Félix Población
Desconozco si el pintor y fotógrafo Arturo Truan Vaamonde (1868-1937), hijo del director de la fábrica de vidrios don Alfredo, que sí la tiene, tiene a su vez calle en la villa de Gijón, pero si no la tuviera sería algo que habría que corregir de inmediato, por la negligencia e injusticia de ese olvido.
Es aconsejable leer su biografía y observar su obra (hubo una exposición en 2005 sobre ella en el Museo Piñole*) para justificar y testimoniar su memoria en el callejero urbano. Destacado como pintor y fotógrafo, también fue floricultor, por lo que llegó a concejal del Ayuntamiento y delegado de Jardines, para provecho y ornato de aquella villa, a la que sin duda habría sido muy útil si dispusiera de un ámbito como el que hoy dispone Gijón (El Solarón) para hacer el gran parque de la ciudad. Es hora de un gran parque en el corazón de esa villa, al estilo del de la grandes ciudades europeas. Hasta podría llevar el nombre de don Arturo.
Arturo Truan (1868-1937) es el autor de esta maravillosa fotografía, fechada en 1892, durante la niñez de las abuelas de mi generación, y en la que nos deja constancia de que las playas no fueron en ese tiempo el escenario de cuerpos afanosos de sentir el sol y el aire marino en la piel, tal como las conocemos hoy en día, pues la morenez era seña de identidad del campesinado.
No, a finales del siglo XIX, el vecindario pisaba la arena de la playa como si fuera un terreno más de paseo, tal como aparecen damas y varones en la instantánea. A la playa, como a la calle Corrida -corazón peripatético de la ciudad-, también se iba a pasear con elegancia. Predominan en la foto de Truan los sombreros y boinas en las cabezas, y la presencia de sillas denota que se formaban tertulias de grupos afines por relación o trato. Eso sí, para que la arena fuera un territorio de paseo sólo se requería que quienes la frecuentaban acudieran en bajamar. A la derecha de la imagen aparece una parte de la antigua iglesia de San Pedro, incendiada durante la guerra, y el pedrero por donde de guajes echábamos carreras descalzos jugándonos la piel y dejándonosla en más de una ocasión.
Mi amigo Bonhome me hizo en ese pedrero la foto con más risa de mi adolescencia. Fue en los días en que comulgábamos con don Antonio Machado a diario y creíamos a corazón abierto y verso al aire que otro país era posible. Alfredo Truan falleció el año en que su ciudad puso sábanas blancas en los balcones y miradores para recibir la entrada de los vencedores de aquella infausta guerra que hizo al país más viejo. Ignoro si fue antes o después de esa ocupación cuando murió aquel floricultor renacentista.
*Agradecería información para adquirir o leer el libro/catálogo que se hizo con motivo de esta muestra, del que es autor Francisco Crabifosse Cuesta, y que al parecer está agotado.
DdA, XX/5.698
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