lunes, 17 de junio de 2024

UN INTRUSO EN EL TOSTADERO, CON UNA CRÓNICA BRONCÍNEA DE 1944





Félix Población

Lugar muy reconocido en la muy admirada playa de San Lorenzo de Gijón era, es y posiblemente seguirá siendo el que tenía y tiene por nombre El Tostadero, junto a la desembocadura del río Piles y al pie de una de las rampas de acceso al arenal, al socaire de la brisa marina. 

Allí, más que a ningún otro punto de la popular bahía, acudían y supongo que siguen acudiendo aquellas personas que sienten por el calor y color con que nos obsequia el astro solar la suficiente idolatría como para exponerse a los riesgos que comporta excederse en esta pasión.

Claro que cuando El Tostadero empezó a cobrar relevancia, hace ya muchos años, no todos los médicos advertían de los daños que pueden ocasionar los afanes desbocados por una piel morena, según leemos en la crónica veraniega de redactor anónimo que nos facilita con su amabilidad habitual Luis Miguel Piñera, cronista de aquella villa. 

La crónica, según se puede leer, menciona hasta cinco zonas en la playa de San Lorenzo, dedicándole al Tostadero un mayor detenimiento que a las demás, quizá porque este rincón gijonés, protegido del aire y bien expuesto al sol,  se caracterizó siempre, hasta donde mi memoria alcanza, porque sus usuarios y usuarias eran una avanzadilla en el uso de prendas de baño más escuetas, ya que de lo que se trataba era de que el pellejo ganara bronce cuanto más mejor y en el plazo más breve posible.

Tal aspiración requería que quienes entregaban a Febo públicamente sus carnes quedaran sumidos en un cálido e intenso letargo que parecía ausentarlos del mundanal ruido y de las miradas más o menos obsesas de los curiosos, sobre todo cuando el nacional-catolicismo controlaba y perseguía a quienes vulneraran con la provocación de su atuendo de baño la rígida moralina imperante. Semejante letargo se sobreponía también al hedor con el que bajaban con frecuencia las aguas del río, para desdoro de una playa tan venerada sentimentalmente por el vecindario.

La fotografía que incluyo y da pie a este artículo data de 1978, cuando los años de turismo a la sueca habían ido acabando una década antes con esas rigideces. Lo que más extraña de la instantánea es la presencia y actitud de un caballero joven, apoyado en el muro de la rampa, totalmente vestido y calzado, como si lo suyo fuera más un sacrificio que un deleite, o una apuesta antes que una querencia. 

Desconozco si el diario El Comercio, que publicó esta fotografía y también la crónica que nos facilitó Luis -fechada el 18 de agosto de 1944-, reparó en ese detalle y comentó la excepcionalidad del intruso. No me parece posible porque aquel diario que dirigía por entonces Carantoña (Till) no era de los más agraciados para estas y otras ironías, según pude comprobar por experiencia propia. 

DdA, XX/5.681

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