martes, 21 de mayo de 2024

MARTHA GELLHORN NUNCA OLVIDÓ LA GUERRA DE ESPAÑA CONTRA EL FASCISMO


Félix Población

La autora de una novela de reciente publicación sobre la de por sí novelable vida de la periodista norteamericana Martha Gellhorn (Saint Louis, 1908- Londres, 1998), cuya dilatada trayectoria como corresponsal de guerra se extiende nada menos que desde nuestra infausta Guerra Civil hasta la invasión de Panamá por las tropas de su país en 1990, ha elegido como título el de Prohibida en Normandía, en referencia a que esta reportera fue la única mujer que cubrió informativamente el histórico desembarco durante la segunda Guerra Mundial.

Como no he tenido oportunidad de leer el libro, desconozco hasta qué punto considera importante Rosario Raro, la autora de la novela, ese episodio en la muy larga trayectoria profesional y vital de la protagonista,  presente en las principales guerras de la segunda mitad del siglo XX. Se podría pensar, por el título de la obra, que a la novelista le ha interesado más la presencia de Gellhorn en las playas de Normandía que cualquier otro de los escenarios bélicos sobre los que escribió, incluidos la Guerra Civil en España y su visita al campo de concentración de Dachau cuando este fue liberado, sobre los que la propia periodista escribió que fueron los dos en los que perdió la fe en la humanidad.  

Me voy a permitir recordar someramente la peripecia profesional de Martha Gellhorn en nuestro país tras su llegada durante la guerra, después de haber ejercido el periodismo en Estados Unidos y en Francia, en donde se ganó el despido de la agencia United Press por denunciar a un superior por acoso sexual, no en vano era hija de la sufragista Edna Fischel (1878-1970), a la que acompañaba desde muy joven en las manifestaciones feministas. 

Fue sin embargo en Stuttgart, durante una visita a la Alemania nazi en julio de 1936, donde -al percibir el desprecio de los periódicos hacia el gobierno del Frente Popular en España- pasó de ser pacifista  a un compromiso decidido con la causa antifascista, que ya le habían inculcado sus padres. Se puede decir que llegó a Barcelona ligera de equipaje, con sólo una mochila y cincuenta dólares, desconociendo que como cronista de guerra iba a empeñar en ese quehacer el resto su vida: "Sabíamos, simplemente sabíamos, que España era el lugar para detener al fascismo, escribió. Eso fue todo. Uno de los momentos de la historia en los que no había dudas".

Ya en sus primeras crónicas vamos a percibir la característica esencial del estilo y objetivo de sus reportajes: ver, escuchar y contarlo, sin añadidos ni elusiones. Al no depender del compromiso diario con la actualidad bélica, por trabajar como freelance, Martha Gellhorn se centró en el ambiente social, en la intrahistoria cotidiana de las ciudades, dando especial relevancia al factor humano, interesada por la población civil y sus vicisitudes, primero en Barcelona y después en Valencia y en Madrid, ciudad en la que coincidió con Ernest Hemingway, a quien ya había conocido en su país y con el que estuvo casada unos años, hasta que se hartó del quien le parecía una persona absorbente y celosa, de la que no estaba dispuesta a ser pie de página, según ella misma dijo.


Acerca de estas peculiaridades del carácter del autor de Por quién doblan las campanas cuenta el historiador Paul Preston en su conocido libro Idealistas bajo las balas (ed. Debate, 2007), sobre los corresponsales extranjeros en la guerra de España, que el general Modesto y el periodista norteamericano casi llegaron a enfrentarse en un duelo a la ruleta rusa por los celos que despertaron en este las atenciones que el militar prodigaba a quien sería su esposa. Es de consignar que en este libro de Preston aparecen muy pocas mujeres entre los corresponsales de prensa extranjera, apenas una docena, frente a las 183 que documenta Bernardo Díaz Nosty quince años más tarde en Periodistas extranjeras en la Guerra Civil (ed. Renacimiento, 2023)

De entre las crónicas de Gellhorn publicadas por la revista Collier's Weekly de Nueva York, hay una de un bombardeo en Madrid que revela el rostro más despiadado de la guerra a pie de calle (The face of war sería el libro que contendría esas crónicas, traducido al español): "Una anciana, con un mantón sobre los hombros, agarra de la mano a un niño y sale corriendo para cruzar la plaza. [...] Cuando se encuentra a mitad de camino, un trozo de acero retorcido y caliente, muy afilado, se desprende del obús e impacta en la garganta del pequeño. La anciana se queda inmóvil, sujetando la mano del niño muerto, mirándolo aturdida, sin decir nada, y los hombres corren junto a él para llevárselo".

En ese mismo libro se puede encontrar este fragmento de otro reportaje, cuando la periodista norteamericana describe el hotel Palace de Madrid convertido en el primer hospital de la ciudad y da constancia del contraste entre el olor a whisky que se respira en el hotel Florida, donde se hospedan la mayoría de los corresponsales de la prensa internacional, y el olor a éter del hotel lleno de hombres vendados, con los quirófanos en la sala de lectura: "En el vestíbulo, se apilan las camillas ensangrentadas, aunque sea una tarde tranquila. Las estanterías estilo Imperio, donde antes había libros aburridos para los huéspedes, se usan para los vendajes, las agujas hipodérmicas y los instrumentos quirúrgicos, y hay luces potentes en las lámparas de araña para las operaciones".

