Jacint Torrents
El admirado escritor
Josep Pla afirmaba que leer novelas después de los cuarenta años es una pérdida
de tiempo. Pasados los cincuenta, sin embargo, escribió El carrer Estret, una
novelita que fue premiada. Claro, podemos decir que no es lo mismo leer novelas
que escribirlas. Al escribir, el novelista, si tiene una mirada penetrante,
despliega un mundo, unos personajes y una historia que reflejan la realidad.
Como un espejo. Y, al leer una novela, el lector se encara con su imagen. Verse
a sí mismo reflejado puede beneficiarle, y mucho, tenga la edad que tenga.
Porque la ficción es una
de las grandes consecuciones de la humanidad. Desde el Poema de Gilgamesh
hasta el Ulysses de James Joyce, la inteligencia humana se ha valido de
la ficción. No sólo para hacernos pasar un buen rato, sino sobre todo para
ayudar a comprendernos: a nosotros mismos y a los demás. Y, al fin y al cabo,
para la percepción de nuestro «ser y estar» en el misterio del Universo.
Pienso, pues, que Josep Pla se lucía con un dislate de los suyos, pero que no
se lo tomaba en serio. La cantidad de libros que leyó es impresionante, entre
ellos los de los grandes novelistas.
La lectura de buenas
novelas siempre ha sido un complemento auxiliar para los psicólogos. Freud, por
ejemplo, se valió de las tragedias griegas y de la Biblia para construir
sus teorías sobre el alma humana. Desde hace algunos años, para evitar que los
futuros médicos se comporten como meros técnicos de la salud, en algunas
facultades de Medicina se hacen cursos sobre la literatura de ficción. Se ha
llegado a decir que aprenderán más sobre el enfermo con una buena novela que
estudiando la anatomía del cerebro. La lectura de los grandes relatos puede
suscitar la empatía con el paciente, una forma más profunda de entenderle. De
la misma forma, las personas afectadas por algunos problemas mentales o
emocionales pueden obtener con la biblioterapia un recurso sanador.
Los temas de la
novelística son tan extensos que pedagogos, políticos, publicistas y
sociólogos, gracias a sus clubs de lectura, pueden enriquecer la práctica de su
oficio. Las humanidades comienzan a estar presentes en algunos consejos de
administración, donde se invita a filósofos, para que aporten puntos de vista
diferentes, sugieran nuevas perspectivas, o prevean consecuencias sociales.
Por eso nos ha gustado la
reciente carta del papa Francisco invitando a todo el mundo —y especialmente a
los futuros curas— a leer novelas. La atención a la literatura en los planes educativos,
dice Francisco, es esencial, porque nos invita a escuchar la voz del otro que
nos interpela. La novela elabora pasiones, miedos, emociones, sentimientos,
violencias, indignaciones, muertes, pero también actos de valor, de perdón, de
amor y de muchas de las pequeñas grandes cosas que llenan la vida. Y, en cada
nueva obra que leemos, se renueva y se amplía nuestro universo personal. La
escucha del otro -el narrador- nos hace seres abiertos, receptivos,
susceptibles de mejora. ¡En la literatura se encuentra todo el caudal de
experiencias de la humanidad!
La novela, pues, nos
proporciona, dice Francisco, un acceso privilegiado al corazón de la cultura
humana y más concretamente al corazón del ser humano. Y es así como podemos
salvarnos de este mundo de control algorítmico, que anula el sentido crítico y
que nos quiere absorber. Tal vez así no nos deshumanizaremos tan rápidamente y
daremos a nuestras vidas un sentido noble y solidario.
L'ACTUAL DdA, XX/5.771
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