Por el interés que para algunos lectores de este DdA tuvo en su día la referencia en el artículo de Félix Población Por cuarta vez se quiere regenerar una democracia en demopausia al artículo de Miguel Candel, publicado en el número del pasado mes de septiembre en la revista El Viejo Topo, he considerado apropiado publicar íntegramente el texto gracias a la amabilidad del editor y director de la revista, Miguel Riera. Me parece todo un acierto calificar como "demopausia" lo que en el artículo desarrolla el autor y El Roto resume en la viñeta que me parece idónea para el texto.
Demopausia
Miguel Candel
Nuestras sociedades han pasado, de movilizarse contra la guerra de Iraq en 2003, a apoyar a partidos políticos belicistas. Nos decimos antifascistas, combatimos a la extrema derecha nacional, y al mismo tiempo seguimos armando y financiando a los fascistas ucranianos…
La verdad,
no se me ocurre palabra mejor para designar el estado catatónico en que (más
allá de algunos conflictos estrictamente laborales) se halla la población
trabajadora de este país desde que «el gobierno más progresista de la historia
de España» se instaló en el banco azul del Congreso de los Diputados y en los
salones del Palacio de La Moncloa.
Cuando
hace dos años se celebró en Madrid la cumbre de la OTAN (de la que salió, por
cierto, la actual orientación superbelicista de la organización y el
señalamiento, como enemigos a batir, de Rusia y China), alguien que hubiera
vivido épocas no tan pretéritas como la de las grandes manifestaciones contra
la invasión de Iraq en 2003, podía creer que la cumbre madrileña merecería como
respuesta, al menos, el desfile de unos cuantos miles de ciudadanos preocupados
por el amenazante cambio «climático» que se cernía sobre la política
internacional, cargado de negros y crecientes nubarrones bélicos. ¿Vio usted
algo remotamente parecido a eso? No, ¿verdad? Pues tranquilo, que así sigue la
cosa, por más «escaladas» que la OTAN vaya imprimiendo a la guerra de Ucrania.
(El
contraste entre 2003 y 2022 se hace aún más difícil de entender si pensamos que
la invasión de Iraq no tuvo apenas repercusión sobre la economía española y
europea, mientras que la ofensiva occidental contra Rusia y China la está
teniendo y a gran escala: desde el brusco encarecimiento de los combustibles
fósiles por las sanciones a Rusia y la voladura de los gasoductos Nord Stream
hasta el encarecimiento de productos básicos relacionados con la alimentación,
como granos, fertilizantes, etc. Pero maravillarse por la incoherencia de
quienes nos mandan ha dejado hace tiempo de ser una reacción normal: ¿cómo, si
no, se entiende que, dentro de la sistemática campaña de promoción del coche
eléctrico, nadie en Europa se rasgue las vestiduras ante el anuncio de que los
Estados Unidos subirán del 25% al 100% los aranceles a los coches eléctricos de
patente china, y que tras ellos, como perrillo fiel, la Unión Europea va a
subirlos un 37%?)
Y
la paradoja es que a toda la mitad del país que se
estremece ante la amenaza de una llegada al poder central de la extrema derecha
interna (aunque en el poder autonómico lleva tiempo establecida y en el ámbito
internacional sólo cabe calificar como extrema casi toda la política de la
derecha) parece traerle al fresco que los muy democráticos gobiernos
occidentales, encabezados en Europa por la inefable presidenta de la Comisión
Europea, estén apoyando sin límites, a cuenta de unos erarios públicos con
gastos sociales decrecientes y gastos militares crecientes, al régimen
instalado en Kiev desde 2014. Ese régimen, el de Kiev, que rinde honores a los
dirigentes y mima a los militantes de un nacionalismo genocida, estrecho
colaborador de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, bajo cuya
simbología combaten actualmente diversas unidades militares sobre las que pesan
múltiples acusaciones por crímenes de guerra.
Tampoco
parece preocuparles a nuestros «antifascistas» que «el gobierno más progresista
de la historia de España», junto con el conjunto de los gobiernos de los
Estados miembros de la OTAN, haya decretado la censura de aquellos medios de
comunicación que se aparten de la versión oficial sobre la guerra de Ucrania.
Versión según la cual Rusia es el abominable poder tiránico que lanzó una
agresión «no provocada» contra ese espejo de democracia, pluralismo,
transparencia y honradez administrativa que es el régimen presidido (con
mandato caducado hace meses, por cierto) por ese ubicuo promotor de camisetas
de estilo militar llamado Volodomir Zelenski, que ha ilegalizado a todos los
partidos de izquierda y, en general, a todos los que no se identifican con su política.
Claro
que ¿qué otra cosa cabe esperar de la población de un país en que hace tiempo
que sólo se sale masivamente a la calle bajo banderas secesionistas y, de paso,
se tilda de «fascistas» a quienes se oponen a esas banderas? Una población
trabajadora que sólo acude a los sindicatos cuando hay que firmar un convenio,
pero pasa de ellos todo el resto del tiempo y deja que los trabajadores de cada
empresa resuelvan sus conflictos laborales sin contar con la solidaridad de
nadie más.
