Fulgencio Argüelles
Oponerse a todo sin razones sólidas lleva al vacío ideológico, a la nada política de la que brotan el populismo y la mediocridad. Cuando la derecha sistémica copia el discurso de la ultraderecha montaraz quien gana es esta última, porque entre el original y la copia la gente prefiere el original. No es propio de una derecha liberal o democristiana, de una derecha respetuosa con los derechos humanos asociar de forma descarada delincuencia e inmigración, como ya hizo en varias ocasiones el líder conservador, la última hace unos días para negarse a apoyar la reforma de la ley de extranjería. Es indigno, populista, inhumano y, además, falso. Emigrar no es irse de vacaciones o de Erasmus. Es huir desesperadamente de la miseria, del hambre, de la muerte. Más de veinte mil personas han muerto frente a nuestras costas intentando llegar a ellas. Y los que aquí están contribuyen a nuestra prosperidad. Poner impedimentos al reparto justo y proporcional de los niños llegados a esta tierra de manera desesperada es claramente xenófobo y denota una total falta de humanidad y de solidaridad. Y aludir, para justificar tal negativa, a la seguridad, es miserable. También la derecha catalana anda chapoteando por idénticos fangos. Y referirse, en este asunto, a “nuestros valores” y a “nuestra cultura” es sencillamente ignorancia y muestra una patética estrechez de miras, porque cualquier forma de migración es inevitable y consustancial a la naturaleza de las colectividades humanas, como lo es el instinto de supervivencia. El tiempo de la historia (o la historia del tiempo) observa el ir y venir de los pueblos y en el momento sin tiempo de las encrucijadas (que son las pausas de la historia) se produce el sincretismo de culturas, de religiones, de razas, de ideologías y de sentimientos.
La fusión es inevitable. Los muertos se entierran juntos porque la tierra es la misma. Los vivos se abrazan para mitigar diferencias y diluir procedencias, para sentir con idéntica emoción las pérdidas. Hay fusión y hay dispersión, e impera el reino de los matices, y las matrices se difuminan, y hay luchas por la tierra, y por el pan que da la tierra, y por el poder que otorga poseer el pan y la tierra. El maestro Torga lo gritaba, después de los fusilamientos de Guinea-Bissan: “¡La libertad de cada vida es la dignidad de todas las vidas!” ¿Quién es el osado que se atreve a reivindicar su sangre, su tierra, su genealogía, su historia? Sólo cabe reivindicar libertad, la misma para todos (los que vienen, los que permanecen y los que se van)
Y de esto la ultraderecha cerril no sabe nada y la derecha, que sí lo sabe, se hace ahora vilmente la sorda. Algunos ilusos andan reivindicando su identidad, y lo hacen para diferenciarse, para situarse frente a los demás, para pintar con su sangre (presumidamente diferente y a la que llaman cultura) los mismos borrosos paisajes de siempre. Es sabio conocer la historia de cada uno, las costumbres, la lengua que nos legaron, pero únicamente está justificado si sirve para igualar, para sentirnos iguales a todos los demás, para mirar con los ojos más limpios hacia un futuro sin manchas de intransigencia.
Ser conscientes de la bendita mezcla de la que estamos hechos es el principio de una sociedad más diversa, y por lo tanto más justa. No podemos vivir en una ilusoria urna de cristal mientras millones de seres humanos vienen hacia nosotros para intentar mejorar su vida a nuestro lado y, por consiguiente (ineludiblemente), para mejorar la nuestra, o mientras algunos compatriotas se alejan de nuestro lado guiados por los vientos de la mar. Somos los habitantes del pueblo que llega y del pueblo que se va. Somos los hijos de aquellos que llegaron y padres de quienes un día se irán.
Los conservadores (nacionalistas de España, de Cataluña, de Madrid o del Paraíso Terrenal, que de todo hay) pretenden colocar un telón de acero a los niños emigrantes con la disculpa de evitar robos, machetazos y violaciones. Incluso hablan de llevar el ejército al mar (para impedir, no para facilitar). O tal vez para no ensuciar la raza imaginaria o para conservar una mal entendida cultura, o por pura estrategia electoral.
Claro que es necesaria una concentración de ideas, propuestas y debates en un ámbito de moderación y atendiendo únicamente a los contenidos propuestos, más que a quién los propone. Pero ahora hay miles de niños a los que recoger y atender, y es responsabilidad (y obligación) de todos, y esta urgencia humanitaria no puede depender de una pusilánime e interesada voluntariedad.
DdA, XX/5.740
No hay comentarios:
Publicar un comentario