Alejandro Álvarez
Al disolverse la Unión Soviética en 1991, George Bush aseguró Mijaíl Gorbachov que la OTAN no se expandiría hacia el este y, a cambio, la URSS accedía a la unificación alemana con las condiciones que tenía la República Federal Alemana, es decir, dentro de la OTAN. La constancia del acuerdo verbal la certificaron James Baker, secretario de Estado de EE.UU., y el entonces ministro de exteriores de la RFA, Hans-Dietrich Genscher.
Sin embargo, en 1994, Clinton, soñando con un "Nuevo Siglo Americano", viéndose como ganador absoluto de la guerra de fría y seguro de que no tenía rival que pudiera frenar sus ansias de control unipolar del mundo, decidió por su cuenta desmarcarse de ese acuerdo, y en 1999 integró en la OTAN a la unoRepública Checa, Polonia y Hungría.
El entonces presidente ruso, Boris Yeltsin, realizó una protesta puramente formal, a la que todo el Occidente hizo oídos sordos, dado el nulo respeto que se le tenía, y dio por buena la violación del acuerdo y el avance de la OTAN hacia países que anteriormente habían pertenecido al Pacto de Varsovia. Rusia era entonces un país muy débil, casi en descomposición, y carecía de una mínima capacidad para que sus protestas fueran escuchadas y respetadas.
En ese marco, en 2004, con Putin ya como presidente de Rusia, pero aún con muy poca influencia en el ámbito internacional tras el hundimiento de la URSS y con un país económica y políticamente débil, la OTAN siguió expandiéndose hacia el este e incorporó a Estonia, Letonia, Lituania, Bulgaria, Romania, Eslovenia y Eslovaquia.
En ese momento, Rusia manifestó su total rechazo y en 2007 Putin pidió que se parase ese avance, que ya era suficiente, una petición que fue totalmente ignorada por EE.UU. y sus subordinados europeos, seguros de que Rusia no tenía capacidad para ir más allá de la simple protesta.
Los planes de EE.UU., siguiendo con el sueño de dominar el mundo, para lo cual es imprescindible controlar el corazón continental euroasiático, es decir, Rusia, seguían avanzando, con bases militares en varios países asiáticos ex soviéticos, y en 2008 la OTAN decidió iniciar los pasos para incorporar a Ucrania y Georgia, países limítrofes con Rusia, con un alto porcentaje de población rusa y con la sociedad muy dividida sobre esa propuesta. Para ello EE.UU. comienza a dar secretamente los primeros pasos para lograr gobiernos favorables a sus intereses y que pudiera poner bajo su tutela.
En la misma línea de control imperialista, en 2010 EEUU instaló misiles en Polonia y Rumania, sin la más mínima consideración a lo que se había acordado en 1994, un acuerdo que, tras los pasos que se habían dado en los años anteriores, ya ni se consideraba, pues EE.UU. estaba convencido de que la violación del mismo no tendría nunca consecuencias, considerando que Rusia no iba a responder.
Ese mismo año 2010, Viktor Yanukovick gana unas elecciones presidenciales ucranianas, avaladas por los observadores internacionales, con un programa que prometía neutralidad entre Rusia y la OTAN. La propuesta que llevaba en su programa Yanukovich excluía que Ucrania entrara en la coalición militar dirigida por USA, algo que no gustó en EE.UU., de ahí el plan para derrocarlo y los acontecimientos que tendrían lugar más adelante, con los sucesos de la plaza del Maidan promovidos por los americanos.
Hasta 2014 Rusia y Ucrania mantenían un acuerdo por el que Rusia pagaba un arriendo por el uso de la base de Sebastopol, en Crimea, una zona de población rusa que había pertenecido a Rusia desde el siglo XVIII, pero que el líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Nikita Khrushchev, había cedido a Ucrania en 1954. Esta península siguió bajo mandato ucraniano tras la desaparición de la URSS hasta 2014, cuando, tras el golpe del Maidan contra Yanukovich, Rusia se anexiona Crimea tras un referéndum en el que el 80% de la ciudadanía de Crimea, después de la violencia ejercida por si nazis ucranianos en ese territorio, manifiesta su deseo de incorporarse a Rusia.
Durante ese tiempo, deseoso de modificar la situación e imponer un gobierno en Ucrania favorable a sus intereses, EEUU maniobra para derrocar a Yanukovich y lo logra con la llamada revolución del Maidan, una intervención estadounidense que quedó totalmente probada con la famosa y escandalosa llamada entre Victoria Nuland (responsable estadounidense para Europa del este) y el embajador americano en Ucrania, Geoffrey Pyatt, una llamada grabada que salió en todos los medios.
El nuevo gobierno, elegido fundamentalmente por Victoria Nuland y apoyado por los nazis del batallón Azov, seguidor del nazi ucraniano Stepán Bándera, inició una dura persecución de los partidos de izquierdas y de la cultura y la lengua rusas, absolutamente mayoritarias en el este de Ucrania, lo que provocó un conflicto bélico en esas zonas (Dombás).
Sobre dicho conflicto se llegó al acuerdo de Minsk, en el que se estableció la autonomía para las regiones rusoparlantes del este de Ucrania, firmado por Ucrania, Rusia y la OSCE, con la mediación de Francia (F. Holland) y Alemania (A. Merkel) tras las aplastantes derrotas sufridas por las fuerzas ucranianas en la zona.
