Lazarillo
Creo que la primera vez que escuché a Atahualpa Yupanki fue en casa de mi compañero y amigo Néstor Norma Derman, residente de aquella en el barrio madrileño de La Latina, con el que mantuve una grata relación profesional y personal en la segunda mitad de los años setenta. Néstor tenía unos cuantos años más que yo y había llegado a Madrid con su mujer española procedente de Argentina, huyendo de la persecución y la represión de los generales, como tantos otros de sus compatriotas. Madrid se llenó entonces de puntos de encuentro nocturnos donde escuchar las voces y los versos de ese exilio, descubriéndonos a los de acá, recién fallecido nuestro dictador, la cultura pisoteada por las dictaduras de allá, primero la argentina y luego la chilena. A muchos nos sentó muy bien aquel aire fresco que despejaba la todavía enranciada atmósfera terminal del franquismo. Alberto Romero me ha recordado hoy este poema de Yupanki que me leyó una tarde de domingo en su casa Néstor, mientras tomaba unos mates en compañía de su esposa María, que había emigrado a Buenos Aires con sus padres leoneses en los años cincuenta. Vaya para ellos desde aquí el recuerdo de este Lazarillo, allá donde estén. Atahualpa seguirá para siempre en mi memoria por haber florecido en la guitarra la cálida madera de su canto.
TIEMPO DEL HOMBRE
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