miércoles, 18 de septiembre de 2024

CON LA FE EN LA HUMANIDAD TODAVÍA INTACTA



Leticia Gondi

Si pudiese restaurar para las personas alguna de sus capacidades mermadas con la edad, me afanaría en devolverles la memoria perdida.
Ese reino que habitamos tiempo ha y a donde ya nunca regresamos, consagrados a la planificación del mañana. Coartados por la inercia de cultivar nuevos odios y rencores. Sumidos en la rutina.
Les diría que antes de dormir, un rato cada día, sigan el camino empedrado que les lleva a aquel patio de recreo y a sus juegos. Y a los rostros desdentados de sus pares ungidos en Nocilla. Con las uñas negras y la piel abierta en las rodillas. Allí donde la gente no levanta un palmo del suelo y en sus cartucheras vacías apenas caben un par de lápices mordidos y un saquito de canicas.
Porque con la memoria de aquellos días luminosos, no volveríamos jamás a dirigirnos a un niño ni a una niña recurriendo a consecuencia de un mal día al grito cruel del desaliento. Ni echaríamos por tierra su trabajo bajo el juicio innecesario de una crítica dañina, aplacando su poder innato, quién sabe si hurtando para siempre su vuelo. No les pediríamos que dejasen de tejer a base de preguntas «absurdas» e insistentes su acervo, sino que les hablaríamos de lo absurdo que es el mundo de los adultos, por muchos corsets y corbatas que usemos. O precisamente por ello.
Cada uno de nosotros se alzaría en promotor de confianza en uno mismo, extrayendo del envés de sus breves vestimentas esa chispa llamada a prender las almenaras del mundo. Asomados a sus ojos abisales, respetaríamos como algo sagrado su intimidad, les allanaríamos todos los caminos besando el suelo que pisan como las diosas y dioses que son cada uno de ellos en potencia.
Con la memoria de infancia suficiente recordaríamos que antes también nosotros lo fuimos; tan ignorantes como poderosos, tan libres que hasta el viento envidiaba nuestra suerte.
Capaces de cualquier cosa, sin armas ni estatura ni dinero; con todos los sueños habidos por perseguir, con la fe en la humanidad todavía intacta.

Fotografía: John Stanmeyer
—Ahmed, de cinco años, rompe a llorar tras llegar sano y salvo a Turquía con su familia.

DdA, XX/5.733

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