domingo, 8 de septiembre de 2024

PARA ANTONIO HERNÁNDEZ, YA EN EL RÍO DE SU NIÑEZ Y JUVENTUD

Creo que fue en el Café Gijón donde este Lazarillo conoció a Antonio Hernández. Fue hace más de cuarenta años. Luego tuvimos algún encuentro y algún libro dedicado por las ferias. Hoy se nos ha ido por el mar de Cádiz, que era el de sus anhelos últimos. Hemos perdido a un estupendo ser humano, porque el poeta militante de la belleza honda seguirá con nosotros. Siempre que lo lea recordaré que fue uno de los poetas más cordiales que conocí en aquel Madrid de finales de los setenta y primeros ochenta, cuando compartíamos algunos sueños de cultura y libertad. Un tipo de corazón que siempre echaba mano de su temperatura cuando a la luz de la inteligencia escribía sus versos, como estos de su Adiós en Arcos, donde siempre me habría gustado darle el abrazo que hoy doy a su ausencia, esa que ha ido a buscar el baño de su infancia y juventud.

ADMIRABLE BONHOMÍA

En la tarde de ayer nos dejaba en Cádiz Antonio Hernández, el poeta más relevante de nuestro país en los últimos treinta años. Persona entrañable, siempre dispuesto a colaborar en cualquier empresa cultural, con una generosidad que daba vértigo. Teníamos en común muchas cosas, entre otras la admiración por Ignacio Mantecón, relevante científico republicano que fue presidente del Betis. Muy frescos en mi memoria muchos recuerdos de noches de charlas y copas, en Oliver o Libertad 8. Por muchas razones, además de las de la poesía, siempre lo tuve como un referente cívico, de izquierdas sin aspavientos, admirable por su bonhomía. Siempre me tuvo gran afecto y cariño, algo que era mutuo, y por ello la noticia me deja conmovido y triste. Que la tierra te sea leve amigo. Un abrazo. Isabelo Herreros


Adiós en Arcos

Si no lo expliqué bien, vuelvo a decirlo.
Cuando me muera quiero que me quemen
y arrojen mis cenizas por la Peña de Arcos.
De esa manera iré a parar al río
donde bañé mi infancia y juventud
purificándolas de mis muchos errores.
Algún vencejo o algún alcaraván
me acogerá en sus alas. Incluso algún jilguero
o un dulce chamariz al picar en las frutas
del Llano de las Huertas
añadirá a su canto algún secreto mío,
su inédita sustancia. Y será el canto suave
al que apenas la vida me dio opción.
Nada de preces, nada de misereres.
Quiero que se haga todo con discreta ternura.
Y si alguien no quiere reprimir un sollozo
que piense cómo todo, hasta la primavera,
contiene su naufragio, y que tendré la suerte
del aire que se integra en la belleza de Arcos
con naturalidad, anónimo. Y eterno.

DdA, XX/5.764

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