jueves, 6 de marzo de 2025

ADMIRABLE LECCIÓN DE PAULA IWASAKI EN "CHAVELA, LA ÚLTIMA CHAMANA"


Valentín Martín

Amagaba la borrasca nocturna al salir del Marquina, donde una arrolladora puesta en escena de "Chavela, la última chamana" había sacado del fútbol hasta al ministro de Cultura. Que un ministro de cultura vaya al teatro no debería ser noticia, como que llueva en primavera, o los señores naranja tengan el corazón metálico y antojos peligrosamente extravagantes de devorar países y gentes para construirse imperios. Lo malo son los monaguillos nacionales que desde aquí ven posibilidades de repetir las loas heroicas de otro Marquina, Eduardo. El escritor se murió dos días después de nacer yo. Del susto.
Camino del suburbio le dije a mi santa que la televisión es una mentira. Me miró con compasión, ya está acostumbrada a excentricidades benignas, y a que cada vez que abro la boca llega Massiel con sus retahílas. Esto último me lo dicen riendo los músicos amigos, antes y después de que Montojo me hiciera un Umbral como la copa de un pino, aunque Ferris niega el caos que se me atribuye.
Me parece que los 9,8 kilómetros del Marquina a mi casa fueron un monólogo que mi santa y el taxista aguantaron como los últimos de Filipinas, una película donde José Nieto impuso a su mujer Nani Fernández para hacer que cantaba la habanera bolero "Yo te diré", cuando la que puso la voz fue María Teresa Valcárcel. Pero mi soliloquio bajo el aguacero estaba justificado. Tenía que decirlo.
Tenía que decir que un actor o una actriz llena la nevera en la televisión. Y sí, hay en ella una expresión artística digna. Pero nada comparable con el sabor a teatro, donde no existen los pájaros de cristal y todo está desnudo como las pasiones o las ebriedades.
Acabábamos de ver a la verdadera Paula Iwasaki en un ejercicio interpretativo vibrante como un grito de gratitud y magisterio.
La lección emotiva y admirable de Paula Iwasaki en "Chavela, la última chamana" te queda en la memoria, incluso en la memoria larga que vendrá después de la sacudida reciente. Paula Iwasaki no sobreactúa en ningún momento, pero en todos roza el placer del techo perfecto donde "aprendes" a Chavela adolescente y muy joven empezando la vida enamorada de las canciones (cómo canta Paula) y de todos los delirios amorosos que acompañaron el camino de la dama del poncho rojo. La gallina de piel, que diría Cruyff, te pone Paula Iwasaki en el Marquina.
En teatro nada es casualidad. Detrás de la explosión de Paula Iwasaki hay mucho estudio y mucho trabajo, pilares de una formación de largo recorrido. Empiezo por decir que es hija de Fernando, un historiador-escritor itinerante al que le sobran los géneros literarios, y que presume de la hipérbole donde anidan continuos y numerosos fracasos amorosos. No hay rastro de fracaso en el amor compartido con Paula por la creación artística y por sus diferentes maneras de búsqueda.
Paula Iwasaki es también hija de su propio esfuerzo -más llevadero si se acompaña del talento- y de Sanchis Sinisterra de quien bebió con el excelente actor Guillermo Serrano la aventura de años y kilómetros con "Ay Carmela". Creo que cuando los vio José interpretar esta obra sobre las ruinas de Belchite decidió escribir para ellos la función "El lugar que rezan las putas". Que una leyenda como Sanchis Sinisterra escriba así una obra habla por los codos de la dimensión interpretativa de ambos.
El andamiaje que sostiene el coro de pujanzas actuales de Paula Iwasaki se sostiene sobre un amplio recorrido por el teatro clásico, imprescindible para subirse a un escenario y poder encender noches como las del Marquina.
Y hablando y hablando sobre la hija de Fernando Iwasaki, no sé si el taxi ha llegado ya al suburbio o está dando vueltas porque al taxista le gusta escuchar estas cerezas más que a la loquera.
Vamos a hacer una pausa y me apeo que es como aprendimos a decir en Madrid los de pueblo cuando llegamos del pueblo.

DdA, XXI5.923

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