martes, 31 de diciembre de 2024

...Y FLOREZCO EN GUITARRAS PORQUE FUI LA MADERA


Lazarillo

Creo que la primera vez que escuché a Atahualpa Yupanki fue en casa de mi compañero y amigo Néstor Norma Derman, residente de aquella en el barrio madrileño de La Latina, con el que mantuve una grata relación profesional y personal en la segunda mitad de los años setenta. Néstor tenía unos cuantos años más que yo y había llegado a Madrid con su mujer española procedente de Argentina, huyendo de la persecución y la represión de los generales, como tantos otros de sus compatriotas. Madrid se llenó entonces de puntos de encuentro nocturnos donde escuchar las voces y los versos de ese exilio, descubriéndonos a los de acá, recién fallecido nuestro dictador, la cultura pisoteada por las dictaduras de allá, primero la argentina y luego la chilena. A muchos nos sentó muy bien aquel aire fresco que despejaba la todavía enranciada atmósfera terminal del franquismo. Alberto Romero me ha recordado hoy este poema de Yupanki que me leyó una tarde de domingo en su casa Néstor, mientras tomaba unos mates en compañía de su esposa María, que había emigrado a Buenos Aires con sus padres leoneses en los años cincuenta. Vaya para ellos desde aquí el recuerdo de este Lazarillo, allá donde estén. Atahualpa  seguirá para siempre en mi memoria por haber florecido en la guitarra la cálida madera de su canto.

TIEMPO DEL HOMBRE

La partícula cósmica que navega en mi sangre
Es un mundo infinito de fuerzas siderales.
Vino a mí tras un largo camino de milenios
Cuando, tal vez, fui arena para los pies del aire.
Luego fui la madera, raíz desesperada.
Hundida en el silencio de un desierto sin agua.
Después fui caracol quién sabe dónde.
Y los mares me dieron su primera palabra.
Después la forma humana desplegó sobre el mundo
La universal bandera del músculo y la lágrima.
Y creció la blasfemia sobre la vieja tierra.
Y el azafrán, y el tilo, la copla y la plegaria.
Entonces vine a américa para nacer en hombre.
Y en mí junté la pampa, la selva y la montaña.
Si un abuelo llanero galopó hasta mi cuna,
Otro me dijo historias en su flauta de caña.
Yo no estudio las cosas ni pretendo entenderlas.
Las reconozco, es cierto, pues antes viví en ellas.
Converso con las hojas en medio de los montes
Y me dan sus mensajes las raíces secretas.
Y así voy por el mundo, sin edad ni destino.
Al amparo de un cosmos que camina conmigo.
Amo la luz, y el río, y el silencio, y la estrella.
Y florezco en guitarras porque fui la madera.

DdA, XX/5.868

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