Enrique del Teso
Hace poco, por un motivo
diferente del de estas líneas, recordé una escena de Novecento. Los amos
se reúnen en la Iglesia (donde haya amos siempre está la Iglesia). Están entre temerosos
y furiosos. Temen a los comunistas y a la insurrección obrera. Están irritados
por su atrevimiento y asustados por su fortaleza. Allí está el fascista Attila,
el icono de la película. Los amos cogen un cepillo de los de recoger limosnas
en la misa y se lo van pasando uno a otro, dejando cada uno un fajo de billetes
para Attila y sus Camisas Negras. Los fascistas, en ese pueblo y en todos los
demás, se organizan y se despliegan con el dinero de los amos. Hablarán de
razas, patrias y Dios, elaborarán su catecismo ideológico, pero se extienden y
actúan por el dinero de los amos. Ejercen la voluntad de los amos y trabajan
para los intereses de los amos. Los amos quieren seguir explotando a los
trabajadores, pero con algo añadido: orden. Es decir, erradicación de derechos,
persecución ideológica y violencia y crimen. Los Camisas Negras serán sus
perros de presa. No debe olvidarse esto en las discusiones públicas. Ellos solo
son los perros, son los amos los que importan.
Cambiaron cosas desde los
previos del fascismo que recoge la película. No sé los datos actuales, pero en
2020 Vox recibía más donaciones que el PP, el PSOE y Podemos juntos. El
poderoso grupo Vivendi, del oscuro señor Bolloré, financia torrencialmente a la
ultraderecha francesa y es un pulpo mediático que controla mucha información.
Detrás de la ultraderecha siempre están los amos pasándose el cepillo y dejando
billetes en él. Y por cierto también hay siempre en sus alcantarillas grupos
fundamentalistas religiosos generosamente financiados. Es notable cómo la
extrema derecha en todas partes se desgañita en nombre del contribuyente para
exigir la total supresión de financiación a partidos y sindicatos. Se refieren,
claro, a financiación pública, para que no haya más dinero en los partidos que
el que donen los amos. ¿Se imaginan?
La extrema derecha se
extiende a pesar de que perjudica a la mayoría y a pesar de que sus propósitos
repugnan a la mayoría. No se extiende con golpes militares ni asesinatos. No
estamos en la Italia de Novecento. Se extiende porque moviliza y
arrastra. Porque comunica. Si necesitamos a los mejores futbolistas para ganar
la Champions, lo que necesitamos es dinero. Si necesitamos comunicar,
necesitamos lo mismo: dinero. Quien tiene a los amos pasándose el cepillo
tendrá sobre la mesa todo lo que hace falta para una estrategia eficaz. Los
amos quieren lo de siempre: todo. Y ahora vuelven a quererlo todo con el
añadido que ya quisieron otras veces: orden. No quieren a Bush, quieren a
Trump.
Las cosas no son como en Novecento.
Allí los amos tenían la sociedad que querían y temían perderla. Los sindicatos
y las izquierdas movían las pulsiones colectivas. Los amos se defendían. Ahora
no es así. Ahora no viven en la sociedad que quieren. En nuestra sociedad la
gente tiene derechos. Los derechos son muy caros, porque requieren servicios
públicos que los gestionen (escuelas, hospitales, …). Son derechos, no
privilegios. La diferencia es que los derechos son universales. Por eso son
mucho más caros que los privilegios. Es más caro que la gente tenga escuela que
lo que hayan costado los privilegios del Rey Emérito y sus furumingas
económicas. Que la gente tenga derechos supone servicios públicos de consumo
universal y muchos impuestos para sostenerlos. Y encima quien se beneficia de
esos servicios es toda esa gente que no interesa: la mayoría. Cada derecho es
una cesión de una parte de la ventaja que tienen los poderosos, los que se
pasan el cepillos de unos a otros. Los derechos incluso son extensos
territorios de lucro echados a perder: sanidad privada, enseñanza privada,
planes privados de pensiones, …, ¿cuánto se sacaría de todo esto si no hubiera
un monstruo público que dejara al mercado solo un mordisco? Cuánto negocio se
podría hacer con las necesidades básicas de la gente. Y encima los dichosos
derechos cuestan y hay que pagar impuestos. Los amos no viven en la sociedad
que quieren.