Pero la nueva Ucrania, controlada por USA y con la aquiescencia de Alemania y Francia, no tenía intención de respetar el acuerdo, sino tomarlo como tiempo ganado para armarse fuertemente con la ayuda de los países occidentales, como confesó Merkel. Entretanto, el gobierno de este país, con Zelenski como presidente, masacró a miles de ciudadanos rusoparlantes y dictó leyes prohibiendo la lengua rusa y los partidos de izquierdas, así como leyes racistas que dejaban fuera de determinados derechos a los rusos ucranianos.
Avanzando en su política de provocación, en 2022 EEUU proclamó su derecho a poner misiles "dondequiera" en Ucrania, y Blinken, secretario de Estado de USA advirtió a Lavrov, ministro de exteriores de Rusia, que EEUU pondría sistemas de misiles en cualquier lugar de Europa y en Ucrania.
Con la incorporación de Ucrania a la OTAN, más la intención de meter a Georgia, junto a las ya incorporadas Rumania, Bulgaria y Turquía, EE.UU. conseguiría bloquear totalmente a Rusia en el Mar Negro.
En esa situación, considerada por Rusia como casus belli, lo mismo que en el año 1962 había hecho EE.UU., cuando la URSS instaló misiles en Cuba y estuvo a punto de estallar una guerra nuclear, Putin decidió invadir Ucrania el 24 de febrero de 2022, con la intención, dijo, de impedir la entrada de Ucrania en la OTAN, desnazificar ese país y obligar a Zelensky a firmar la neutralidad.
Dos semanas después, el 10 de marzo, los ministros de Asuntos Exteriores de Rusia y Ucrania, Serguéi Lavrov y Dmytró Kuleba, se reunieron en Estambul para negociar un acuerdo de paz. En las negociaciones se llegó a un plan de 15 puntos que garantizaría un alto el fuego y la retirada de los rusos siempre que el gobierno ucraniano se comprometiera a la neutralidad. Pero EE.UU. (Joe Biden) e Inglaterra (Boris Johnson) pidieron o, mejor, impusieron, a Zelensky que no lo firmase y lo empujaron a mantener la guerra. La UE, primero reticente pero sin política propia, terminó aceptando el marco bélico impuesto por EE.UU. y entró de lleno en la guerra con el discurso de que había que defender al agredido frente al agresor (algo que los países de la UE no hacen ni han hecho con Palestina o con el Sáhara). La consecuencia es que finalmente Zelenski no firmó el acuerdo al que había llegado y la guerra continuó, convencido EE.UU. (y la UE siguiendo su estela) de que con toda la batería de sanciones económicas impuestas a Rusia y apoyando fuertemente con armas e inteligencia militar a Ucrania Putin sufriría un desgaste tan fuerte que terminaría cayendo y provocando la caída del gobierno ruso, que podría ser sustituido por uno títere de USA, como en los tiempos de Yelsin para mejor garantizar los intereses imperialistas de USA.
Pero la economía de Rusia resistió mucho mejor de lo que occidente pensaba, en el interior de Rusia Putin controló con firmeza la reducida oposición a la guerra e incrementó su grado de aceptación al recurrir al nacionalismo ruso, que se veía atacado por Occidente y a su presidente como su defensor. Y la guerra vicaria continuó con el total aval de EE.UU. y Europa porque los muertos los ponía Ucrania, usada como instrumento para debilitar a Rusia y provocar un cambio de régimen a las órdenes de la OTAN para después dirigir todas las fuerzas hacia el Pacífico, donde se halla el verdadero peligro para el dominio económico del mundo por parte de EE.UU.: China.
Pero esa guerra no estaba saliendo como se había previsto y Trump decidió dar un giro, acabar con ella y llegar a un acuerdo con Putin beneficioso para ambos: EE.UU. se quedaría con la riqueza de los dos tercios de Ucrania (en especial los metales indispensables para las nuevas tecnologías y las nuevas armas) y a Putin se le entregaría el control del otro tercio.
La UE, descolocada y sin política propia hasta el momento, siguió la senda que le habían marcado, sin saber cómo reajustar la posición ante sus ciudadanos, y, aceptándola sin decirlo, la imposición de aumento sustancial del gasto en defensa, lanzó su apuesta por el fuerte rearme y, a falta de mejor argumento que lo justifique, intenta convencernos de que es necesario porque corremos un serio riesgo de que Putin nos ataque, pues "él es el único que quiere la guerra" , según dijo una representante del PSOE en un programa de televisión.
Durante estos últimos tres años, después de que Biden nos impusiera entrar de lleno en la guerra, los medios de comunicación han demonizado sistemáticamente al presidente ruso y a cualquiera que cuestionara la política belicista de EE.UU. y Europa. Esa demonización se aprovecha ahora para atemorizarnos y convencernos de que hay que gastar mucho en defensa (y habrá que quitarlo de otras necesidades) para defendernos de Satán-Putin. Es la misma estrategia que usó siempre EE.UU. para justificar sus guerras y sus políticas armamentísticas, el enemigo exterior que nos va a atacar: el comunismo, Satán-Sadam, el terrorismo, el narcotráfico,... Ahora el malo, malísimo es Putin, del que uno puede discrepar en casi todo política e ideológicamente (y yo discrepo en casi todo), pero resulta indignante y un insulto a la inteligencia esa construcción del enemigo exterior para justificar políticas antisociales, pero que vienen muy bien a los grandes oligopolios armamentísticos. Nos toman por tontos.
DdA, XXI/5.930
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