Este Lazarillo tiene a bien no cortarse, como dice la autora del siguiente artículo, y compartirlo con gusto con sus amistades del Meta mundo, al objeto de que el mayor número de personas abandone ese barco con el que su capitán ha decido romper las bases de la convivencia democrática. Conviene, en palabras de Luengo, dejar solos a esos oligarcas que nos están hundiendo en la peor de las pesadillas. Después de 25 años estudiando los fascismos, la articulista afirma que con gente como el dueño de Meta y otros oligarcas al servicio de Trump, empiezan los fascismos. Es de recordar que también Hitler parecía más bien un payaso o una marioneta de los grandes capitales del mundo, según lo retrató Bertold Brecht en La resistible ascensión de Arturo Ui. ¿Ningún grupo o compañía teatral se va a aprestar a una versión de este libreto con Trump y sus oligarcas en escena? ¿No me negarán que La coyuntura histórica está siendo más que propicia?
Ana Luengo
Viví 16 años en Alemania. Uno de los momentos más extraños que experimenté fue cuando, durante la fiesta del 80 cumpleaños del abuelo de mi entonces marido, mostraron diapositivas de un soldado nazi sonriente, y toda la familia exclamó que qué guapo era el abuelo de joven. Y sí, es verdad, lo era. Mucho. Guapo, joven y nazi.
Todos los miembros de aquella familia de la misma generación habían sido nazis, claro. Seguramente no eran per se unas personas diabólicas, pero sí habían entrado en el juego del nazismo cuando Hitler parecía más bien un payaso o una marioneta de los grandes capitales del momento, tal como lo retrató Bertolt Brecht en La resistible ascensión de Arturo Ui. En ese momento ya no era un chiste la existencia de ese pintor frustrado que consiguió destrozar un continente y la vida de millones de personas de todo el mundo. Pienso a veces en las fotos en blanco y negro de la abuela de mi exmarido, con su trencitas como una buena niña rubia alemana, participante en el Bund Deutscher Mädel. También en los campamentos tipo boy scouts del Hitlerjugend que luego alimentarían las filas del ejército nazi y que también nutrieron a los grupos paramilitares que actuaron contra judíos, gitanos, homosexuales, personas con diversidad funcional y antifascistas.
Solo eran asociaciones sociales, puntos de encuentro de niños y niñas, de familias, de comunidades, pensarían en el momento de entrar y no salirse. ¿Qué tiene de malo?, pensarían algunas personas intentando no detenerse ante lo que les chirriaba cuando las cosas se fueron torciendo.
Entiendo que ahora no es exactamente lo mismo, porque vivimos en otro momento histórico, pero las redes sociales han venido a sustituir de alguna forma otros actos comunitarios y sociales que antes se daban cara a cara. Si hace solo cuatro años, Meta prohibió la propaganda del asalto al capitolio en Washington D.C, en lo que fue un posicionamiento de apoyo a la democracia, ahora le ha dado 25 millones de dólares a Donald Trump para que le perdone haberlo hecho. Ese gesto me parece significativo porque el asalto al Capitolio fue un grotesco golpe de Estado, también muy brechtiano en sí. Querer formar parte de él a posteriori es patético y peligroso, porque significa que puede haber más si hacen falta. Es decir, es una amenaza hacia el futuro.
El dueño de Meta ha decidido darle un viraje aterrador a su forma de manejar nuestra comunicación, nuestras comunidades en la red, las noticias que nos van a llegar a nuestros móviles en cada despertar. En el momento en que ha decidido que no va a cuidar a ningún grupo vulnerable de insultos, mentiras, calumnias y ataques (de nuevo, minorías étnicas, personas LGBTIQ, con diversidad funcional, migrantes, etc) está rechazando las bases de la convivencia democrática. También ha decidido darle muchísimo dinero al hombre que quiere dinamitar la democracia de los EE.UU. desde dentro, supongo que a cambio de más poder. Así comienzan los fascismos, pienso, después de 25 años estudiándolos.
Decidir qué hacer, con quiénes y cómo comunicarnos, a quiénes enriquecer es, al fin y al cabo, nuestra mejor arma para el futuro. No participar en Meta, no darle ni mi perfil, ni mis reflexiones, ni mis chistes, ni mis recuerdos, ni mi tiempo es una forma de resistencia y agencia contra lo que se nos avecina, y una forma de señalar que no en mi nombre. Yo, obviamente, no voy a colgar esto ni en Facebook ni en Instagram, porque ya no los uso, pero si tú aún estás ahí, no te cortes. Sería irónico que lo compartieras con tus amistades en el Meta mundo. Quizá así otra gente también abandone el barco y vayamos dejando solos a esos oligarcas que nos están hundiendo en la peor de las pesadillas.
DdA, XXI/5.902 CTXT
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