martes, 25 de junio de 2024

EL PULSO DE LA SAVIA EN LOS SENTIDOS




Félix Población

He aquí dos céntricas plazas de sendas ciudades de Asturias, Avilés y Oviedo, enclavadas en el núcleo histórico de cada una de ellas. La primera muestra todo un extenso ámbito pavimentado donde el único asomo vegetal que se puede percibir son unas ridículas macetas, colocadas delante del Ayuntamiento, cuya presencia se podría pasar por alto por su insignificancia casi insultante frente a la gran superficie enlosada. 

Se diría que el gobierno municipal de aquella villa, al igual que el de otras ciudades del país como la propia capital de España con su petrificada y desarbolada Puerta del Sol, apuestan porque los cada vez más cálidos veranos no encuentren en esos espacios urbanos -históricamente concurridos como lugares de paso y encuentro- el menor asomo de sombra, no vaya a ser que el paseante o el turista se apalanque sentado en un banco a la sombra de una acacia y se pierda la ocasión de hacerle pasar por caja como consumidor de lo que sea. Hagamos mejor de las plazas tórridos parrillas caniculares para transeúntes mártires que busquen con resuelto afán el aire acondicionado de pago en bares y cafeterías.

La vieja Vetusta clariniana, sin embargo, sin tampoco excederse con el arbolado ni con los bancos públicos -porque para esto ya están las terrazas de los comercios de hostelería-, mantiene ese mínimo espacio de fronda -un tanto precaria y poco crecida- que tan bien se conjunta con el antiguo Palacio de la Audiencia y el entorno arquitectónico en su conjunto, dándole a la Plaza de Porlier la belleza de esa imagen que ha sabido captar el fotógrafo Fede Moscatelli  en un día de lluvia, uno de esos días en que pasear por el viejo Oviedo es volver a recuperar -nubladas por el cielo y el tiempo- aquellas imaginaciones y emociones que nos deparó La Regenta cuando empezábamos a vivir, de adolescentes, los libros que nos fueron prohibidos con el mismo celo represivo que los labios y las piernas de las muchachas. 

Es muy posible que sin esos árboles, parte de esa memoria la hubiera extraviado el paseante que tantas veces fui por esas calles y plazas, y por donde una vez encontré al poeta Ángel González, embebido de noche y plática, tan arraigado también a la evocación literaria que provoca ese callejero en quienes aprendimos a amar la literatura con Clarín. 

Los árboles y la literatura van de la mano. Sus hojas y sus páginas están para vivirlas y vivirnos. Respiramos con ellas las inquietudes que dan al alma raíces y vuelo. Si desarropan de árboles las ciudades, es muy probable que su sinrazón esté en una incultura de libro, como la de tantos políticos mediocres, asesorados por expertos que no tienen ni idea del pulso de la savia en los sentidos.

DdA, XX/5.689 

No hay comentarios:

Publicar un comentario