Isabelo Herreros
Con motivo
del inicio de las actividades conmemorativas del cincuenta
aniversario de la muerte de Francisco Franco, tirano de España durante casi
cuarenta años, se ha desatado una gran polémica, y no académica
precisamente, sino de índole política, tal y como era previsible. Lo cierto es
que haga lo que haga el gobierno de Pedro Sánchez
siempre tendrá enfrente a toda la oposición, es decir PP y VOX,
y a veces a algunos de sus socios de gobierno, o de investidura. Pero ahí
tenemos el viejo refranero español, y que nos dice desde hace siglos que nunca
llueve a gusto de todos, solo que en este caso la polémica va a durar, cuando
menos, hasta finales de año, pues llegará la concreción en forma de seminarios, conferencias, congresos,
en universidades, ateneos o asociaciones memorialistas, y se reproducirán las
broncas, por ahora solo dialécticas, en ámbitos autonómicos e incluso
municipales.
El anuncio de que se iba a
impulsar la conmemoración de los 50 años sin Franco, se hizo el pasado 10 de
diciembre, en el discurso de cierre del día de la memoria democrática, y que había sido
aplazado por la tragedia de la Dana en Valencia y Albacete. Estuve en el acto,
en el Auditorio Nacional, y me sorprendió que fuese el propio presidente quien
lo introdujera en su intervención y no el ministro del ramo, es decir, Ángel Víctor Torres, que
desempeña la cartera de Política Territorial y Memoria Democrática, y que tiene
el privilegio de ocupar el histórico edificio de Castellana 3, el mismo en el
que desempeñó su cargo de presidente de gobierno Manuel Azaña. El lema escogido para la
conmemoración es el ambiguo y discutible España en libertad, y digo discutible por que si lo que se quiere festejar es la muerte del
tirano y el inicio de la transición a la democracia, no se entiende que se
hable, en el mismo discurso, de medio siglo de democracia.
No, la democracia no empezó en
1975, y, aunque a un político de los de hoy no se le puede pedir que
tenga conocimientos de historia, hay unos mínimos que los asesores que preparan
los discursos en la Moncloa deberían conocer. Me ha extrañado que desde el
ámbito académico más institucional no se haya realizado alguna matización al
respecto.
Lo cierto es que tenemos un problema de
conocimiento de lo que realmente ocurrió en aquellos años,
también con lo que pasó de 1921 a 1939, y que aún hoy se palía un poco con la
memoria familiar, pero las nuevas generaciones, si no lo estudian en la
asignatura de historia pues sencillamente lo ignoran, y, si en casa algún mayor
les explica algo al respecto, pues, como suele ocurrir desde siempre, no se le
pone mucha atención, por ser las batallitas del abuelo.
Quienes vivimos aquellos
años, aunque desde la inconsciencia de la juventud, no tenemos tan claro que en
1975 diese comienzo algo nuevo, pues las cosas son fueron nada fáciles, y
estaba claro que no se pretendía, desde el aún poderoso aparato del Estado franquista,
ir mas allá de unos cambios, un maquillaje, con el anuncio de una monarquía
remozada, para que, como en la célebre novela El gatopardo de Lampedusa, todo siguiera igual.
Recuerdo de aquel año varios conflictos laborales,
saldados con miles de despidos y una represión feroz, con unas cuantas víctimas
mortales, movilizaciones estudiantiles también reprimidas con ferocidad.
También recuerdo a los grupos de extrema derecha
campando por sus respetos, tales como Fuerza Nueva o
Guerrilleros de Cristo Rey, en perfecta camaradería con la Policía Armada o la
Guardia Civil. Estos grupos siguieron operando unos cinco o seis años; sin ir
más lejos, acabo de escuchar un reportaje sobre el asesinato de Yolanda González, una joven
estudiante de 19 años, ocurrido el uno de febrero de 1980. Y no solo en Madrid,
también se les veía en ciudades como Toledo, con sus uniformes azules y
correajes, y con paradas militares cuando visitaba su tierra el fundador, es
decir Blas Piñar.
De otra parte, todo el aparato del Estado franquista,
creado a partir del inicio de la guerra civil, seguía intacto.
