Juan Bordera, Antonio Turiel y Fernando Valladares
Que el Mediterráneo era una bomba de relojería se sabía. Algunos lo veníamos advirtiendo tanto tiempo, y con tanta precisión, que es muy duro pensar en qué más podríamos haber dicho u hecho para evitar, al menos, una parte del enorme dolor que esta tragedia ha supuesto y va a suponer para las personas más afectadas.
Que la gestión y ordenación del territorio actual, basada en un mundo que ya no existe es un peligro público, se sabía. Lo que no se podía imaginar es la enorme cantidad de errores de prevención, aviso y coordinación posterior que, encima, íbamos a tener que padecer. Debe haber responsables, penales, incluso, de semejante tragedia.
Que hay una serie de urgencias que hay que atender prioritariamente en un evento así, también se sabe. Ahora mismo –a 2 de noviembre– hay aún lugares sin luz, sin agua, sin alimentos, pero con escombros y agua (y hasta cadáveres, humanos y no humanos) acumulándose junto a basura y productos químicos de muy variada índole en los bajos y garajes, con el peligro que supone esto para la salud pública y para la propia conservación de los cimientos de algunos edificios. Esto es en lo que hay que poner el foco inmediato.
Que van a venir DANAs y otros fenómenos extremos aún peores también se sabe. O debería. Porque nos van muchas vidas en ello. Y en esto en lo que hay poner el foco bien brillante e intenso a medio plazo.
Gloria, uno de los temporales recientes más devastadores, y que puede repetirse casi cada año, tuvo lugar en el mes de enero de 2020. Enero. Calculen. Quedan unos cuantos meses en los que el riesgo de volver a sufrir un evento así es enorme teniendo en cuenta toda la evidencia científica que apunta a que el Mediterráneo se está desestabilizando mucho más rápido que otros lugares.
Piensen que, además, no tenemos ni por asomo, ¡ojalá!, ni la temperatura atmosférica ni la oceánica de 2020. Esta temperatura atmosférica (+1,6ºC respecto a los niveles preindustriales, por encima del límite de seguridad), esta temperatura de la superficie del mar Mediterráneo (+2ºC por encima del promedio 1981-2000), esta cantidad de agua precipitable (en récords desde que hay registros) garantizan tragedias de gran magnitud, porque esas variables nos indican cuánta energía disponible hay y el riesgo real de eventos extraordinarios. El alimento de estos fenómenos que se están repartiendo por todas partes de “lluvia de año en un solo día” alternadas con sequías persistentes.
Este calentamiento inusitado de la atmósfera y del océano ha ido más rápido de lo que los modelos climáticos han sido capaces de predecir. Esto ha ido más rápido de lo que las voces más moderadas (incluso de la propia comunidad científica) han querido o sabido advertir.
Esto lo cambia todo. O debería. Tenemos unos modelos para un clima que ya no existe. Tenemos unas infraestructuras para un clima que ya no existe. Tenemos unos protocolos de gestión de conflictos y de coordinación de efectivos para un contexto que tampoco existe ya. Planes regionales, nacionales e incluso europeos –como mínimo para el Mediterráneo– son esenciales. Tenemos unos gobernantes tan incapaces, que con un clima como este, también tienen que dejar de existir (como gobernantes, se entiende). De hecho, tenemos un modelo de acción política que también está absolutamente obsoleto. Y la gestión tan nefasta de una catástrofe así lo demuestra con la dolorosa evidencia de las consecuencias.
No hay que revisar mucho la hemeroteca para ver que en esta, como en anteriores catástrofes, los representantes políticos han ido muy por detrás de las necesidades de la población y de las respuestas espontáneas de solidaridad ciudadana. Todos los protocolos han de ser revisados. Toda la planificación de infraestructuras. La educación a la propia ciudadanía para que reaccione ante este tipo de situaciones. La coordinación de efectivos de otras regiones y otros países. TODO. Porque volverá a pasar, y muy probablemente, incluso peor.
Y más nos vale que nos pille mejor preparados. Y sin enajenados por el negocio gobernando el barco, e incluso atreviéndose a denunciar a la AEMET –el que navegaba con narcos, es que la cosa tiene narices– cuando han sido tan miopes, tan negligentes, tan criminales, de ignorar todos los avisos. La agencia informó rápida y correctamente a las 7:31 del 29 de octubre dando la alerta roja, e incluso días antes de los riesgos. Y la gestión dependía de ese señor que, a diferencia de la AEMET, ha acabado borrando tuits, quizá porque sabe que pueden tener consecuencias penales.
Que después de activar la máquina del fango (en este caso, terriblemente literal) por su incompetencia, encima activen las otras máquinas del fango mediáticas, para tratar de tapar sus vergüenzas con el ventilador lanzando mierda, hasta querellándose con la propia AEMET, es simplemente criminal. Ningún panfleto que haya dado pábulo a semejantes delirios peligrosos debería volverse a poder publicar. Tenemos un problema mediático tremendo con los Indas, los Íker Jiménez o los Bosés, todos tan aplaudidos por una claque mediática descerebrada, que hace que luego, los otros problemas sean muy difíciles de atajar.
Del oportunismo de algunos empresarios que con su intransigencia agravaron la tragedia, y de la defensa de la sacrosanta propiedad privada (cuando ahora lo que se tendría que gestionar es precisamente hasta alternativas habitacionales de urgencia para esa gente que sigue atrapada) hablaremos otro día.
CTXT DdA, XX/5.813
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