La filosofía educativa de la República a
principios de 1932*
Eduardo Montagut
En la historia de la educación en la Segunda República aportamos un documento legal, no de rango superior, pero sí, creemos harto significativo, sobre los cambios que se pretendían hacer en la escuela. Estamos hablando de la circular de 12 de enero del director general de Primera Enseñanza, Rodolfo Llopis. Ahora, hace 90 años, recuperamos esta disposición.
La Dirección General había suministrado a través
de los Consejos Provinciales de Protección Escolar a las escuelas ejemplares de
la recién aprobada Constitución. Los maestros debían enseñar la Constitución,
explicando lo que significaba un texto constitucional para las democracias, las
luchas que habían tenido que sostener los españoles en demanda o defensa de la
Constitución, y como la República, al promulgar la Constitución, señalaba un
momento histórico en el proceso de liberación de los españoles.
Se abría un nuevo período histórico para España,
donde debían aunarse la alegría, la meditación y la responsabilidad. A los
maestros les tocaba una misión en relación con esa responsabilidad general.
El maestro como educador
Para las nuevas autoridades educativas el maestro
debía ser considerado un educador. La escuela debía convertirse en la casa del
alumno, un lugar donde desarrollar su infancia. En este sentido, el maestro
debía entender que además de instruir debía educar para que el niño pudiera
alcanzar el desarrollo de su personalidad.
Vitalizar la escuela
Había que dar vida a la escuela, y había que
llevar la escuela donde estaba la vida. La escuela libresca debía ser superada
por una escuela activa. Por eso, había que cambiar los horarios viejos y los
programas rutinarios para conseguir centros vivos de interés y por la libre
curiosidad del niño. La escuela debía responder a los interrogantes del niño, y
convertirse en un hogar donde pudiera trabajar. Precisamente, el trabajo se
convertía en el eje pedagógico de la nueva escuela. Pero hacer al niño un trabajador
no significaba que la escuela primaria fuera un centro para aprender un oficio
determinado. Lo que quería decir es que todo lo que se aprendiera en la escuela
debía hacerlo el niño con sus propias manos, y en colaboración con los otros
niños como compañeros suyos. Era una manera de enseñar que el trabajo propio o
individual era más útil si servía a los intereses de la comunidad.
La unión entre la escuela y el pueblo
En la circular se afirmaba que había que unir la
escuela al pueblo, es decir que la escuela debía vivir en contacto con la
realidad. Los niños tenían que conocer su entorno mediante excursiones, paseos
y visitas. El ambiente geográfico se convertía en un recurso didáctico para el
maestro. Ese entorno de fábricas, campos, talleres, el mar, etc. debía ser
totalmente familiar para los alumnos. La escuela debía establecer una relación
íntima con el trabajo y con el hogar. De ese modo, la misma podrá ejercer mucha
influencia. La escuela puede interesar a los padres organizando enseñanzas que
respondiesen a sus inquietudes, organizando bibliotecas, lecturas, audiciones y
conferencias. Todo lo que estaban haciendo las Misiones Pedagógicas estaba
convirtiendo a la escuela en el eje de la vida social de los lugares, y de ese
modo el pueblo acabaría sintiendo a la misma como una cosa suya.
Escuela laica
Así era, la escuela debía ser laica, porque tenía que respetar la conciencia del niño. La propaganda de todo tipo estaría prohibida en la escuela, porque no se podía coaccionar las conciencias. La escuela debía ser respetuosa y liberadora, un lugar neutral donde el niño viviese, creciese y se desarrollase.
Había que recordar que la Constitución establecía en su artículo 48 que la escuela debía ser laica. En dicho espacio no podía existir signo alguno que implicase confesionalidad, además de la prohibición de la enseñanza y práctica religiosas. La escuela debía inhibirse de los problemas religiosos. La escuela era de todos y aspiraba a ser para todos.
Pero, además, la circular pedía que los maestros revisasen los libros de texto por si incluían apologías del ex rey y de la Monarquía.
Llopis recordaba una circular de mayo donde se pedía al docente un esfuerzo, aprovechando las oportunidades que ofrecían sus lecciones en otras materias, el diario hacer de la escuela y los ejemplos de la vida de los pueblos, para inspirar a los alumnos un “elevado ideal de conciencia”.
Para el cumplimiento de todo lo dispuesto apelaba también al trabajo de la inspección educativa, sin olvidar la labor asesora para los maestros que debían desempeñar los Consejos locales, provinciales y universitarios de protección escolar.
*Hemos trabajado con el número 7156 de El Socialista, del día 14 de enero de 1932.
La Voz de la República DdA, XX/5623
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