José Blanco
El pasado 6 de diciembre tuvo lugar
en Canal Red una conversación entre Pablo Iglesias y el historiador italiano
Enzo Traverso. El señalamiento y la preocupación central de ese intercambio, a
mi juicio, fue la puesta en la mira de la ausencia, para las izquierdas del
mundo, de un “horizonte de espera”, que le llama Traverso, o una utopía, como
la izquierda la llamaba en el siglo XX. Ahora mismo las izquierdas no están en
busca de una utopía alcanzable, un horizonte posible en el que se dibuje una
sociedad decente para todos, igualitaria, libre. Libre de la explotación
capitalista. Ecologista. Feminista. Que ha abolido el patriarcado, que cuida el
medio ambiente. Una utopía que sea una forma de socialismo o comunismo.
Una utopía que anticipe el camino que conduce a ella, sabiendo que se hace camino al andar. Una utopía que ya no puede ser la organización de una revolución de formato militar para la toma del poder. Traverso apunta las razones por las que el concepto de revolución no está agotado, pero aún es necesario definirla para este siglo. La revolución es un momento (proceso) de ruptura del orden establecido, precedido de un curso histórico que conduce a ese momento.
Es claro que se trata de la
elaboración de una novedad histórica que ya no puede reclamarse como parte de
la historia de tensiones y convulsiones que impulsaron las revoluciones del
siglo XX. La caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS pusieron un
punto final a aquellas experiencias revolucionarias tras lo cual advino la
globalización neoliberal y la (atroz) naturalización del capitalismo, la
aceptación colectiva de este sistema como realidad social incuestionada. Ha
sido aceptado el mundo capitalista sin disputas, ni resignaciones obligadas;
todos (la inmensa mayoría) han aceptado que “no hay más”. Cualquier desviación
de sus fundamentos parece contra natura. Cualquier tentativa de impugnación es
delirio. La propiedad privada de los medios de producción es resultado de un
“proceso natural”, y de ese hecho deriva la existencia “natural” del trabajo
asalariado. Tales son los fundamentos incustionados… de la explotación
capitalista del trabajo.
La idea de que la revolución es una suerte de aceleración de la historia en una dirección ineluctablemente determinada es ahora un sueño. No era un sueño el siglo pasado. Era una certeza (y una fe). La revolución, diría Benjamin, más que una aceleración de la historia es un freno de emergencia a la barbaridad a la que están llevando a la sociedad las derechas y las clases dominantes del capitalismo. No hay que ir ahora muy lejos: la historia es ya una catástrofe. Y hay que actuar para impedir el desastre.
Es ahí donde aparece la idea del
socialismo como apuesta, como desafío, como potencialidad emancipadora. La
sociedad y sus fuerzas conscientes tienen que hacerse cargo de ese algo que no
ocurrirá ineluctablemente. Las sociedades se mueven vertiginosamente cada día,
pero lo hacen en un régimen presentista donde los fundamentos de la operación
capitalista no se mueven. El desafío de la izquierda es reconstruir un
horizonte de espera, una utopía. Corresponde a los intelectuales de la
izquierda construirlo, pero si el relato no está impulsado por los movimientos
de masas, no estará engarzado al movimiento de la historia. Se trata, por
tanto, de una construcción política. Un horizonte de espera en el que
efectivamente converjan los movimientos sociales, las críticas, las
aspiraciones políticas, porque de ahí nace el relato de ese horizonte.
Un relato político no es, ni mucho menos, sólo una operación de cálculo racional. La emoción, se sabe, tiene un rol decisivo. El grito “la imaginación al poder” que repitieron activamente los jóvenes en 1968 puede hablar de esa dimensión decisiva. En los momentos de crisis sólo la imaginación es más importante que el conocimiento, dijo Albert Einstein famosamente. O como dijera Blas Pascal, mil veces evocado: “Hay razones del corazón que la razón no entiende”.
La construcción de la utopía como
horizonte de cambio social radical, que incluye el camino conducente, necesita
al Estado-nación como espacio de la lucha política.
Operando con las reglas de la
democracia liberal, las izquierdas avanzan en el seno del Estado cambiando a su
favor la correlación de fuerzas, mientras allegan más y mejores bienes sociales
a los excluidos y los explotados. Avanzan ganando cada vez un espacio mayor de
poder. Las izquierdas de un Estado-nación que así avanzan requieren que lo
mismo ocurra en otros estados-nación, como eslabones de la globalidad
existente.
Es preciso que ocurra en una fila
significativa de países desarrollados. El momento crítico de ruptura del orden
establecido debe darse coordinadamente en un conjunto mínimo de estados-nación,
tal que hagan irreversible ese movimiento. El momento de la ruptura del orden
establecido debe darse en un estado de huelga general significativa en varios
países a la vez. La solidaridad internacional articula la cadena de la ruptura.
DIARIO LA JORNADA MX
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