martes, 14 de mayo de 2024

¿QUE FUTURO TENDRÁ EL DE ESTA PRIMAVERA PALESTINA EN LOS CAMPUS?

Este Lazarillo se sirve del artículo que firma en El Salto Iván Montemayor para plantear, con ocasión de la relación de primaveras de las que habla -preguntándose en el titular si ésta será una primavera palestina-, que sólo en primavera parecen aflorar a las calles, plazas y campus universitarios este tipo de protestas. Lo cierto es que se ha tenido que llegar a las 40.000 personas palestinas asesinadas por el Estado de Israel para que en la universidades se registrara este movimiento, siete meses después de que la invasión de la Franja de Gaza se iniciara con todas las características de ser un genocidio, del que estuvimos siendo puntual y visualmente informados día tras día, con sus atroces cifras de menores asesinados. Se le podrá llamar palestina a esta primavera, a falta de saber qué ocurrirá cuando al cabo de un mes concluya el curso universitario, pero lo cierto es que la sensibilidad, tanto de las autoridades académicas como de los profesores y estudiantes, ha tardado demasiado en reaccionar como para darle a las actuales protestas el grito esperanzador del que Montemayor habla al final de su artículo. Ojalá fuera así, pero en este país vivimos hace ahora trece años una primavera de la que fue quedando muy poco a medida que se fueron confabulando factores varios en contra de lo que tenía al nacer tanto carácter de necesidad como de esperanza. ¿Qué queda de aquella indignación que se congregó en las plazas de España para que ahora haya costado siete meses mostrarla en los campus ante un genocidio como el del pueblo palestino?

 


Iván Montemayor

Los resultados electorales recientes podrían llevarnos a la desesperanza. Después de una pandemia, varias guerras y una crisis ambiental en curso, parece que una parte de la sociedad se retrae en identidades excluyentes, en el discurso del miedo y el rechazo a los migrantes, en una auténtica “lepenización de los espíritus”. 

Pero son justamente en los momentos de crisis cuando pasan cosas inesperadas. Este mes de mayo, una multitud de estudiantes han acampado en las universidades, subiendo el volumen de las movilizaciones que se llevan realizando desde hace meses. Las imágenes de la represión a estudiantes en los Estados Unidos, en universidades que ni siquiera habían llegado a experimentar protestas durante el rechazo a la guerra de Vietnam, dieron la vuelta al globo. Lo que estamos viendo estas semanas es un movimiento global propalestino, que se extiende a campus del mundo árabe, América, Europa y Asia. 

Y no es para menos. En Gaza no hay ya universidades en pie, todos sus edificios están derruidos. Los últimos acontecimientos han dejado en la Franja casi 35.000 muertos, más de 70.000 heridos y una población que a penas tiene medios para atajar problemas como el hambre o las enfermedades. Gran parte de población de Gaza son niños. 

Mirando hacia atrás, el Estado de Israel lleva medio siglo de proyecto colonial sobre la tierra palestina, asediando, expropiando tierras y expulsando habitantes desde el primer momento. La destrucción de la sociedad palestina es patente, siendo un lugar del mundo ha pasado del mundo otomano al colonialismo inglés para acabar en manos del estado de Israel, reconocido por Naciones Unidas después de la II Guerra Mundial y el genocidio contra el pueblo judío. El territorio palestino fue disminuyendo con las décadas hasta llegar a la situación actual en Gaza.  

Netanyahu no es como el rey David o como Salomón, los reyes judíos mitificados en la tradición cultural y religiosa hebrea. No, se parece más a Herodes, el rey vendido al Imperio Romano, que basaba su poder en los pactos con la gran potencia militar y con esa ayuda exterior fue capaz de aplastar toda disidencia. Hasta el punto, según las leyendas, de llevar a cabo la matanza de los Santos Inocentes. El asesinato de niños, justificado por si algún día naciera un líder capaz de disputarle la corona. 

La acampada

¿Cómo iban los jóvenes politizados a quedarse en casa mientras cada día vemos un genocidio televisado? Llegué a la acampada de los estudiantes en el edificio histórico de la Universidad de Barcelona, un bello edificio con claustros y jardines botánicos. Se trata ni más ni menos que el más antiguo campus de la capital catalana, y contiene las aulas donde estudiaron destacados líderes republicanos como los futuros abogados laboralistas Lluís Companys i Francesc Layret. Es también un edificio que ha vivido en su seno la lucha contra el régimen de Franco y las protestas estudiantiles contra el Plan Bolonia y los recortes de los ominosos años de Artur Mas y Mariano Rajoy. 

