viernes, 10 de mayo de 2024

AQUELLAS ABUELAS A LAS QUE SE LES MORÍAN LOS HIJOS...


Desconozco la identidad del autor o autora que firma este texto, cuyo contenido refleja lo que podrían contar muchas otras personas de la generación de la autora al hablar de sus abuelas. Siempre es conveniente mantener la memoria viva de donde venimos para honrar a quienes nos precedieron y lucharon por la vida en unos tiempos sumamente adversos para las clases más desfavorecidas, en las que los hijos morían en las guerras, malditas guerras y quienes las promueven, antes, ahora y siempre.

A. N. M. 

Mi abuela Eduvigis nació en Cuba, pero de muy niña, con diez años o así, se vino a vivir a la casa de sus abuelos paternos, que eran del norte de Burgos o por ahí cerca. Creo recordar que fue hacia el año 1900, que su padre era militar y la guerra le dejó postrado en cama, inválido de las piernas. En el pueblo... ay que no me acuerdo ahora cómo se llama..., bueno como se llame, en el pueblo se casará con mi abuelo, que eran primos hermanos, aunque para poder casarse tuvieron que esperar casi dos años a que llegara la bula; para entonces ya tenían un hijo, Castorín. Espere un poco... Mire, es éste que está aquí; le entró la polio, el pobre. Contaba mi madre que hacía unas manualidades de llamar la atención; “el Nene” le llamaban. Murió en el 31, el mismo día que se proclamó la República. A mi abuelo no le llegué a conocer, pero a mi abuela sí. La pobre, más buena era... Tuvieron dos hijos más además de mi madre. Uno se llamaba Servando y el otro Crescencio, que era el más pequeño y que mi abuela ya le tuvo de mayor; los dos estuvieron en Rusia con la División Azul; tuvieron que largar para allá porque habían sido medio sindicalista o algo así y les ofrecieron apuntarse o si no aquí las iban a pasar muy perras. Allí que se quedaron los dos, ninguno volvió. Los dos había dejado aquí novias y una de ellas se suicidó cuando se enteró de que Servando había muerto en combate; todos le llamaban “Uco”. De Crescencio nunca más se supo, ni bueno ni malo; le dieron por desaparecido, aunque mi abuela siempre mantuvo la esperanza del regreso de su "Cenciuco". Casi se vuelve loca, lo pasó muy mal la pobre... Había perdido tres hijos y sólo le quedaba mi madre. Decía que si la pasaba algo quién la iba a cuidar a ella cuando fuese vieja, que mi abuelo ya también había muerto aplastado por una piedra en la cantera donde trabajaba... Ay, ya me acuerdo del pueblo, Trespaderne. Josús, que no me salía... Bueno, pues eso, que muchas amarguras tuvo que pasar mi abuela. Aun así, a pesar de la vida de sufrimiento que tuvo, recuerdo sus inmensas ganas de vivir. Recuerdo también su sonrisa; siempre sonriendo. No sé como podía, la pobre. En su lecho de muerte pidió a mi madre que se acercara y la preguntó: "¿Nela, y Cenciuco?" Fueron sus últimas palabras.

DdA, XX/5.640

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