martes, 1 de octubre de 2024

CUESTA IMAGINAR QUE SE SAQUE DEL LETARGO DEMOPÁUSICO A LA CIUDADANÍA

Por el interés que para algunos lectores de este DdA tuvo en su día la referencia en el artículo de Félix Población Por cuarta vez se quiere regenerar una democracia en demopausia al artículo de Miguel Candel, publicado en el número del pasado mes de septiembre en la revista El Viejo Topo, he considerado apropiado publicar íntegramente el texto gracias a la amabilidad del editor y director de la revista, Miguel Riera. Me parece todo un acierto calificar como "demopausia" lo que en el artículo desarrolla el autor  y El Roto resume en la viñeta que me parece idónea para el texto.



Demopausia

Miguel Candel

Nuestras sociedades han pasado, de movilizarse contra la guerra de Iraq en 2003, a apoyar a partidos políticos belicistas. Nos decimos antifascistas, combatimos a la extrema derecha nacional, y al mismo tiempo seguimos armando y financiando a los fascistas ucranianos…

La verdad, no se me ocurre palabra mejor para designar el estado catatónico en que (más allá de algunos conflictos estrictamente laborales) se halla la población trabajadora de este país desde que «el gobierno más progresista de la historia de España» se instaló en el banco azul del Congreso de los Diputados y en los salones del Palacio de La Moncloa.

Cuando hace dos años se celebró en Madrid la cumbre de la OTAN (de la que salió, por cierto, la actual orientación superbelicista de la organización y el señalamiento, como enemigos a batir, de Rusia y China), alguien que hubiera vivido épocas no tan pretéritas como la de las grandes manifestaciones contra la invasión de Iraq en 2003, podía creer que la cumbre madrileña merecería como respuesta, al menos, el desfile de unos cuantos miles de ciudadanos preocupados por el amenazante cambio «climático» que se cernía sobre la política internacional, cargado de negros y crecientes nubarrones bélicos. ¿Vio usted algo remotamente parecido a eso? No, ¿verdad? Pues tranquilo, que así sigue la cosa, por más «escaladas» que la OTAN vaya imprimiendo a la guerra de Ucrania.

(El contraste entre 2003 y 2022 se hace aún más difícil de entender si pensamos que la invasión de Iraq no tuvo apenas repercusión sobre la economía española y europea, mientras que la ofensiva occidental contra Rusia y China la está teniendo y a gran escala: desde el brusco encarecimiento de los combustibles fósiles por las sanciones a Rusia y la voladura de los gasoductos Nord Stream hasta el encarecimiento de productos básicos relacionados con la alimentación, como granos, fertilizantes, etc. Pero maravillarse por la incoherencia de quienes nos mandan ha dejado hace tiempo de ser una reacción normal: ¿cómo, si no, se entiende que, dentro de la sistemática campaña de promoción del coche eléctrico, nadie en Europa se rasgue las vestiduras ante el anuncio de que los Estados Unidos subirán del 25% al 100% los aranceles a los coches eléctricos de patente china, y que tras ellos, como perrillo fiel, la Unión Europea va a subirlos un 37%?)

Y la paradoja es que a toda la mitad del país que se estremece ante la amenaza de una llegada al poder central de la extrema derecha interna (aunque en el poder autonómico lleva tiempo establecida y en el ámbito internacional sólo cabe calificar como extrema casi toda la política de la derecha) parece traerle al fresco que los muy democráticos gobiernos occidentales, encabezados en Europa por la inefable presidenta de la Comisión Europea, estén apoyando sin límites, a cuenta de unos erarios públicos con gastos sociales decrecientes y gastos militares crecientes, al régimen instalado en Kiev desde 2014. Ese régimen, el de Kiev, que rinde honores a los dirigentes y mima a los militantes de un nacionalismo genocida, estrecho colaborador de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, bajo cuya simbología combaten actualmente diversas unidades militares sobre las que pesan múltiples acusaciones por crímenes de guerra.

Tampoco parece preocuparles a nuestros «antifascistas» que «el gobierno más progresista de la historia de España», junto con el conjunto de los gobiernos de los Estados miembros de la OTAN, haya decretado la censura de aquellos medios de comunicación que se aparten de la versión oficial sobre la guerra de Ucrania. Versión según la cual Rusia es el abominable poder tiránico que lanzó una agresión «no provocada» contra ese espejo de democracia, pluralismo, transparencia y honradez administrativa que es el régimen presidido (con mandato caducado hace meses, por cierto) por ese ubicuo promotor de camisetas de estilo militar llamado Volodomir Zelenski, que ha ilegalizado a todos los partidos de izquierda y, en general, a todos los que no se identifican con su política.

Claro que ¿qué otra cosa cabe esperar de la población de un país en que hace tiempo que sólo se sale masivamente a la calle bajo banderas secesionistas y, de paso, se tilda de «fascistas» a quienes se oponen a esas banderas? Una población trabajadora que sólo acude a los sindicatos cuando hay que firmar un convenio, pero pasa de ellos todo el resto del tiempo y deja que los trabajadores de cada empresa resuelvan sus conflictos laborales sin contar con la solidaridad de nadie más.

