Wielopole, Wielopole
Félix Población
Pasada aquella efusiva ebullición del 15 M, hace ya tanto, es muy posible que a la mayoría de los lectores de este modesto diario no les diga nada, como no me lo dijo a mí en principio, el nombre de Francisco Román Oter. Responde al del anciano que el pasado sábado, a la entrada del Teatro Valle Inclán de Madrid (donde se representaba el espectáculo 1936, dirigido por Andrés Lima), repartía unas octavillas en las que se explicaba la ilegalidad histórica de los Borbones al frente de la Jefatura del Estado.
El texto estaba editado por el Colectivo Republicano Tercer Milenio y su distribuidor era Francisco Román. En el escrito se resumía la larga sesión parlamentaria que tuvo lugar el 19 de noviembre de 1931, presidida por Julián Besteiro, y que en la madrugada del día siguiente acordó degradar a Alfonso XIII de todas sus dignidades, derechos y títulos, sin que pueda reivindicarlos jamás ni para él ni para sus sucesores.
La sentencia, aprobada por las Cortes Constituyentes -se nos dice a continuación- no ha sido legalmente derogada, porque es inaceptable un decreto de anulación firmado el 15 de diciembre de 1938 por exgeneral rebelde convertido en dictador por sus cómplices en la traición al Ejército, a la República y a la patria. En consecuencia, los sucesores de Alfonso de Borbón están incapacitados legítimamente para reivindicar ningún título de la monarquía instaurada en 1874 en Sagunto, a consecuencia de la rebelión de otro general traidor a sus juramentos.
Francisco Román Oter tiene hoy noventa años, repartía estas octavillas a pie día tras día a la puerta del teatro y fue El Abuelo del 15 M -según los titulares de algunos periódicos-, el mismo que levantó su voz megáfono en mano entre los miles de jóvenes indignados que se dieron cita y acamparon en la plaza de la Puerta del Sol durante algunas fechas.
En el teatro se representaba 1936, un ambicioso espectáculo de cuatro horas de duración, tan tardío como divulgativamente necesario, que no satisfizo mis expectativas, porque de una función teatral con tal título y asunto habría que salir con algo más que la información difundida según la documentación histórica manejada. El teatro ha de transmitir sobre todo sensaciones y emociones, en este caso las propias de una función nada menos que sobre la guerra brutal que nos tocó muy a fondo y aún nos sigue tocando.
Siempre recordaré las impresiones que me provocó hace muchos años el espectáculo del inolvidable Tadeusz Kantor (1915-1990) Wielopole, Wielopole, que tenía por asunto escénico la terrible primera Guerra Mundial y nos la hacía sentir sin necesidad de echar mano de tantos decibelios contra los oídos del espectador como ocurre en 1936. Eché de menos esas sensaciones de congoja, miedo o desasosiego cuando Kantor y su compañía polaca actuaron en el escenario de la vieja Sala Olimpia, precedente del actual teatro Valle Inclán, creo que en 1986.
DdA, XXI/5.895
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