La escritora y fundadora del Partido Feminista Lidia Falcón, detenida y torturada entonces, publicó en Diario 16 hace unas semanas un artículo (Lo rentable de tener un pasado criminal) sobre el brutal atentado que hace cincuenta años costó la vida de trece personas, al explotar una bomba en la cafetería Rolando, sita en la calle del Correo de Madrid, a cuarenta metros tan sólo de la Dirección General de Seguridad, donde tantos demócratas sufrieron las consecuencias de su lucha contra la dictadura. Tuvieron que pasar muchos años para que ETA reivindicara aquella masacre, sobre la que se han publicado este año dos libros que Falcón utiliza para hacer memoria de aquel trágico episodio. Los libros son El huevo de la serpiente. El nido de ETA en Madrid, de Eduardo Sánchez Gatell, y Operación Caperucita, de mi estimado colega Xuan Cándano, obra comentada en este DdA. Dice Falcón:
"Las presentaciones de estas dos obras fueron de conmemoración de la tragedia y de revelación de los secretos que quedaron ocultos durante medio siglo. El más infame fue la negativa de ETA a reconocer la autoría del atentado. Tardó 43 años, en el momento de su disolución, en incluir la bomba de la Cafetería Rolando entre sus hazañas. Y durante este medio siglo, ni los gobernantes, ni los políticos, ni siquiera los medios de comunicación recordaron este atentado entre los muchos que denunciaban. Esta es una historia incomprensible para los países que sufrieron dictaduras en el siglo XX y lograron después implantar repúblicas democráticas. España es diferente.
La lectura de esas obras, que debe ser de obligado cumplimiento, describe el ambiente político de la España de aquellos años, la psicopatía malvada que operaba en los dos miembros del matrimonio Sastre Forest, el engaño con que llevaron a algunos de los demás implicados en el proceso para que distribuyeran su propaganda, convencidos de que la lucha que protagonizaban los llevaría definitivamente a derrotar la dictadura e implantar un régimen socialista.
El libro de Eduardo Sánchez Gatell es la crónica autobiográfica de aquellos tiempos, en que, con 17 años, se dejó hipnotizar por la verborrea de Eva y la prosapia de Alfonso, para colaborar en una organización fantasma que estos dos protagonistas llamaban “Comité de Solidaridad”. Eva contaba que se trataba de denunciar los horrores de la dictadura en folletos y libros clandestinos, con el relato de las torturas que nos aplicaban en la Dirección General de Seguridad en Madrid los agentes de la Policía Político-Social, entre los se encontraban el comisario Conesa y el agente llamado Billy el Niño.
Xuan, como periodista e historiador, hace una investigación detallada de la personalidad de los implicados en el proceso y añade un epílogo, que nadie antes había recordado, de los tiempos posteriores al atentado. Alguno de los episodios que cuenta ni yo lo conocía. Después de que con la aplicación de la Ley de Amnistía, de 1977, salieran de la prisión los auténticos autores de aquella carnicería -los falsamente acusados fuimos liberados en diversas fechas anteriores— los ilustres escritores Forest y Sastre se trasladaron a vivir al País Vasco por cuya liberación de la opresión del Estado español habían trabajado tan arduamente durante la dictadura. Fueron recibidos como héroes, se les hicieron homenajes y estuvieron en todos los actos que la “izquierda” vasca organizaba para agradecer a sus martirizados luchadores la lucha que habían librado durante décadas contra la dictadura y por la revolución social. Sastre ha sido incluido entre los dramaturgos más relevantes en la Sociedad General de Autores.
Y así, han pasado cincuenta años. Billy el Niño murió en su cama de muerte natural como Franco, los demás responsables de la tiranía que nos oprimió, nos explotó y nos asesinó durante cuatro décadas, cuando se organizó este régimen que llaman “democracia”, fueron senadores como Fraga Iribarne, gobernadores como Martín Villa, y una pléyade de fascistas llenaron los Parlamentos, el Senado, los funcionarios ministeriales, y recibieron premios y honores y dinero. España es así.
Pero, sorprendentemente, también Alfonso Sastre y Eva Forest, por parte no solo de sus secuaces, sino también de alcaldes y personajes del nuevo régimen. Sorprendentemente para mí. Porque en esta sociedad apática, desilusionada y cobarde no sorprende ya nada. De los derechos de autor de los libros que escribieron sobre el atentado cobraron sumas apreciables los dos escritores. Alfonso impartió cursos que fueron muy alabados, y murieron con la fama de haber contribuido eficazmente al final de la dictadura.
Mientras, los escritores, actores, obreros y empleados que no habíamos participado en el atentado y que denunciados por Eva pasamos por las torturas de Billy el Niño, el proceso militar y la prisión durante meses hasta que pudimos pisar la calle, seguimos desarrollando nuestras vidas con muchas penalidades. Ni homenajes, ni apenas derechos de autor, ni siquiera la simpatía de los que se inscribieron en la izquierda para acabar al poco tiempo en las filas de los partidos de orden y de derecha, que daban más beneficios. Y sobre todo yo, que recibí la desafección de los que se encontraban en las filas de los antifranquistas, con reproches, escritos críticos, e indignación por el libro que publiqué en 1981 “Martes y trece en la calle del Correo”.
Porque fui la primera que escribí la crítica de aquella horrible masacre, en un documento que pude sacar de la prisión clandestinamente, a los pocos días de regresar del hospital a donde me había enviado el juzgado militar después de haber pasado por las manos del famoso Billy el Niño. Y como me posicioné clara y firmemente contra ETA y su terrorismo indiscriminado y negué que la izquierda tuviera que aprobar esa violencia, ni los que se hicieron con el poder en el país, ni los intelectuales, ni los políticos de izquierda me respetaron ni me ayudaron. Tampoco fue aceptado mi libro entre la intelectualidad progresista y a los fascistas no les interesó. Yo no era de ellos. De esa manera, la editorial, que lo había publicado y agotado la primera edición en pocos días, se negó a sacar una segunda edición. Y ahí quedó, en las estanterías de los descatalogados, como tantas otras obras que relatan la verdadera historia de nuestro país.
Muchos años antes Tapies publicó un artículo sobre Dalí, muy crítico con la fama y los homenajes que le dedicaba la democracia después de haber sido durante décadas defensor y admirador del dictador, y haberse lucrado de la protección que este le dispensaba, y terminaba diciendo: “en España no hay nada más rentable que tener un pasado fascista”. Aplicando esta sentencia a los Forest y Sastre, yo añado: “y criminal”.
DdA, XX/5.823
No hay comentarios:
Publicar un comentario