A PLENO SOL
Valentín Martín
Aunque sea en otoño tras los cristales y en un rincón nacido para las pausas largas de la ciudad, lejos de las imposturas. Ha hecho 50 kilómetros de casa a casa, dejando la huerta, las gallinas, el sabor a pueblo.
Y aquí está más bella que nunca, con esa plenitud errante que nos devuelve el mar.
Echo de menos las conversaciones, dice, y no se acurruca ni se despilfarra en lamentaciones. Si se ha puesto en el camino es para asumir que debe caminar. Una charla con ella es tan feliz como hablar con la dignidad de un río imposible de dejarse contaminar por tantos afluentes que ahora se aproximan a la llamada del oro.
En qué momento se daría cuenta de que el proceso hacia las colinas era mucho más que su bandurria, el chato de vino del abuelo y su partida de dominó en el bar de enfrente. Ella dice que todavía está en ello, que no existen su particular Cañón del Colorado o el caballo de Pablo de Tarso. Quizás cuando acudió a un concurso y quedó muy bien pensó que no lo haría mal. Pero no hay una sublime decisión.
¿Qué será del pájaro pinto que en vez de cantar alegremente por la mañana proclamó que el bar y la noche eran suyos y el destino de todas y todos los cantautores también? No le dijo adiós con el corazón como Oscar Chavez y la tuna de los seminaristas: la mandó de vuelta a Letur.
De vuelta viene ella ahora tras recorrer 8 ciudades de 7 países en 20 días. A guitarra y voz ha dado su primer concierto en Puerto Rico y luego se ha subido al avión para estar aquí. Porque necesita descansar y encontrar las palabras, dice. Ella que nunca cantó una sola palabra que no haya vivido. Y que ha creado la canción más hermosa de los últimos tiempos, digo yo.
Allí en América, deja un rastro de amor y sementera, como el esposo soldado. Y muchos milagros. El de ese muchacho que no quiso morirse sin ir a un concierto suyo, verla, oírla de cerca. Su larga familia acompañó al joven a cumplir el sueño, lo cumplió, dijo ya me puedo morir tranquilo, y unos días después se murió sin ansia.
En México no han invitado al rey, pero un diluvio de amor mexicano por ella no lo profana ni toda la caballería de ofendidos desde la madre patria. En cuestión de devociones, no se puede encerrar la luz en una lámpara ni amordazar montañas.
Ahora la espera Chavela, hacia ella va. El teatro será dentro de un tiempito su nuevo hogar desde donde entrará en la vida y en la música de la que duerme en Cuernavaca.
¿Vivirá la burra de su abuelo?
Con el cante bailando pupilas otra vez, llena eres de gracia, María.
DdA, XX/5.802
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