Leticia Gondi
Estaba esta mañana inmersa en la lectura de Olga Saratxaga, cuando desde la televisión del inexacto café gijonés donde me hallaba, llegaba a mis oídos apelmazado y todavía legible el runrún de un grupo de tertulianos que acalorados, departían sobre la que un faldón proclamaba «noticia de última hora». Vociferaban como digo, la presentadora y su séquito de cobistas matinales, en torno al tema que ocupaba la crónica de actualidad
Puesto que no había sido herido gravemente, ni siquiera moderadamente [por más que exagerasen el relato lo relatado no pasaba de simple rasguño], el código deontológico de la presentadora le impedía a esta verbalizar tal aseveración.
Algo que no supuso escollo alguno para sembrar, como viene siendo habitual, la alarma social, pues se puede decir sin decir «gravemente» a través del lenguaje no verbal, ya que como todo el mundo sabe o debería saber, para dotar de gravedad un hecho equis que se expone, basta con abrir un punto por encima de lo habitual ojos y boca, elevar las cejas y/o afectar el tono.
Si esto lo acompañas de un futurible dramático al estilo «podría haber perdido un ojo de manera trágica», el titular está servido.
La presentadora etiquetaba como digo de «hecho gravísimo», al hecho de que una gaviota se llevase la galleta que un niño se estaba comiendo en el patio de un colegio, causándole un rasguño superficial en el rostro al alzar aquella el vuelo.
Razón suficiente para crear un debate [de pensamiento único todo sea dicho] prolongado en torno a la media hora, en tanto iba siendo suministrado sobre faldones trufados de titulares tremendistas que versaban acerca de «plagas fuera de control» y «problemática social». Solo les faltó añadir —han probado la sangre y ya no hay nada que hacer al respecto.
Todo esto con una melodía machacona sonando de fondo, de esas que te advierten que algo malo está pasando o está a punto de pasar, mientras un grupo de contertulios con cara de susto enumeraba, ahora sí de manera ordenada, una sarta de mentiras sin ponerse colorados:
—A mí me atacó una bandada de palomas.
—El ayuntamiento de Gijón no tiene plan ni medidas de control de especies.
—Las gaviotas de Gijón entran a tierra para intimidar y sembrar el terror entre los vecinos.
—Las gaviotas transmiten enfermedades y desencadenan epidemias.
—Las gaviotas no tienen miedo al ser humano.
Esto que os cuento quedaría en anécdota, si no fuera porque de esta noticia, pasaron a la de la familia okupa. Valiéndose exactamente de las mismas artes. Presumiendo exactamente del mismo rigor informativo.
*En la fotografía, un grupo de gaviotas aguardan pacientes sobre el tejado de un colegio a que suene la campana del recreo para, de manera coordinada, seleccionar a la presa más vulnerable, acorralarla y sustraerle el almuerzo.
DdA, XXI/5.884
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