Félix Población
Llegados a este punto de la
civilización, en el que el ritmo de aceleración y alienación impuesto a buena
parte de quienes forman parte del proceso productivo y consuntivo apenas les
deja tiempo para mirar hacia atrás y atender con la humanidad requerida a sus
mayores -no debemos olvidar nunca a los miles de ancianos desatendidos hasta la
muerte en las residencias madrileñas en los dos primeros meses de la pandemia
de COVID-, China no ha tenido ninguna reserva en proyectar un plan para el
cuidado de los ancianos o personas mayores -según expresión más habitual de
nuestros días- mediante el empleo de robots humanoides.
Ante los grandes desafíos
demográficos del porvenir, con una población que envejece a un ritmo cada vez
más creciente y también menos proclive para poder garantizar la asistencia a
los mayores con personas de carne y hueso, se está considerado hacer uso del
desarrollo tecnológico propio de la época como una herramienta alternativa a
esa asistencia humana.
Se trataría -tal como están
leyendo- de una asistencia humanoide a las personas de edad avanzada. Lo leemos
en el magnífico diario argentino Página/12, que se basa en un informe
publicado el pasado mes, en el que las autoridades de Wuhan, en la provincia de
Hubei, destacaron el uso para dentro de dos años de humanoides diseñados no
sólo para ofrecer compañía a nuestros abuelos y abuelas, sino para monitorear
incluso su estado de salud.
En el informe se apunta
también la probabilidad de usar tecnología de escaneo facial 3D y modelado para
que esos acompañantes humanoides se parezcan lo más posible a los familiares
más allegados a las personas que necesitan esa asistencia, pudiendo incluso
ofrecer una versión más joven de ellos mismos.
Cabe imaginar, si se llega a tales
atenciones deshumanizadas, que otras particularidades de la vida cotidiana de
los humanos habrán experimentado también transformaciones o trastornos no menos
humanoides. La marginación y regresión hace tiempo de la ética y cultura de las
humanidades hace creíble ese porvenir, en el que una de las constantes de las
antiguas culturas -el respeto, cariño y atención a sus mayores- podría quedar
definitivamente colapsada.
De tal futuro es preferible
estar ausente, como por biología quizá me toque, aunque ya tuvimos que soportar
en el tiempo que nos corresponde la posibilidad de esa certidumbre de
deshumanización con el abandono hasta la muerte de nuestros mayores en las
residencias. ¿Habrá justicia para que esta ignominia no quede impune o
avanzaremos aún más hacia ese porvenir de cuidados humanoides?
*Artículo publicado hoyen La Nueva Crónica
DdA, XXI/5.880
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