Siguiendo con su serie de artículos sobre La memoria borrada, el Colectivo de Ciudadanos de la Región Leonesa ha publicado este domingo en el diario La Opinión/El Correo de Zamora esta interesante reseña sobre una peculiar obra escultórica que tuvo su asiento en el viejo convento zamorano de San Francisco, del que apenas sobreviven unos restos y fue en su tiempo una de las construcciones más significativas del Reino de León. La escultura de la muerte, del renacentista hispano-flamenco Gil de Ronza, es una obra que desde las primeras décadas del pasado siglo se puede admirar en el Museo de Escultura de Valladolid e impresiona por el realismo tremendista de raigambre medieval con el que se enfatiza la representación de la muerte en una figura de altura similar a la media de una persona de su tiempo. El autor trabajó también en la magnífica sillería del coro de la catedral de Zamora, así como en la no menos notables portadas frontales de la catedral nueva de Salamanca, ante las que este Lazarillo pasó tantas veces durante años sin imaginar que quien las labró había dejado en la capilla funeraria del desaparecido monasterio zamorano la singular obra que se glosa en este artículo, tan representativa de las religiones cristianas, capaces de ver en la muerte de su dios hecho hombre la redención de todos:
lunes, 27 de mayo de 2024
GIL DE RONZA Y SU TREMENDISTA ESCULTURA DE LA MUERTE
Colectivo de Ciudadanos de la Región Leonesa
El Monasterio de San Francisco, del que en la actualidad sólo se conservan unas cuantas ruinas adosadas a una nueva edificación donde tiene su sede central la Fundación «Rei Afonso Henriques» desde la década de los noventa, fue en su tiempo una de las construcciones más significativas del Reino de León. Situado en la orilla sur del Duero, su fundación posiblemente se produjera en 1216, no obstante, las primeras referencias documentadas se encuentran en 1246. El emplazamiento actual del convento no es el original, ya que en 1260 los frailes se trasladaron desde la ermita de Santa Catalina a un nuevo edificio, el cual fue posteriormente transformado radicalmente por los Señores de Villalpando con la ayuda de Doña Leonor Muñiz.
En dicho recinto conventual el deán Diego Velázquez de Cepeda, figura prominente en Zamora durante el Siglo de Oro, encargó la creación de una capilla funeraria. Este proyecto incluía la escultura de "la Muerte" y otras 10 más: San Miguel, una Anunciación, un Nacimiento, la Negación, un Ecce Homo, un Crucifijo, el Descendimiento, el sepulcro, una ascensión, y un San Cristóbal. La capilla funeraria estaba destinada a ser un espacio de reflexión sobre la vida y la muerte, un lugar donde los fieles pudieran contemplar su propia mortalidad y la promesa de la vida eterna. Sin embargo, y como ha sucedido en múltiples ocasiones con nuestro patrimonio, la desamortización del XIX nos despojó de gran parte de este legado, y como en el caso de la escultura de la Muerte en el que hoy nos centraremos, ésta quedará descontextualizada perdiendo gran parte de su significado y de la narrativa que la vinculaba con su entorno original.
Sabemos que la escultura de la Muerte fue legada a la Academia de Nobles Artes de la Purísima Concepción por Pedro González Martínez, primer director del Museo Provincial de Bellas Artes de Valladolid, en su testamento otorgado el 15 de diciembre de 1850. Desde 1916, esta obra forma parte de la colección estable del Museo Nacional de Escultura (Valladolid), donde sigue impresionando a los visitantes por su cruda representación y su detallada ejecución.
Durante mucho tiempo, fue atribuida erróneamente a Gaspar Becerra, debido a confusiones sobre los elementos iconográficos que porta la figura, siendo el historiador José Ángel Rivera de las Heras quien finalmente resolvió estas dudas, atribuyendo correctamente la obra a Gil de Ronza y situándola en el contexto del proyecto funerario del deán Diego Velázquez de Cepeda.
Gil de Ronza, nacido en la localidad flamenca de Ronse, fue un destacado escultor del Renacimiento español que desarrolló gran parte de su actividad en el Reino de León, no en vano tenía su taller en la ciudad de Zamora y también será aquí donde fallecerá poco después de 1534. Su estilo se caracteriza por su detallismo, su expresividad y su capacidad para transmitir emociones profundas a través de representaciones visuales intensas y realistas. En la escultura que nos ocupa, estos elementos se combinan para crear una obra que no solo representa la muerte de manera cruda y directa, sino que también invita a la reflexión sobre la naturaleza transitoria de la vida y la esperanza de la resurrección. La influencia de la iconografía medieval es evidente en la elección de los elementos decorativos y en la disposición de la figura, que sigue la tradición del "tremendismo" medieval que enfatiza la crudeza y la realidad de la muerte.
La escultura de la Muerte es una representación en tamaño natural de un esqueleto descarnado, tallado en madera y policromado con detalles macabros que muestran las consecuencias del paso del tiempo sobre un cuerpo sin vida. Con una altura de 169 cm, esta pieza impresiona por su realismo y por los elementos añadidos, como los gusanos que se alimentan del interior del esqueleto, que subrayan la fugacidad de la vida y la inevitabilidad de la muerte. Pero dicha talla no es sólo una simple representación de la muerte, sino que en ella se introdujo el concepto de la resurrección del cuerpo el día del Juicio Final, mediante la trompa que la figura sujeta con su mano izquierda. De este modo comprobamos en este trabajo no sólo la habilidad técnica de Gil de Ronza, sino también su capacidad para transmitir profundos conceptos teológicos y filosóficos a través del arte.
DdA, XX/5.655
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