Como si nada hubiera pasado, y con Carlos
Arias Navarro de presidente de gobierno y Manuel Fraga de ministro de la
gobernación, ahí seguían las Cortes con sus procuradores por el
tercio familiar o sindical, el Movimiento o partido único, con todo un
ministerio con
delegaciones provinciales a su servicio, el Consejo Nacional del Movimiento,
con la sede en el actual Senado, el Sindicato Vertical con miles de
funcionarios repartidos por toda España, y una larga lista que sería muy
prolijo detallar. Todo eso siguió intacto a lo largo del año 1975, y no había
señales claras de que fuera a haber cambios. Incluso, a comienzos de 1976,
todavía con el mismo gobierno de su Majestad, el nuevo gobernador civil que
vino a Toledo, tras la muerte de Jaime
de Foxá, José Sotillo, un magistrado de trabajo en excedencia,
soltó parecida soflama que sus predecesores, con invocación del 18 de julio de
1936.
La oposición, aún en la
clandestinidad y con sedes partidarias abiertas aún en Francia o México, se
debatía entre plantear la ruptura, o pactar la reforma como a la postre se
hizo. Desde la célebre tromboflebitis del
anciano general en el verano de 1974, agravada por el párkinson que ya padecía,
todo indicaba, a comienzos de 1975, que se aceleraba el final del régimen del
18 de julio, y cito la fecha de inicio de la guerra civil porque así nos lo
recordaban constantemente, incluso con la paga extraordinaria de verano, que
llevaba ese nombre, los ambulatorios también
exhibían en sus fachadas esta denominación, además de la simbología falangista
a la entrada de pueblos y ciudades.
Todos los años, llegada la
fecha identitaria y fundacional del régimen, festiva en el calendario, y de mal
recuerdo para millones de españoles, se realizaban miles de actos a lo largo y ancho de España,
incluido un “besamanos” o “cabezada” en todos los gobiernos civiles y así se
hizo hasta el 18 de julio de 1976, para información de quienes no lo saben. Con
el añadido de grandes eucaristías en las catedrales, y paradas militares en
todas las plazas. El festejo más relevante tenía lugar en la Granja de San
Ildefonso, presidido por el caudillo, con
actuaciones de todas las celebridades del mundo de la “canción española”.
Hay que recordar también que el gobernador civil era también jefe provincial de
Movimiento, es decir del partido único, Falange Tradicionalista y de las JONS.
A ese festejo, que incluía un discurso del jefe provincial, acudían militares y
también las autoridades civiles, religiosas, también jueces y magistrados,
además de empresarios y directores de los bancos con sede en la ciudad. Aquel
de 1975 fue el último acto político relevante del titular de Toledo, Jaime de Foxá, hermano del
escritor Agustín de Foxá,
ambos de la Falange de primera hora. El poeta y diplomático había muerto aún
joven en 1959, aquejado del mal de pasados excesos etílicos, igual suerte
correría su hermano, con parecido diagnóstico, solo que, en febrero de 1976, en plena llegada del
“espíritu del 12 de febrero”. Todo ello sin olvidarnos del
final de traca del caudillo: el fusilamiento de cinco
militantes antifranquistas a finales de septiembre de aquel año.
Se festejó mucho, en ámbitos
privados eso sí, la muerte del tirano, pero aún con mucho miedo, y, sin que
nada nos anunciase, tampoco los insípidos discursos del Rey, que las cosas iban
a cambiar hacia una democracia plena. Seguíamos instalados, o imbuidos, en
aquello de que España era diferente. No, no hubo cambio alguno en 1975, y es por lo mismo que, salvo
mejor explicación, no entiendo la elección de este año de 2025 para conmemorar
medio siglo de libertad, o quizás es que no se quiere escoger
1976, por ser el año en que Adolfo Suárez sí
que apostó, con todo tipo de riesgos, incluso personales y físicos, por un
cambio de verdad, aunque todo tiene matices y, como en el genial final de la
película de Billy Wilder, Con faldas y a lo loco: nadie
es perfecto. Algo parecido dijo don Antonio Machado en su crónica del 14 de
abril de 1931, a través de su heterónimo Juan de Mairena, pero de eso
hablaremos otro día.
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