Félix Población
De todas las imágenes que el fotógrafo húngaro Robert Capa (Endre Ernö Friedmann, 1913-1954), hizo de la Guerra de España, una de las que siempre mantuve archivada en mi memoria, desde hace muchos años y casi con la misma nitidez con la que ahora la estampo en este artículo, es esta tomada en Bilbao en el mes de abril de 1937, durante uno de los múltiples ataques aéreos facciosos que sufrió la ciudad vasca. Diez fueron los días de abril que se vivieron bajo las bombas, prolongados con algún bombardeo más en los dos meses siguientes, hasta que la población fue ocupada finalmente por las tropas sublevadas que desde Bilbao llevarían a cabo en cuatro meses la ocupación de todo el norte del país. Un informe del gobierno vasco cifró en 253 el número de personas fallecidas por este motivo durante ese mes de abril, con más de un centenar de heridos. Quizá por la reiteración en los ataques y asumirlos ya casi como una costumbre, algunos de los transeúntes que aparecen en la instantánea, captada en el centro de la ciudad, se limitan en ese momento a levantar la vista y observar el vuelo de los aviones de combate. Quienes sí parecen dirigirse a un refugio antiaéreo, tal como se indica en el pie de la fotografía, son la mujer y la niña que avanzan por la calzada. Un detalle para suponer esa dirección a sus pasos es que la niña, a quien la que parece su madre lleva de la mano, salió de casa con el abrigo mal abrochado, quizá por la precipitación en hacerlo, y que debajo de esa prenda apenas lleva otras con las que protegerse de las primaveras frescas del norte, ni siquiera calcetines. Cabe preguntarse si esa niña, que no debía de tener entonces más de seis o siete años, sobrevivió a la guerra y a la posguerra de privaciones y miseria para la mayoría de las familias. Quizá, si tuvo una larga vida, nunca se haya podido ver en la imagen que plasmó Robert Capa como un testimonio más de los primeros bombardeos bélicos sobre la población civil. ¿Sería imaginable entonces que gobiernos como el de Israel en nuestros días utilizaran su aviación de combate, sistemáticamente, para bombardear escuelas, campos de refugiados y hospitales, y masacrar a miles de niños palestinos en el territorio donde habitaban? ¿Sería imaginable pensar hace casi noventa años que de toda esta barbarie no sólo tuviera la ciudadanía información directa cada día, sino que la Unión Europea, a la que España pertenece, apoyara con armamento a los genocidas? Cuesta trabajo pensar que si los bombardeos sobre la población civil iniciados en la Guerra de España eran ya una barbarie, durante la segunda Guerra Mundial se llegara a las atrocidades masivas de Hiroshima y Nagasaki. Fue posiblemente a partir aquí cuando la humanidad perdió la esperanza en su humanidad y creyó, por primera vez, que la barbarie destructora del ser vivo más inteligente del planeta podía llegar a no tener límite. La incapacidad o negativa de la diplomacia para poner fin al genocidio del pueblo palestino es una evidencia de esa deriva fatal y de hasta qué grado de degeneración cívica y humanística han llegado los gobiernos que promueven y respaldan esa masiva masacre de niños, mujeres y ancianos sin más culpa que la de habitar la tierra de quienes les precedieron en la vida. Si después de Hiroshima y Nagasaki habría quienes se preguntaron qué iba a venir luego, cabe hacer lo propio por lo que puede venir después de que durante más de un año las democracias occidentales sigan apoyando a un gobierno genocida. La respuesta es cada vez más desalentadora.
DdA, XX/5.842
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