EDITORIAL
El pasado 6 de agosto saltaba una noticia inesperada respecto de la guerra de Ucrania. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, tropas extranjeras habían conseguido invadir suelo ruso. Aunque los reportes detallados son todavía dudosos, según Forbes, Ucrania habría movilizado al menos tres brigadas de élite —que cuentan con hasta 2000 efectivos cada una—, brigadas mecanizadas y de asalto aéreo —consideradas de las más potentes, mejor equipadas y más veloces dentro de las fuerzas armadas ucranianas—, tanques soviéticos y occidentales, vehículos blindados estadounidenses, drones, artillería y misiles. Gracias a esa ofensiva, Ucrania se habría hecho con entre 600 y 1000 km² de suelo ruso en el Óblast de Kursk. “Los soldados rusos estaban tomando café en el bosque cuando nuestro vehículo blindado Stryker (made in USA) se llevó por delante su mesa. Matamos a muchos de ellos el mismo primer día. No estaban armados y los tomamos por sorpresa”, contó un soldado de una unidad ucraniana a Financial Times.
Después de muchos meses de informaciones que establecían un avance lento pero persistente de las fuerzas rusas en los frentes de Donetsk y del Donbás pero también en el norte hacia Járkov, que las tropas ucranianas hayan conseguido, sorpresivamente, romper la frontera rusa por primera vez desde que comenzó la guerra —más allá de breves escaramuzas e incursiones de pequeños equipos— obviamente ha producido una enorme proliferación de valoraciones y de análisis.
Se especula que los motivos de Zelenski para lanzar esta operación pueden ser múltiples. Por un lado, si consigue establecer una ocupación estable en suelo ruso —algo que todavía está por ver, toda vez que han pasado apenas siete días—, podría utilizar ese territorio como moneda de cambio en una eventual negociación. Del mismo modo, podría haber conseguido capturar prisioneros rusos que servirían para mejorar su mano en un futuro intercambio. Al mismo tiempo, es evidente que el aparente éxito de una operación como esta después de una larga cadena de fracasos sirve, simultáneamente, para subir la moral del ejército ucraniano y para sembrar dudas en el enemigo. Putin y sus generales han llevado a cabo una comunicación en la que no ocultan que tienen un problema serio —por un lado, el hecho en sí, pero, por el otro también, el no haber sido capaces de preverlo—, así que podemos afirmar que este objetivo, de momento, se ha conseguido.
Sin embargo, quizás ninguno de estos sea el motivo principal por el cual Zelenski haya decidido invadir suelo ruso. Desde que comenzó la guerra en febrero de 2022, hemos vivido una escalada bélica que ha seguido siempre el mismo patrón: el presidente ucraniano pide a sus aliados de la OTAN y de la Unión Europea que le vayan proporcionando apoyos económicos y militares cada vez más significativos y estos, a su vez, van cediendo a sus demandas de forma progresiva. De esta manera, se han ido cruzando cada vez más líneas rojas en el apoyo a Ucrania. De aceptar enviar únicamente material defensivo al inicio de la guerra, se ha pasado a enviar primero munición, después tanques de combate y finalmente cazas, pasando por todo tipo de herramientas tecnológicas, misiles o equipos de formación para sus soldados. Justo antes de la invasión del Óblast de Kursk, la foto fija de esta danza de escalada bélica mostraba a los aliados de Kiev manteniendo el apoyo verbal y también el flujo de dinero y armamento, pero empezando a manifestar dudas toda vez que la tan cacareada contraofensiva fracasó estrepitosamente en el verano de 2023 y viendo como el ejército ruso, lejos de perder pie, iba avanzando progresivamente sobre suelo ucraniano. Por su parte, el punto en el que se encontraban las demandas de Zelenski a sus socios justo antes de lanzar su sorprendente operación era el de pedir insistentemente que la OTAN y la Unión Europea le permitiesen utilizar las armas que le estaban suministrando para atacar directamente a Rusia y no solamente para defenderse en su territorio. De este modo, la invasión del Óblast de Kursk podría cumplir simultáneamente dos funciones enormemente importantes para Kiev. Por un lado, serviría para demostrar que el ejército ucraniano es capaz de conseguir victorias y, de ese modo, asegurar la continuidad de apoyo económico y militar sin el cual es evidente que Ucrania tendría que rendirse inmediatamente. Y, por otro lado, mostraría a sus aliados que un ataque directo contra Rusia no tiene consecuencias; acercando así la posibilidad de que le permitan utilizar el armamento occidental de forma general contra su enemigo.
Desde luego, la propaganda ucraniana y también la mayor parte de la propaganda otanista repetida por los medios occidentales parece ir en esa dirección. Los elogios entusiastas que ha recibido la invasión de Kursk revelan que todavía no se ha desinstalado en el mundo rico que uno de los caminos más rentables para su complejo militar-industrial puede perfectamente ser el de alimentar una guerra eterna. O, por lo menos, una guerra que pueda durar todavía varios años, en la que Ucrania pueda recuperar los territorios perdidos y, ya de paso, además de obtener beneficios milmillonarios para su industria armamentística, ver como uno de sus principales adversarios geopolíticos sufre una gravísima derrota.
Sin embargo, no parece muy razonable que este análisis se pueda sostener en hechos. Desde luego, resulta difícil imaginar que Ucrania pueda conservar el territorio ruso conquistado —o, incluso, consolidar un territorio mayor— toda vez que su ejército ha sido prácticamente incapaz de recuperar el más pequeño de los pueblos de su propio territorio ocupado en los últimos meses. Que un ejército que estaba demostrándose impotente para contener el avance ruso en su frente interior de repente disponga de un excedente de miles de soldados de élite apoyados por su mejor material militar sin que eso suponga el colapso del resto del frente de guerra no parece verosímil. Si nos basamos en la evolución de la guerra en los últimos años, todo induce a pensar que Ucrania tiene a partir de ahora únicamente dos opciones: o declara la invasión de Kursk como una operación relámpago simplemente pensada para enseñar los dientes y desmoviliza esas tropas para volver a colocarlas en el frente estabilizado, o corre el riesgo de que el ejército ruso pueda avanzar de forma sustantiva allí, perdiendo toda la ventaja negociadora conseguida o incluso situándose en una posición peor que la inicial.
Por último, no debemos menospreciar el hecho de que se haya producido un ataque sobre suelo ruso con armas de la OTAN. No sabemos si Zelenski avisó previamente a sus aliados de que iba a hacer esto o no lo hizo. Pero, en todo caso, son muchos los analistas internacionales que han señalado que esta guerra es un asunto existencial para el régimen ruso y que, por ello, no se puede descartar una escalada incontrolada entre potencias nucleares si Vladimir Putin se ve acorralado. Suponiendo que estemos equivocados y el ejército ucraniano tenga de hecho la capacidad de avanzar sobre suelo ruso, consolidar sus posiciones allí y mantener, al mismo tiempo, estabilizado el frente interior, que haya invadido Rusia usando armamento de la OTAN eleva varios puntos el nivel de peligro para todos los europeos.
DIARIO RED
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