Reunidos en el jardín, seguimos en directo el streaming de la votación del claustro, máximo órgano de representación de la Universidad. Hubo diferentes intervenciones. Algunas de ellas con clara influencia de la propaganda oficial israelí, con mención de los muchos premios Nobel que han procurado la Academia de Israel, potencia científica y tecnológica. Pero la votación no dejó lugar a dudas: 59 votos a favor, 23 en contra y 37 abstenciones. La elevada abstención se debía a que era la posición escogida por el rector, como luego supimos, pero eso no evitó que celebráramos esa pequeña victoria.

La gestualidad, el ambiente, los largos debates en asambleas, desde el punto de vista de alguien con treinta años y cierta experiencia militante, eran muy familiares. Por todas partes, entre tiendas de campaña, comisiones de cocina y megáfonos, asambleas con aplausos silenciosos, era fácil ver el recuerdo del movimiento antiglobalización, de los indignados del 2011 y del 1 de octubre del 2017. En la acampada se combinan objetivos concretos unidos a un gran ideal humanista, autoorganización y emociones, debates entre colectivos trotskistas, la comunidad palestina en Catalunya, miembros de partidos políticos, sindicatos estudiantiles y una destacada participación del nuevo sujeto político juvenil, el Moviment Socialista. 

Y es que la acampada del 15 de mayo de 2011 también surgió de un movimiento global. En realidad, empezó mucho antes, fuera de Europa. Fueron muchos los factores, pero la cerilla que encendió el polvorín de la primavera árabe estaba en Túnez. Corría el año 2010 en la ciudad de Sidi Bouzid, cuando un vendedor ambulante llamado Mohamed Bouazizi fue despojado por la policía de sus mercancías y ahorros. Desesperado, se prendió fuego en forma de protesta. Al ver su agonía miles de tunecinos se rebelaron contra las malas condiciones sociales, la corrupción y la falta de democracia parlamentaria, empezado un efecto dominó que contagió a muchos países árabes: Libia, Egipto, Argelia y Siria. En algunos de ellos, la situación acabó por desestabilizar sus países entre guerras y terrorismo. 

Pude visitar Túnez hace poco. El presidente Saied mantiene el poder gracia a un estado de excepción, el terrorismo yihadista y el covid espantaron un turismo internacional que ahora a penas se recupera y la tensión se palpa en el ambiente. En la avenida Habib Bourguiba, pude ver una manifestación propalestina de estudiantes tunecinos, denunciando la hipocresía de los gobiernos árabes, que tiene palabras gruesas contra Israel, pero poco hacen para pararle los pies. Pasaron delante de la embajada francesa, antiguo palacio colonial, protegida día y noche por fuerzas militares. Sin duda, el sufrimiento de Gaza está siendo un nuevo revulsivo para el mundo árabe, como lo es también para muchos de los migrantes o descendientes de estos que viven en Europa. 

Los indignados que ocuparon las plazas el día 15 de mayo no eran conscientes de qué día era y su importancia para el pueblo palestino. El 15 de mayo es el día de la Nakba. La Nakba es un término árabe que significa “catástrofe”. Es la condensación en una palaba del dolor, de la expulsión masiva de cientos de miles de palestinos de sus hogares durante la guerra árabe-israelí de 1948, que siguió a la declaración de independencia de Israel. La Nakba resultó en la creación de un gran número de refugiados palestinos que, junto con sus descendientes, continúan enfrentándose a la pérdida de su mundo hasta hoy. Este 15 de mayo, para el movimiento global propalestino, es un día de lucha contra la barbarie. 

¿Cuál será el alcance de este nuevo movimiento surgido en mitad de procesos electorales, catalán y europeo? No parece que la opinión pública pueda estar en principio en contra de jóvenes que se movilizan contra un salvaje genocidio, más bien despiertan simpatía. A mismo tiempo, no parece que exista el mismo riesgo de criminalización y represión que se ha vivido en los Estados Unidos. Veremos cómo afrontan los estudiantes propalestinos el desgaste y el paso del tiempo, pero de momento han conseguido aunar esfuerzos y construir un horizonte de esperanza. Quizá el momento más emocionante que hemos vivido estas semanas ha sido escuchar las palabras de agradecimiento de los estudiantes de Gaza, que nos llegaban a través de las redes sociales. La palabra más repetida era esperanza. Para los jóvenes acampados, la primavera palestina es un grito de esperanza y rabia contra un mundo en llamas. 

DdA, XX/6.603

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