De la magnífica y larga entrevista que Bernardo Álvarez hace en Nortes (Fuimos vedettes rodeados de kalashnikovs) a quien durante algunos años fue uno de esos "audaces reporteros", presentes en distintos lugares conflictivos del planeta (Oriente Medio, América Central) como corresponsal de varios medios, y que responde al nombre de Alberto Arce, se podría subrayar más de una respuesta, por las lúcidas consideraciones que se hacen en casi todas ellas respecto a la profesión periodística, tal como anuncia el titular que comprenderá muy bien el aguerrido Pérez Reverte. Pero quien abandonó esa actividad en la que se le distinguió con diversos premios y ha pasado a residir con su familia en Cabranes, una pequeña localidad asturiana, a este Lazarillo le parece destacable lo que Arce señala acerca de sus estudios de bachillerato en su villa natal (Gijón, 1976), durante la década que va de 1983 a 1993. Como conozco el colegio que menciona, entre cuyos profesores estuvo uno que le tocó a este Lazarillo veinte años antes -en plena dictadura- y al que debo agradecer las mayores penalidades de mi periodo escolar, no me resisto a insertar la respuesta de Alberto Arce con relación a la educación nacionalcatólica recibida en ese decenio en el centro citado, cuando gobernaba en este país el Partido Socialista, el de los colegios concertados donde sucedía lo que sigue:
-Leyéndote, tengo la impresión de que hay en ti una fascinación o un interés por la guerra civil española, que has leído mucho sobre ello y que, de algún modo, tu carrera profesional ha estado guiada por la voluntad de tratar de entender y de ver algo parecido a lo que pasó aquí en los años 30
-Mira…esto es algo de lo que nunca he hablado, y algo de lo que siempre que he intentado hablar, no me han dejado. Yo estudié en el Corazón de María (CODEMA) de Gijón, y creo que la mía es la última generación que recibió, entre el 83 y el 93, una educación nacionalcatólica. Los curas y profesores de ese colegio, y esto lo he hablado luego con compañeros, nos agredían físicamente a los alumnos. Nos daban de hostias, literalmente puñetazos que te derribaban y acababas en el suelo. Ese maltrato y esa violencia a mí me han hecho mucho daño en la vida. A veces, cuando muere uno de esos profesores, leo unas necrológicas en El Comercio, sobre la entrega a sus alumnos…todo mentira, una patraña. El CODEMA, que es un colegio de los claretianos, celebraba todos los años una misa en homenaje a los mártires de Barbastro, unos sacerdotes asesinados por milicianos anarquistas en la guerra civil. En esa misa cantábamos el himno al padre Claret, y lo hacíamos con el brazo en alto y pateando el suelo. Era una cosa en broma, sí, en broma pero estabas cantando haciendo el saludo fascista, y yo lo hacía…[Brazo en alto y pateando en el suelo, se pone a cantar: “Llegó el Señor cruzando tu camino y, al verte, por tu nombre te llamó, para hacerte testigo de su Reino, como fiel mensajero de su voz”] Todavía me acuerdo de la canción. Y, para que veas cuál era el ambiente en el colegio, en una ocasión unos alumnos organizaron un autobús para ir a un mitin de Blas Piñar en Santander. Cuando mi padre se enteró de todo esto, con lo que él no comulgaba en absoluto, me llevó a conocer a Julián Modia, un soldado republicano que fue uno de los hombres que había tenido que irse por el Musel en el 37 tras la caída del frente Norte. Ahí fue cuando empecé a entender que había más cosas, cuando empecé a comprender lo que había pasado.
NORTES DdA, XX/5637
3 comentarios:
Yo también viví esa experiencia justo entre los dos (de mis seis, 1965, a mis ieciséis años, 1975... Recibí varios tortazos bestiales, conmigo de rodillas por hablar en las horas de estudio, de un joven cura que me daba Lengua y Literatura Española... Y hasta un campanazo en la cabeza, con la férrea campana con la que se señalaba el final de los recreos, por el "precepto de disciplina" (que me dejó sangrando y tuve que ser curado) por, en pleno entusiasmo deprotivo, pisar, como espectador, la línea del campo de balonmano donde jugábamos la competición futbolística. Pero vi cosas mucho peores, como un cura que daba historia (en un estado de verdadera enajenación psicopática) romper una vara de bambú a golpes por todo el cuerpo a un alumno díscolo...
Sufrimos y vivimos tanto, y sin embargo no he leído un solo libro que recreara literariamente aquel ominoso tiempo de silencio, José Ignacio.
Mi novela sólo llegó a finalista hace unos cuantos años.
Sí, parece que perdura una especie de ominoso "pacto de silencio" bajo palio... En cine sí hay cosas más interesantes: en realidad "Marcelino Pan y Vino" (1955) de Ladislao Vajda no deja de ser un curioso y sublime retrato tenebrista de la educación curil (donde los hábitos causan verdadero terror), "¡Arriba Hazaña!" (1978) de José María Gutiérrez Santos no deja de ser una temprana y sorprendente muestra del desencanto con la temprana Transición a través de la analogía de un insoportable colegio de curas (con grandísimos actores, desde Fernando Fernán Gómez a Héctor Alterio pasando por José Sacristán entre los curas que realizan la "transición directiva", con el gran Quique San Francisco o Iñaki Miramón entre los alumnos más díscolos), y hasta Pedro Almodóvar hizo su propia aportación en "La mala educación" (2004), aunque llevándola como siempre muy a su terreno... En narrativa, recientemente, Ávaro Ceballos publicó en "La edad de la tiza" (Alfaguara, 2022), una leve denuncia del lado oscuro de la educación en los colegios concertados confesionales todavía a principios de los noventa (también muy centrado en la represión sexual)...
Publicar un comentario