Los amos financian a la
ultraderecha, pero ahora no es para defenderse. Ahora son subversivos, quieren
derruir el estado social y de derecho en el que viven. Y no es cosa de sacar
tanques. Ahora necesitan que la gente no considere prioritarios sus derechos y
libertades. Quieren que voten y se movilicen contra sus propios derechos. En el
mundo de Novecento querían a la gente ignorante y sumisa, temerosa y
conformista, que aceptase su poquedad. Ahora quieren a la gente también
ignorante o avara cognitiva. Es importante este detalle. Un pobre no tiene
dinero. Un avaro tiene dinero, pero vive como un pobre porque no quiere
gastarlo. Un ignorante no sabe. Un avaro cognitivo puede saber mucho, pero no
usa su conocimiento y vive como un ignorante. La propaganda ultra no funciona
si la gente no está crispada y rezumando odios y en ese contexto la necedad no
es cosa de solo de analfabetos. Puede prender con facilidad en gente formada,
que en el contexto de odios y sinrazones se hace avara cognitiva. Pero ahora no
quieren a esa gente ignorante sumisa y con la mirada baja. La quieren rebelde,
quieren que se sientan informados y con las ideas muy claras, que griten en los
bares, que repitan todos los mismos estribillos y bulos estúpidos y que cada
uno lo haga como si fuera la primera vez que se dice y como si estuviera
diciendo algo que alguien tenía que decir de una vez.
La propaganda quiere que
la gente transfiera su furia a su identidad simbólica, a su condición de varón
blanco cabreado, de español sin complejos porque ya está bien. Necesitan el
odio a las minorías, porque así la gente va aceptando que hay cosas por encima
de la dignidad humana y la vida. En esta sociedad que no gusta a los amos la
dignidad está en la cima de la valoración, por encima literalmente de todo Dios
y todo gobierno. Parando los pies a africanos y homosexuales y reafirmando la
diferencia esencial de hombres y mujeres, vamos aprendiendo que con ciertos
grupos humanos la dignidad no es lo prioritario. Aprendido eso, no es difícil
extenderlo. Recordemos que esta sociedad que no les gusta debe ser arrumbada
por la gente luchando contra sus propios derechos. La propaganda quiere
impostar acentos humildes rebeldes contra los privilegiados. Los privilegiados
nunca son bancos ni ricos. Son clases medias y servidores públicos. Atacan los
derechos atacando el servicio público que los gestiona y atacan los servicios
públicos atacando a sus gestores y trabajadores. Así la eliminación de derechos
se presenta como una purga de «mantenidos» y «subvencionados». Pero, detrás de
motosierras y persecuciones a gitanos, inmigrantes y homosexuales, siempre
están las eliminaciones de impuestos a los ricos, la desregulación laboral
salvaje y la privatización inmisericorde de las atenciones básicas. Se extiende
el principio de que el rico lo es por sus méritos, que el rico es el que nos
mantiene y que hacer que los ricos sean más ricos es creación de riqueza.
Detrás de motosierras, de delirios imperiales y de patrias amenazas siempre
está el cepillo de dinero que los amos se van pasando. Los vocingleros solo son
los perros. Antes trabajaban para defender la sociedad en que vivían y ahora
para derruir la sociedad en que viven.
Los movimientos
izquierdistas, como cualquier movilización colectiva, derrapan y se salen de
los renglones. Cualquier izquierdista tendrá anécdotas, razones y estupideces
con las que señalar a otros izquierdistas. Y siempre se equivocan. En lo
esencial los derechos civiles y los sociales no son antagónicos como a veces se
quiere ver. La persecución de minorías, además de injusta, es la palanca para
someter a mayorías. El enemigo no es el sindicalista obrerista ni el woke
urbano. Sigan el rastro del dinero. Detrás de cada derecho amenazado hay amos
pasándose el cepillo. Y siempre en alguna Iglesia.
DdA, XX/5.775
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