lunes, 16 de septiembre de 2024

EL PAPA QUIERE QUE LOS CURAS Y TODOS LEAMOS NOVELAS



Jacint Torrents

El admirado escritor Josep Pla afirmaba que leer novelas después de los cuarenta años es una pérdida de tiempo. Pasados ​​los cincuenta, sin embargo, escribió El carrer Estret, una novelita que fue premiada. Claro, podemos decir que no es lo mismo leer novelas que escribirlas. Al escribir, el novelista, si tiene una mirada penetrante, despliega un mundo, unos personajes y una historia que reflejan la realidad. Como un espejo. Y, al leer una novela, el lector se encara con su imagen. Verse a sí mismo reflejado puede beneficiarle, y mucho, tenga la edad que tenga.

Porque la ficción es una de las grandes consecuciones de la humanidad. Desde el Poema de Gilgamesh hasta el Ulysses de James Joyce, la inteligencia humana se ha valido de la ficción. No sólo para hacernos pasar un buen rato, sino sobre todo para ayudar a comprendernos: a nosotros mismos y a los demás. Y, al fin y al cabo, para la percepción de nuestro «ser y estar» en el misterio del Universo. Pienso, pues, que Josep Pla se lucía con un dislate de los suyos, pero que no se lo tomaba en serio. La cantidad de libros que leyó es impresionante, entre ellos los de los grandes novelistas.

La lectura de buenas novelas siempre ha sido un complemento auxiliar para los psicólogos. Freud, por ejemplo, se valió de las tragedias griegas y de la Biblia para construir sus teorías sobre el alma humana. Desde hace algunos años, para evitar que los futuros médicos se comporten como meros técnicos de la salud, en algunas facultades de Medicina se hacen cursos sobre la literatura de ficción. Se ha llegado a decir que aprenderán más sobre el enfermo con una buena novela que estudiando la anatomía del cerebro. La lectura de los grandes relatos puede suscitar la empatía con el paciente, una forma más profunda de entenderle. De la misma forma, las personas afectadas por algunos problemas mentales o emocionales pueden obtener con la biblioterapia un recurso sanador.

Los temas de la novelística son tan extensos que pedagogos, políticos, publicistas y sociólogos, gracias a sus clubs de lectura, pueden enriquecer la práctica de su oficio. Las humanidades comienzan a estar presentes en algunos consejos de administración, donde se invita a filósofos, para que aporten puntos de vista diferentes, sugieran nuevas perspectivas, o prevean consecuencias sociales.

Por eso nos ha gustado la reciente carta del papa Francisco invitando a todo el mundo —y especialmente a los futuros curas— a leer novelas. La atención a la literatura en los planes educativos, dice Francisco, es esencial, porque nos invita a escuchar la voz del otro que nos interpela. La novela elabora pasiones, miedos, emociones, sentimientos, violencias, indignaciones, muertes, pero también actos de valor, de perdón, de amor y de muchas de las pequeñas grandes cosas que llenan la vida. Y, en cada nueva obra que leemos, se renueva y se amplía nuestro universo personal. La escucha del otro -el narrador- nos hace seres abiertos, receptivos, susceptibles de mejora. ¡En la literatura se encuentra todo el caudal de experiencias de la humanidad!

La novela, pues, nos proporciona, dice Francisco, un acceso privilegiado al corazón de la cultura humana y más concretamente al corazón del ser humano. Y es así como podemos salvarnos de este mundo de control algorítmico, que anula el sentido crítico y que nos quiere absorber. Tal vez así no nos deshumanizaremos tan rápidamente y daremos a nuestras vidas un sentido noble y solidario.

L'ACTUAL  DdA, XX/5.771

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