Félix Población
Fueron muchas las veces en que de guaje pensé, ante determinados edificios de la villa en la que discurrió mi niñez, en la resistencia de los que habían sobrevivido a la guerra, porque para mí resultaba el colmo de la destrucción y la tragedia que la población civil de una ciudad hubiera sufrido sucesivos bombardeos, cuya autoría sólo podía corresponder entonces a los vencidos, perpetradores de todo tipo de espantos, según la doctrina del viejo régimen.
Gijón los padeció por aire y mar, tanto a cargo de la aviación sublevada, que contó con la ayuda de la Legión Cóndor alemana, como por parte del crucero Almirante Cervera. Dos de los edificios que aparecen en esta fotografía de Constantino Suárez, el de confecciones Montecarlo y el de la actual basílica del Sagrado Corazón, sobrevivieron tal cual los vemos a esos bombardeos, cuyo estruendo imaginaba horroroso, con ya serlo para mí el de los palenques en los días de fiesta mayor santificada.
En Montecarlo compró mi padre su primer abrigo Loden, a finales de los cincuenta o primeros sesenta, con el que ganó una respetabilidad algo impostada, tratándose como era el caso de un modesto ferroviario, obligado a tener un segundo empleo para complementar la precariedad de su nómina. Verlo con el nuevo gabán, en una época en la que predominaban las gabardinas, le daba una apariencia nada concorde con su personalidad, que me llegó a impresionar por su apariencia, como si el padre desenvuelto y risueño al que conocía se hubiera desvanecido provisionalmente debajo del nuevo abrigo, concediéndole un aspecto más reservado y distante.
Como la instantánea de Suárez se hizo en pleno verano, los concentrados aquel 20 de julio de 1936, día en que está fechada la imagen ante la basílica del Sagrado Corazón (la Iglesiona), van a cuerpo, luciendo alguno americana y corbata. Se encuentran junto al Cuartel de los Guardias de Asalto, la policía republicana, sito entonces en el Instituto Jovellanos en el que los de mi generación iniciamos el bachillerato. La convocatoria fue promovida por los partidos de izquierda tras el levantamiento militar de dos días antes que daría lugar a una infausta guerra de casi tres años.
Puede que la fotografía haya sido tomada a mediodía, a juzgar por la luz que se aprecia en la calle y que es la más recomendable para admirar a través de los vitrales la que ilumina la belleza del interior de la basílica, que a esa hora y aquel día mantiene cerrado el atrio con una rejilla metálica. Por la fecha, ha de respirarse entre los concentrados -casi todos varones- el nerviosismo propio de una jornada en la que, aparte del apoyo a la sublevación por parte de coronel Aranda en Oviedo -luego de haber apoyado al gobierno del Frente Popular-, Gijón cuenta también con un foco sublevado en el cuartel de Simancas. Entre el personal civil se observa la presencia de algunos Guardias de Asalto, con su gorra de plato, que comparten las inquietudes de la muchedumbre, entre la que quizá no falten voces que pidan armas para enfrentarse a los golpistas.
Cabe pensar que entre los reunidos nadie espere lo que a partir de esa fecha se iba a desatar en España, ni que a pocos metros de ese lugar, gracias a la fotografía tomada desde la ventana de un clínica dental, tuviéramos constancia de una de las pocas imágenes cruentas de los bombardeos a los que fue sometida la ciudad aquel verano. Pese a que Constantino Suárez publicó otras instantáneas de los bombardeos en los periódicos locales, en las que aparecen las víctimas, esos negativos no forman parte del valioso depósito de más de 6.000 reunido en el Muséu del Pueblu d'Asturies .
Fue también en esa misma calle Jovellanos, finalizada la guerra e instaurada la dictadura franquista, donde a mi padre le rompieron un jersey rojo que le había tejido mi abuela. Tendrían que pasar muchos años para que mi abuela, poco antes de morir, insistiera con el color y volviera a tejerme en esta ocasión una chaqueta de lana con cremallera, con la que aparezco en mi primera foto escolar con flequillo, sentado en un desvencijado pupitre que había en el patio de la escuela de doña Ángeles, en la calle Morán Lavandera, adonde me llevó una vez una mañana nevada mi abuelo Teófilo.
Siempre pensé que esta foto que revivió el jersey de mi padre en la chaqueta de lana de su hijo me la hizo también Constantino Suárez, el fotógrafo represaliado al que después de salir de la cárcel de El Coto se le prohibió ejercer oficialmente su profesión, teniendo que ganarse la vida con encargos de tapadillo como el de las escuelas o haciendo fotos en los parques y jardines de aquella villa.
Del jersey rojo al abrigo Loden habían pasado más de veinte años, y casi tantos desde que pensé que no quería crecer para vestir siempre la chaqueta roja con cremallera que me tejió la abuela Josefa poco antes de morirse en el sillón de la galería que daba a un patio de luces con gatos, uno de los muchos días en que allí sonaba la lluvia.
DdA, XX/5601
3 comentarios:
Me gustan estas n historias. Mi madre me contó cantidad. Mi padre que era el que había participado en la guerra y había estado en la cárcel, giguro en las listas de Rojos hasta el año 1060, tenía tanto miedo que no se atrevía a hablar ni en casa por miedo a que alguien lo oyera, vivíamos pegados a la carretera. Espero que no volvamos a pasar por otra
Historias entrañables de un lugar que ya casi no existe... Hoy puro decorado no de cartón-piedra, pero sí de frío hormigón y cristal (a veces una suerte de maqueta a tamayo natural que hace aséptico el recuerdo de ese ayer)... Y lo peor no son los cambios en el paisaje urbano, con la pérdida de tantos rincones entrañables que fueron testigos de ese ayer de tantas infancias ("nuestra verdadera patria", como decía Rainer Maria Rilke), las nuestras, sino la siniestra evolución del paisanaje, cada día más indistinguible de cualquier otro paisanaje de lugares similares, cada día más esclavo del algoritmo y sus amos.
Muy cierto, amigo, la despersonalización del paisaje urbano es una consecuencia de nuestra propia alienación.
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