Una población presuntamente «progresista» que
vota atenazada por la
lógica perversa del «mal menor», esa
rampa resbaladiza que conduce a males cada vez mayores con arreglo al principio
«peor que ayer pero mejor que mañana». Una población, por tanto, sin ilusión
alguna por el mañana. Una población políticamente senil desde antes de los
cuarenta. Población con un amplio sector de su juventud
idiotizado por una publicidad omniinvasiva, individuos sin vínculos
comunitarios ilusoriamente libres pero apelmazados en una masa compulsivamente
colgada de las redes sociales, que antepone el móvil último modelo a una dieta
sana y nutritiva, que se consuela, con el botellón y la «marcha» de fin de
semana, del sueldo de mierda que le permite ir tirando sin llegar nunca a
ningún sitio seguro en el que apetezca quedarse.
Así
de triste es el panorama si uno mira a la izquierda. ¿Y si mira a la derecha? Bueno,
la derecha siempre juega con ventaja, porque su enorme poder económico le deja
más margen de error, más espacio para equivocarse sin que las consecuencias del
fallo sean irreversibles. Y además tiene gran experiencia como pescador en el
río revuelto de la izquierda. Y domina como nadie los juegos de manos del
populismo, esos que le explotan en la cara a la izquierda cuando trata de imitarlos
a costa de perder el mínimo de honestidad que debería ser su principal activo
político y que fue en otro tiempo lo que le permitía mantener la frente alta (y
la capacidad de atraer a la gente) en medio de las dificultades y las derrotas.
Pero
es que hoy día se da además la paradoja de que el neoliberalismo, fase superior
(aunque seguramente no última) del capitalismo, al embarcarse en la estrategia
de la mundialización (vulgarmente llamada «globalización»), ha abierto un foso
cada vez más ancho entre empresas capaces de operar a escala mundial y empresas
con capacidad operativa limitada al ámbito nacional o regional. Y, como es
lógico, los intereses de unas y otras no siempre son coincidentes. Si a eso se
añaden cuestiones culturales como las que oponen el cosmopolitismo de ciertas
élites (ésas que años atrás dieron lugar al apelativo de «jet set», algo así
como «gente que vive montada en avión») al enfoque centrado en la satisfacción
de gustos más tradicionales y locales, la divergencia de intereses entre ambos
sectores se agudiza notablemente. El caso del sector primario es paradigmático,
tal como han puesto de manifiesto las últimas protestas de agricultores contra
una política agraria que en general (a menudo bajo la cobertura de medidas de
protección del medio ambiente en que se mezclan churras con merinas) parecen
concebidas para favorecer (o de hecho favorecen, aunque no medie
intencionalidad) a la gran agroindustria en detrimento de los pequeños y
medianos agricultores.
De
ahí que nos encontremos con partidos de derecha que, al responder más a los
intereses de uno que de otro de esos sectores, adoptan posiciones diferenciadas
en diversos ámbitos, incluido el internacional, donde es llamativo que
gobiernos considerados de extrema derecha, como el húngaro y el eslovaco, por
ejemplo, adopten posiciones claramente menos belicistas que gobiernos de
centro-derecha o presididos por partidos socialistas o verdes. (El caso de la
incalificable ministra de exteriores de Alemania, la «verde» Annalena Baerbock,
con su belicismo extremo y su delirante reivindicación de la esvástica nazi al
considerarla «purificada» de su anterior significado gracias a que está siendo
usada por ciertas unidades militares ucranianas, adquiere tintes que, si sólo
fueran grotescos y no constituyeran un grave peligro de agravamiento del
conflicto actual, merecerían ser tema de infinidad de chistes e historietas.)
De
hecho, la línea de fractura en el seno de la derecha a escala mundial viene
marcada por las diferentes actitudes ante el orden internacional unipolar
impuesto hasta ahora por el imperialismo norteamericano. La cada vez más evidente
pérdida de capacidad aglutinadora de ese polo centrado en Washington, gracias
al imparable ascenso económico de la República Popular China y a las ventajas
que ofrece el establecimiento de relaciones económicas con ella, está
favoreciendo una recomposición de los vínculos entre países (de los que
prácticamente ninguno puede considerarse ya «no capitalista»), recomposición
manifestada en la creación de la Organización de Cooperación de Shanghái y,
sobre todo, de los BRICS.
Ese
diferente alineamiento internacional se irá traduciendo inevitablemente en
diferentes estrategias de las empresas y de las organizaciones políticas que
aspiran a representar sus intereses. De entrada, al menos en España, se
aprecian esos cambios en una serie de nuevas plataformas mediáticas aparecidas
recientemente en las redes, plataformas que, por lo general, suponen la
aparición de grietas en el discurso dominante, particularmente en materia de
política internacional.
¿Sacarán
de su letargo a esta nuestra población demopáusica esas voces discrepantes
surgidas de dentro del propio sistema socioeconómico vigente? Cuesta
imaginarlo, dado lo profundo del aletargamiento en que nos hallamos. En todo
caso, vista la nula capacidad de la izquierda instalada en el poder para
recitar a viva voz aquello de «Recuerde el alma dormida, avive el seso y
despierte…», y sí, en cambio, para seguir administrando continuas dosis de
cloroformo político, si aquella primera hipótesis es improbable, la de que esta
izquierda se decida a hacer sonar el despertador diríase que cae de lleno en el
vacío campo de lo metafísicamente imposible.
DdA, XX/5.785
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