Vicente Bernaldo de Quirós
Algunos analistas mediáticos consideran una buena noticia que los jueces británicos hayan dado un plazo de tiempo al fundador de Wikileaks, Julian Assange para que pueda apelar su extradición a Estados Unidos. No soy yo de la misma opinión, porque se trata de una cortina de humo para dilatar más en el tiempo la prisión del periodista australiano que desveló importantes secretos diplomáticos delictivos del país de las barras y de las estrellas que se ha vengado tratando de acallar la libertad de expresión.
Y cuanto más tiempo transcurra con Assange en la cárcel, en condiciones infrahumanas, más se debilita el estado de salud de este hombre a quien los estadounidenses del poder tratan de hundir de manera oscura, pero que quieren fuera de combate para que no siga escudriñando en las mezquindades de sus servicios secretos y que causaron una enorme impresión en todo el mundo.
Lo que deben hacer los jueces británicos es poner inmediatamente en libertad a Assange porque no cometió ningún delito, como defiende la CIA, el Pentágono y la nomenklatura yanqui, sino que ejerció el derecho a la libertad de expresión con la difusión de noticias ciertas, que es lo mismo que practican a diario los medios de comunicación de todo el mundo y que, por otra parte, se encuentran en el frontispicio de los valores occidentales que Washington dice defender como nadie.
Es curioso que mientras Estados Unidos y los países occidentales culpan a sus adversarios políticos de coartar la libertad de sus súbditos (en el caso Navalny, por ejemplo), mantengan una actitud de asesinar lentamente no ya a una persona que no ha cometido un delito, sino a quien ha tenido la valentía de contar al mundo las mentiras de Estados Unidos y que tanto bien han hecho a la verdad y a la lucha contra la impunidad de los criminales con corbata y pedigrí que se han visto descubiertos por una forma de hacer periodismo.
Assange tuvo que huir tras haber sido acusado injustamente de agresión sexual, lo que quedó demostrado poco tiempo después de la denuncia y fue a refugiarse en la embajada de Ecuador en Londres, gracias a la ayuda del entonces presidente del país, Rafael Correa. Durante todo el tiempo que estuvo asilado, el hostigamiento de la Policía británica, que seguía órdenes de la inteligencia yanqui, fue total y el acoso a la legación diplomática fue casi insostenible.
La situación varió cuando el sustituto de Correa, que había sido colaborador del entonces presidente y uso su paraguas de popularidad para hacerse con la presidencia del país, decidió dar un giro a su política exterior y expulsar de la embajada a Julian Assange, que fue inmediatamente detenido y puesto a disposición de la Policía británica que lo retiene ilegalmente desde entonces. A pesar de las múltiples protestas de los seguidores de Assange y d Wikileaks y de las manifestaciones de los amantes de la libertad de expresión el encierro del periodista australiano sigue deteriorando su estado de salud.
Hay que hacer constar, también, la doble moral de Estados Unidos en relación con los asilos en las embajadas. Mientras que con Assange han practicado una verdadera cacería para lograr su extradición y su encarcelamiento (o ejecución que quieren condenarlo a muerte) en el país del que se han contado tantas verdades, Washington mantuvo una posición excesivamente laxa con los dirigentes saudíes que engañaron al también periodista Jamal Khashoggi ylo ejecutaron. Claro que Arabia Saudí es un país amigo y Wikileaks es el enemigo a batir.
No hay otra salida para el contencioso con Julian Assange que la puesta en libertad inmediata de este hombre, sin que los subterfugios de los servicios policiales y judiciales de Gran Bretaña sirvan como excusa, ya que el único objetivo es erosionar todavía más la salud física y mental del fundador de Wikileaks, tal y como ha denunciado reiteradamente su propia esposa.
DdA, XX/5610
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