Entre los reportajes de Gellhorn sobre la guerra en Madrid no falta su referencia a las carencias y penalidades de la población cuando los Junkers negros de la aviación alemana sobrevolaban la ciudad y la bombardeaban durante un frío invierno, con carencia de combustible y escasez de comida en las casas, subrayando "no haber visto pánico, ni histeria, ni oído hablar de odio". La reportera no aborda en sus escritos los asuntos que trataban sus otros colegas masculinos en relación con el movimiento en los frentes o los líderes militares y políticos. Su preocupación estaba en la dimensión social de la guerra, algo que es común a buena parte de las casi 200 mujeres extranjeras que escribieron sobre ella, según Díaz Nosty,  hasta el punto de que podría hablarse de una narrativa de género diferencial. A Gellhorn le interesa la cotidianidad de los niños, los ancianos, las mujeres, su prosa es intensa y gráfica, y muestra esa predilección escribiendo que son "personas hermosas, entre las más nobles y desafortunadas sobre la faz de la tierra".

De los tres viajes que hizo a España en el transcurso del conflicto, el último lo realizó cuando ya era previsible la derrota de la República, a finales de 1938. Tuvo aún tiempo de comprobar los atroces bombardeos de los sublevados sobre Barcelona: "Noviembre de 1938. En Barcelona hacía un tiempo espléndido para los bombardeos. Los cafés de Las Ramblas estaban abarrotados. No había mucho que beber, salvo un brebaje dulce y gaseoso llamado "naranjada y un líquido espantosos que se suponía "jerez". Por supuesto, no había comida. Todos estaban disfrutando en la calle el frío sol de la tarde. No hubo ningún bombardeo durante al menos dos horas. los puestos de flores iluminaban y embellecían la rambla. "Están todas vendidas, señores. Son para los funerales de los muertos por el bombardeo de las once". Pobre gente".

La presencia de España en la memoria de esta periodista norteamericana, activa antifascista y antimilitarista, no se limitó al periodo de la Guerra Civil, sino que pasados unos años publicó también en Collier's una detallada crónica de la penosa e ignominiosa situación en que vivieron los miles de republicanos españoles en los campos de refugiados de Francia, teniendo en cuenta sobre todo el papel jugado en la resistencia francesa por esos mismos republicanos contra las tropas hitleriana invasoras: "Durante la ocupación alemana de Francia, los maquis españoles llevaron a cabo de más de cuatrocientos sabotajes ferroviarios, destruyeron cincuenta y ocho locomotoras, dinamitaron treinta y cinco puentes ferroviarios, cortaron ciento cincuenta y cuatro líneas telefónicas, atacaron veinte fábricas y destruyeron totalmente algunas, saboteando quince minas de carbón. Tomaron varios miles de prisioneros alemanes y, lo más milagroso considerando sus armas, capturaron tres tanques. [...] En la parte suroeste de Francia, donde ningún ejército aliado ha luchado nunca, liberaron más diecisiete ciudades. [...] Pero ahora que la guerrilla ha terminado, los españoles vuelven a ser hombres sin país ni familia, sin casa y sin trabajo, aunque todos valoren mucho lo que hicieron".


A Gellhorn le ocurrió lo que a muchos periodistas extranjeros que estuvieron en nuestro país durante la guerra, que  a lo largo de toda su vida se mantuvieron vinculados a la memoria sentimental que les transmitió una ciudadanía que, enfrentándose a todo tipo de adversidades y al abandono de su causa por la democracias occidentales, combatió por primera vez al fascismo. No en vano, en una de sus cartas a su amiga Eleanor Roosevelt, cuando la periodista y escritora decidió comprometerse en esa lucha, había escrito: "Este país es demasiado bello como para que los fascistas lo hagan suyo. Ya han convertido Alemania, Italia y Austria en algo tan repugnante que incluso el paisaje es feo. Cuando conduzco por las carreteras de aquí y veo las montañas de piedra y los campos áridos a ambos lados, los parasoles clavados en la arena de las playas, los pueblos del color de la tierra y los lechos de grava de los ríos, la cara de sus agricultores, pienso: ¡hay que salvar España para la gente decente, es demasiado hermosa como para desperdiciarla!".

También fue muy explícita en argumentar su defensa de la causa republicana frente a las interpretaciones al uso que la combatieron propalando que era un régimen de rojos sanguinarios y una garra de la Unión Soviética, tal como hizo alguna de sus colegas británicas durante el conflicto: "Hace mucho tiempo que dejé de repetir que los hombres que lucharon y murieron por la República, de cualquier nacionalidad, fueran comunistas, anarquistas, socialistas, poetas, fontaneros, profesionales de clase media, o un príncipe abisinio, fueron valientes y desinteresados, ya que en España no había recompensas. Luchaban por todos nosotros, contra la fuerza combinada del fascismo europeo. Se merecían nuestro respeto y nuestro agradecimiento y no lo tuvieron". 

La última aproximación a la realidad española que hizo Martha Gellhorn fue cuando, fallecido el dictador Francisco Franco en 1975, visitó nuestro país. Vino a ser lo publicado, The indomitable losers: Spain revisited (New York Magazine, 2/2/1976) una suerte de rememoración de lo vivido que bien merecería la pena tener la posibilidad de leer, aunque desconozco si ha sido traducido a nuestro idioma.

Ciertamente, es de señalar que Martha Gellhorn fuera la única mujer que estuvo como reportera en el desembarco de Normandía, pero encontrándonos en España y habiendo sido en nuestro país donde vivió su primera experiencia profesional como cronista de guerra, resulta más obligado recordar a esta mujer por este motivo, máxime porque tanto la guerra de España como su visita al campo de concentración Dachau jamás se borraron de su memoria, como reflejó al comentar la impronta que le dejaron ambos episodios.

DdA, XX/5.651

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