viernes, 5 de julio de 2024

EL VIEJO EDIFICIO DEL DIARIO "EL COMERCIO" Y LA ACADEMIA DEL PALOMO



Félix Población

Esta fotografía del edificio histórico de El Comercio, el periódico decano de la prensa asturiana, data de septiembre de 1966. La peculiar construcción aparece tal cual estaba cuando acudía a la Academia Lacio, cuyos balcones daban a la calle Madrid -la más corta de la villa- y a la parte trasera del inmueble que vemos en la imagen. 

En la Academia Lacio, dirigida por un ex-fraile llamado Alejandro Palomino, recibí yo clases vespertinas de refuerzo -como se dice ahora- de Matemáticas y Latín durante el bachillerato elemental por la aversión que le tenía a ambas asignaturas, en la que creo influyeron mis primeros profesores, Justo Álvarez Junquera y una señora que nos parecía muy anciana y a la que llamábamos La Mayuca, respectivamente. Las de Matemáticas las daba en Lacio con pacientes explicaciones y su joven voz de tenor Aquilino García Tuero, mucho antes de ser Aquiles Tuero, promotor artístico de renombre. Las de Latín eran cosa de un vivaracho exseminarista gallego, pequeño de estatura, de palabra fácil y gestualidad muy activa. Unas y otras estaban sazonadas con el olor a frito del Bar Pío, en los bajos del centro. 

Por entonces yo ya quería ser periodista y una aspiración no cumplida de ese tiempo fue la de entrar en el edificio del periódico. No tuve la suerte de que uno de mis amigos, hijo de uno de los redactores, me facilitara esa visita. Por ese tiempo, creo, se rodaron una secuencias de la película Jandro en el exterior del edificio, para las que se utilizaron pizarrones exteriores en los que se daba adelanto con tiza de los titulares de las noticias que luego se desarrollarían en la  publicación impresa, tal como se hacía en el tiempo del film. 

En ese viejo edificio había tenido su redacción durante la guerra el diario socialista Avance, entre enero y octubre de 1937, dirigido por el periodista Javier Bueno Bueno (fusilado por la dictadura en Madrid en 1939), que había pertenecido a la plantilla de los diarios El Sol y La Voz y se había hecho cargo de Avance cuando tuvo su sede en Oviedo, antes de la Revolución de Octubre de 1934. Incendiado por las tropas represoras -fue el primer edificio que ardió en la ciudad-, el diario apenas tuvo tiempo para estrenar su nueva sede en el mes de julio de 1936 -incautada luego por los vencedores- por la traición del coronel Aranda, al sumarse Oviedo a los militares sublevados. 

Un edificio ochocentista como este de un periódico que sigue entre nosotros desde 1874, sito nada menos que en la calle Corrida, por muy histórico que fuese y por singulares que fueran sus características arquitectónicas -a pesar de la suciedad que el tiempo acumulaba en sus fachadas-, no podía librarse de la piqueta desarrollista de la codicia y la especulación que arrasó tantas construcciones notables de la ciudad a partir de los años sesenta. Dos meses después de tomada esta fotografía, perteneciente a la colección de Gonzalo del Campo y del Castillo, este magnífico inmueble neoclásico, al que el arquitecto Manuel del Busto incorporó detalles modernistas a principios del siglo XX, fue derribado, pasando la redacción y talleres del periódico a nuevo inmueble, a la par que dejaba también atrás el formato sábana de mi niñez por el tabloide. 

Ni la historia, ni la antigüedad, ni el aplacado de cerámica polícroma de Talavera de la Reina que advertimos en su fachada se tuvieron en cuenta. Desde que tuve claro mi empeño por hacer del periodismo mi profesión, que tan poco ejercí al cabo de una vida porque me salió rana, siempre que miraba el viejo edificio del diario gijonés lamentaba dos cosas: que su contenido no satisficiera mis deseos de un periodismo mejor -tal como me ocurre ahora- y que su continente, revestido de una preciada cerámica que es hoy patrimonio de la humanidad, tampoco lucieran con la belleza que le era propia por la desidia en adecentar aquellos viejos muros. Visto desde ahora, el edificio del diario local podría ser la imagen de la España que vivíamos y penábamos.

Soñaba el adolescente, en suma, con un periodismo mejor en fondo y forma, donde cupiera aquella peregrina idea que me propuso Palomino en su despacho, consciente de mi temprana vocación: nada menos que un reportaje sobre la prostitución en el barrio alto de Cimadevilla, algo que igual habría intentado hacer si El Palomo, como lo llamaba el alumnado, no se hubiera emperejilado en castigar de rodillas durante una clase a mi compañera Angelines Hevia, con la que tanto quería y a la que empañé las lágrimas con las que defendió su desobediencia ante aquel intento de humillación. 

Creo que esa tarde de invierno, ya bien entrada en una noche húmeda de orballo y niebla, la acompañé incluso hasta la parada del autobús en los Jardines de la Reina. Mi paraguas sirvió para que sólo durante unos pasos ella se prendiera de mi brazo y yo me sintiera prendido de su risa al despedirnos. Vaya para Gelines, allá donde viva y recuerde, el abrazo que me ha provocado su lejana memoria.

DdA, XX/5.697

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