Una población presuntamente «progresista» que vota atenazada por la lógica perversa del «mal menor», esa rampa resbaladiza que conduce a males cada vez mayores con arreglo al principio «peor que ayer pero mejor que mañana». Una población, por tanto, sin ilusión alguna por el mañana. Una población políticamente senil desde antes de los cuarenta. Población con un amplio sector de su juventud idiotizado por una publicidad omniinvasiva, individuos sin vínculos comunitarios ilusoriamente libres pero apelmazados en una masa compulsivamente colgada de las redes sociales, que antepone el móvil último modelo a una dieta sana y nutritiva, que se consuela, con el botellón y la «marcha» de fin de semana, del sueldo de mierda que le permite ir tirando sin llegar nunca a ningún sitio seguro en el que apetezca quedarse.

Así de triste es el panorama si uno mira a la izquierda. ¿Y si mira a la derecha? Bueno, la derecha siempre juega con ventaja, porque su enorme poder económico le deja más margen de error, más espacio para equivocarse sin que las consecuencias del fallo sean irreversibles. Y además tiene gran experiencia como pescador en el río revuelto de la izquierda. Y domina como nadie los juegos de manos del populismo, esos que le explotan en la cara a la izquierda cuando trata de imitarlos a costa de perder el mínimo de honestidad que debería ser su principal activo político y que fue en otro tiempo lo que le permitía mantener la frente alta (y la capacidad de atraer a la gente) en medio de las dificultades y las derrotas.

Pero es que hoy día se da además la paradoja de que el neoliberalismo, fase superior (aunque seguramente no última) del capitalismo, al embarcarse en la estrategia de la mundialización (vulgarmente llamada «globalización»), ha abierto un foso cada vez más ancho entre empresas capaces de operar a escala mundial y empresas con capacidad operativa limitada al ámbito nacional o regional. Y, como es lógico, los intereses de unas y otras no siempre son coincidentes. Si a eso se añaden cuestiones culturales como las que oponen el cosmopolitismo de ciertas élites (ésas que años atrás dieron lugar al apelativo de «jet set», algo así como «gente que vive montada en avión») al enfoque centrado en la satisfacción de gustos más tradicionales y locales, la divergencia de intereses entre ambos sectores se agudiza notablemente. El caso del sector primario es paradigmático, tal como han puesto de manifiesto las últimas protestas de agricultores contra una política agraria que en general (a menudo bajo la cobertura de medidas de protección del medio ambiente en que se mezclan churras con merinas) parecen concebidas para favorecer (o de hecho favorecen, aunque no medie intencionalidad) a la gran agroindustria en detrimento de los pequeños y medianos agricultores.

De ahí que nos encontremos con partidos de derecha que, al responder más a los intereses de uno que de otro de esos sectores, adoptan posiciones diferenciadas en diversos ámbitos, incluido el internacional, donde es llamativo que gobiernos considerados de extrema derecha, como el húngaro y el eslovaco, por ejemplo, adopten posiciones claramente menos belicistas que gobiernos de centro-derecha o presididos por partidos socialistas o verdes. (El caso de la incalificable ministra de exteriores de Alemania, la «verde» Annalena Baerbock, con su belicismo extremo y su delirante reivindicación de la esvástica nazi al considerarla «purificada» de su anterior significado gracias a que está siendo usada por ciertas unidades militares ucranianas, adquiere tintes que, si sólo fueran grotescos y no constituyeran un grave peligro de agravamiento del conflicto actual, merecerían ser tema de infinidad de chistes e historietas.)

De hecho, la línea de fractura en el seno de la derecha a escala mundial viene marcada por las diferentes actitudes ante el orden internacional unipolar impuesto hasta ahora por el imperialismo norteamericano. La cada vez más evidente pérdida de capacidad aglutinadora de ese polo centrado en Washington, gracias al imparable ascenso económico de la República Popular China y a las ventajas que ofrece el establecimiento de relaciones económicas con ella, está favoreciendo una recomposición de los vínculos entre países (de los que prácticamente ninguno puede considerarse ya «no capitalista»), recomposición manifestada en la creación de la Organización de Cooperación de Shanghái y, sobre todo, de los BRICS.

Ese diferente alineamiento internacional se irá traduciendo inevitablemente en diferentes estrategias de las empresas y de las organizaciones políticas que aspiran a representar sus intereses. De entrada, al menos en España, se aprecian esos cambios en una serie de nuevas plataformas mediáticas aparecidas recientemente en las redes, plataformas que, por lo general, suponen la aparición de grietas en el discurso dominante, particularmente en materia de política internacional.

¿Sacarán de su letargo a esta nuestra población demopáusica esas voces discrepantes surgidas de dentro del propio sistema socioeconómico vigente? Cuesta imaginarlo, dado lo profundo del aletargamiento en que nos hallamos. En todo caso, vista la nula capacidad de la izquierda instalada en el poder para recitar a viva voz aquello de «Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte…», y sí, en cambio, para seguir administrando continuas dosis de cloroformo político, si aquella primera hipótesis es improbable, la de que esta izquierda se decida a hacer sonar el despertador diríase que cae de lleno en el vacío campo de lo metafísicamente imposible.

DdA, XX/5.785


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