertido
estas geografías en sufrimiento, sangre, muerte y destrucción, en Estados
fallidos. Todo es ahora un caos en estos territorios que apenas pueden llamarse
países. Todo, menos la extracción de los recursos naturales que salen de forma
organizada y gratuita a sus destinos. Sí, mintieron antes, mienten ahora y
continuarán mintiendo siempre.
Parece que Alemania, Francia y otros países no aprenden de la historia que ellos mismos protagonizaron en los últimos doscientos años. Ni siquiera de la historia del siglo XX, tan inmediatamente próxima. Y nuevamente se embarcan –y nos embarcan al resto– en un conflicto con Rusia. Europa y la OTAN han vuelto a iniciar su “Drang nach Osten”, su “avance hacia el este”, y otra vez vuelven a sonar los mismos nombres, las mismas geografías y los mismos intereses. ¡Qué insistencia!
Además, ahora, de
nuevo, vuelve a estar en juego otra cosa mucho más importante. Otra vez los
pueblos de la periferia capitalista, los pueblos que estaban destinados a ser
abastecedores de recursos naturales, de mano de obra esclava, que estaban
destinados a ser el vertedero de Occidente, han alzado la voz y están
desafiando a sus antiguas metrópolis. De tú a tú. No son todos, el imperialismo
se empleó bien en destrozar a la mayoría, pero aun no siendo todos, sí son lo
suficientemente poderosos y desarrollados para cuestionarle a Occidente sus
normas y su hegemonía. Los viejos territorios coloniales destinados al hambre y
al sufrimiento construyen ahora barcos, submarinos, tractores, coches,
centrales nucleares, ordenadores, aviones, misiles, armas nucleares, naves
espaciales de mejor calidad, en mayor cantidad y sobre todo mucho más
económicas que las poderosas metrópolis. No son todos, pero, por lo que estamos
viendo, esto es sólo el comienzo. Las viejas alianzas militares y los viejos
“acuerdos” comerciales están siendo radicalmente replanteados y están
cambiando.
Y una cosa
fundamental, la Unión Europea llama a la guerra de forma descarada. Llama a
comprar, a fabricar más armamento. A crear ejércitos para ir nuevamente a la
guerra contra Rusia en Ucrania. Pero hay algo que no nos dicen, que no nos
cuentan. En las películas de guerra, en las noticias del telediario, en los
informes semanales, la guerra parece lejana e incluso de mentira. Un
espectáculo, un juego en el que da la impresión de que nadie muere de verdad.
Tres minutos de imágenes de guerra seguidas de un programa de recetas de
cocina. Y aquí no pasa nada.
Pero en la guerra de
verdad las personas, mujeres y hombres que van y se encuentran en el frente,
sufren lo indecible. Pasan hambre, frío, sed, son tiroteados, bombardeados,
resultan heridos con balas o metralla que les destroza las piernas o los
brazos, que les vacían el vientre esparciendo a los cuatro vientos los
intestinos o les revientan la caja torácica o les arrancan de cuajo la cabeza.
Eso es lo que de verdad ocurre en las guerras. Eso ocurre ahora en los frentes
de Ucrania donde la población de un país está siendo inmolada para salvaguardar
los intereses del viejo “jardín europeo”.
Pero no sólo sufren
las personas que están en la línea de frente. Mueren y son heridas las personas
que se encuentran lejos, en sus pueblos y ciudades, cuando están descansando en
casa o comprando en el supermercado.
Y otra cosa, de la
guerra no siempre se vuelve. Muchos desaparecen volatilizados en las
explosiones, unos vuelven destrozados en ataúdes precintados, otros vuelven
vivos pero también destrozados, sin piernas, brazos o sin mandíbula o
ciegos o medio locos por lo vivido. Así volverán los jóvenes europeos y
españoles que vayan a esta o cualquier otra guerra. Destrozados. ¿Para eso las
familias de los trabajadores han criado a sus hijas e hijos? ¿Para que mueran
como perros rabiosos, inmolados por los intereses de unas élites desaprensivas
que no enviarán ni a uno solo de sus hijos a la matanza? Después de la guerra
los pobres seguirán siendo pobres, pero además con la angustia de los hijos
perdidos y destrozados.
Cuando oímos a nuestro
presidente del Gobierno y a sus ministros hablar con tanta alegría y
despreocupación del rearme, de aumentar el gasto militar y de enviar tropas a
Ucrania, nos crece la indignación hasta lo imposible. Pero es que cuando vemos
a los líderes de la izquierda transversal callar ante las políticas belicistas,
o lo que es peor, justificarlas con tanta ligereza, la indignación se convierte
en rabia absoluta. La pena es que esto se puede llevar por delante lo que queda
de una izquierda inmersa en un proceso de profunda debilidad política y
organizativa. Esta irresponsabilidad ante una guerra que, de producirse, será
nuclear, debería llevar a una reflexión de fondo sobre la política, el programa
y la identidad de na izquierda social y cultural comprometida con el
socialismo y la superación del capitalismo.
Finalmente, hay un
hilo conductor entre el conflicto de Ucrania y el genocidio del pueblo
palestino: ambos constituyen la respuesta de Occidente a los cambios que se
están produciendo en el mundo, su rechazo a un proceso irreversible que nos
lleva hacia un orden multipolar, policéntrico, en el que EEUU ya no puede
mantener su hegemonía económica, política y militar. Si algo está poniendo de
manifiesto la masacre de Gaza es que EEUU y sus vasallos europeos necesitan
controlar Oriente Próximo, y que el Estado de Israel no es más que su
instrumento político-militar en la zona.
Cuando Karl Marx
escribía sus textos y teorizaba sobre el capitalismo y la lucha de clases, lo
hacía entendiendo el mundo como un conjunto de sistemas estables que tenían que
acabar sus ciclos para que maduraran las condiciones del cambio, de la revolución.
Sin embargo, la historia reciente de los últimos ciento cincuenta años nos ha
mostrado que los sistemas son “inestables” y que existe una relación estrecha
entre crisis capitalista, militarización y guerra. La capacidad de acción y
actuación sobre esa inestabilidad ha sido determinante para los rápidos y
contundentes cambios que se han producido y se producen en las estructuras
económicas y de poder en el mundo.
Ahora, con la guerra
contra Rusia en Ucrania volvemos a entrar en una aguda situación de
“inestabilidad de los sistemas”. Para actuar sobre esa inestabilidad hay que
prepararse sin perder tiempo. Le toca el turno a esta generación.
DdA, XXI/5.950
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