lunes, 28 de octubre de 2024

EL GENOCIDIO EN GAZA PODRÍA COSTARLE A KAMALA HARRIS LAS ELECCIONES



EDITORIAL

Sí, el genocidio israelí contra el pueblo palestino podría costarle las elecciones a Kamala Harris. No solo eso, sino que la candidata demócrata está dispuesta a consentir un retorno de Donald Trump a la Casa Blanca a cambio de no cuestionar el apoyo de Estados Unidos a Israel; grandes consensos lo llaman. Para el establishment demócrata, sostener a su principal aliado en Oriente Medio es más importante que unas “simples” elecciones.

El Partido Demócrata, claro, es un partido catch-all, una maquinaria bien engrasada casi exclusivamente dedicada a obtener y retener el poder político en Estados Unidos. Pero, por encima de todo, es un espacio para la representación de intereses específicos, fundamentalmente los de grupos específicos de poder concentrado en el país y a escala internacional. En el caso del lobby sionista y el Estado de Israel, demócratas y republicanos comparten el apoyo a Tel Aviv.

Washington necesita que el proyecto imperialista del sionismo prospere, pues solo así los intereses norteamericanos en la región estarán salvaguardados. Kamala Harris es consciente de esta realidad y, como candidata, no pretende en ningún caso discutirla, aunque realmente podría suponerle una derrota en las elecciones del 5 de noviembre. Su tácito apoyo ━como candidata, sí, pero también como vicepresidenta━ al genocidio en Gaza, a la invasión del Líbano y a la escalada con Irán o los hutíes de Yemen fugan votos demócratas desde dos frentes: el de la juventud progresista y los sectores más seculares de la comunidad árabe, por un lado, y el de sectores musulmanes conservadores, por el otro.

Tras los ataques del 11 de septiembre, Estados Unidos ━en aquel momento bajo el gobierno republicano de George W. Bush━ inició su doctrina de la Guerra contra el Terror y, bajo ese pretexto, intensificó su violencia en Irak, Afganistán y otros escenarios. Aquel giro de la política exterior norteamericana alteró el comportamiento de voto de la comunidad árabe y musulmana, que forjó una suerte de “pacto incómodo” con el Partido Demócrata.

Desde entonces, los demócratas han podido contar en gran medida con el apoyo en las urnas de los árabe-estadounidenses, en gran medida como una respuesta a la islamofobia y la agresividad en Oriente Medio de la que hacían gala los republicanos. El accionar del Partido Demócrata, conviene decir, no se separó de forma notable de aquel propuesto por los republicanos, si bien es cierto que la narrativa de Obama, primero, y de Clinton y Biden, después, no hablaba de los árabe-americanos como un “otro” dentro del país.

En 2024, esto ha cambiado. Kamala Harris no puede dar por seguro el voto árabe a su favor; todo lo contrario, ya la abstención, Jill Stein (candidata del Partido Verde) e incluso Donald Trump pueden ser destinos del voto asociado a esta comunidad, así como de la juventud que se opone al genocidio sionista en Gaza. Trump, de hecho, está buscando concentrar el voto del conservadurismo musulmán a su favor, particularmente en Michigan, uno de los swing states, y probablemente lo logre.

Que los demócratas pierdan el voto de sectores conservadores de la comunidad árabe-musulmana entra dentro de las dinámicas de una campaña presidencial; lo que llama la atención, no obstante, es la autolesiva adhesión de Kamala Harris al genocidio en Gaza. El voto de la comunidad árabe puede ser absolutamente determinante en cualquiera de los siete estados decisivos en estas elecciones ━Arizona, Nevada, Wisconsin, Michigan, Pensilvania, Georgia y Carolina del Norte━ y Harris no ha tratado siquiera de retenerlo.

Además, su posición proisraelí empuja a la izquierda del Partido Demócrata (mayoritariamente joven) a la abstención o, incluso, a engrosar los resultados de la tercera opción representada por Jill Stein. En unas elecciones marcadas por la polarización y el voto “negativo” ━es decir, la movilización contra el candidato contrario━, Harris puede calcular que su electorado joven, pese a todas las contradicciones, irá a votar para “frenar a Trump”; sin duda, es muy arriesgado.

Pedir a tu electorado progresista que legitime un genocidio es distinto a exigirle que pase por alto algún aspecto de tu política económica; hay un salto entre ambas lógicas. A pesar de su perfil biográfico y su narrativa de campaña, Harris no pertenece a la izquierda, ni siquiera en los particulares términos que esta categoría adquiere en Estados Unidos. Por contra, la hoy vicepresidenta se encuadra en el espectro del centro-derecha demócrata y defiende efectivamente el “derecho a defenderse” de Israel; es decir, apoya el genocidio contra los palestinos.

Harris sabe que su postura en este campo le resta apoyos entre la juventud de izquierdas; sabe, también, que la desmovilización de este sector de su electorado puede fácilmente costarle las elecciones. La conclusión, eso sí, parece fácil: Israel es un elemento bisagra al que los demócratas no quieren renunciar. Estados Unidos, bajo la administración Biden-Harris, decidió tras el siete de octubre que su alianza con el gobierno de Netanyahu no iba a quebrarse bajo ninguna circunstancia.

En ese sentido, Harris demuestra ser la candidata del establishment demócrata. Puede que su posición progenocidio suponga la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca, pero es un precio que están dispuestos a pagar. El proyecto sionista es una de esas condiciones sine qua non para la mismísima candidatura de Harris, tanto por principios como por representación de intereses. Harris sabe los riesgos, los asume y redobla la apuesta: en el contexto del genocidio, iguala la tradicional asociación Washington-Tel Aviv, agravándola por el demencial momento histórico en el que lo defiende, con las evidencias de la limpieza étnica al alcance de todos.

DIARIO RED

No hay comentarios:

Publicar un comentario