lunes, 29 de abril de 2024

EL PENSAMIENTO MILITARISTA: ENTRE MORIR Y MATAR, MEJOR VIVIR


Recortable infantil de 1922

Tal como señala en su reseña Carmen, el de Fernández Holgado, si ya era de suyo un libro necesario para la lectura y meditación con el conflicto armado entre Rusia y Ucrania, que tenía abocada a Europa a una situación geopolítica que no se recordaba en el continente desde la llamada guerra fría, la masacre genocida que está perpetrando el Estado de Israel en la Franja de Gaza desde hace meses bien merecía, tal como ha hecho el autor antes de presentar el libro el libro en Madrid, una coda referente a Palestina. Si hay un país militarista en extremo en nuestros días ese es el del Israel de Netanyahu, a juicio de este Lazarillo, con la colaboración estelar de su padrino estadounidense y la Unión Europea en siniestros y serviles papeles secundarios, si bien Alemania lo está interpretando hasta tal grado de sumisión que podría llegar a reinstaurar -¡Alemania!- el servicio militar obligatorio: alles für der Heimat (todo por la patria). Y lo que venga, que puede ser un ominoso y peligroso camino hacia atrás.

Carmen Ordóñez

El jueves pasado se presentó en Madrid, en el Espacio La Atenea (centro cultural del barrio de La Guindalera), el libro de Fernando Hernández Holgado El pensamiento militarista. Sobre las guerras justasPrologado por Carlos Taibo, este estudio nos llega con la impronta de la oportunidad. Algo que el autor no podía prever, de manera que se vio obligado a añadir un último capítulo bajo el epígrafe Coda palestina.

La presentación del libro se desarrolló en formato de entrevista, como un mano a mano entre el autor, historiador, y el periodista Rafael Fraguas que además es escritor, sociólogo, profesor de Geopolítica y, lo más significativo, ha sido corresponsal de guerra. Y es que el contenido del libro hace historia de la actualidad al tiempo que actualiza la historia.

El pensamiento militarista lleva el subtítulo Sobre las guerras justas. Y es este segundo epígrafe el que sustenta prácticamente todo el estudio. El texto, que compagina la erudición con la amenidad en la lectura, presenta un recorrido por la historia del pensamiento sobre la justificación moral de los conflictos armados.

Las guerras siempre se ciernen sobre sociedades indefensas sometidas a los intereses dominantes, hoy vinculados al capitalismo financiero y al neoliberalismo. Las democracias, por mucho que se invoque el concepto para justificar las atrocidades que generan las guerras, ya no tienen peso en los conflictos. Hoy, más que nunca, deberíamos tener claro estos aspectos antes de calificar de justa cualquier lucha armada.

Hernández Holgado, que es especialista en el estudio de las Fuentes Orales en Historia, materia que imparte en la Universidad Complutense, recuerda una entrevista realizada años atrás a una víctima del franquismo, una mujer mayor que resumió así nuestra último conflicto armado: “La guerra civil fue una guerra de los ricos contra los pobres. Y la ganaron los ricos”. Es en este contexto donde se plantean las contradicciones entre lo injustificable de la guerra y la resolución de los conflictos sociales por la vía armada, el choque moral entre el antimilitarismo y la necesidad de la lucha como acto de supervivencia.

Imagen que se difundió durante nuestra guerra civil, sacándola de contexto, y que procede de la guerra de África

Para alimentar el miedo que empuja a la guerra hay que crear siempre un enemigo. Los medios de comunicación por regla general no sólo incentivan esos temores sino que manipulan también el escenario bélico in situ. La propaganda de atrocidades para justificar la guerra llega a límites insospechados y Fernández Holgado mostró en la presentación dos ejemplos de esta aberración: uno de ellos era una imagen tomada durante la guerra de África donde unos soldados españoles exhibían las cabezas de algunos enemigos. Esta fotografía fue utilizada posteriormente en el contexto de nuestra guerra civil, bajo el epígrafe “Monstruosidad roja”, falseando por completo su origen y su significado, ya que los que ejercieron tal manipulación fueron los mismos que cometieron esas atrocidades. (Algo similar ocurrió cuando, a raíz del atentado de las torres gemelas, las televisiones difundieron imágenes de fiesta en los campos de refugiados palestinos, imágenes que naturalmente correspondían a otros momentos inocentemente festivos de una población árabe cualquiera). 

Y es que, con la caída de la URSS, cuando parece que se inaugura una pax perpetua donde va a imperar el neoliberalismo, éste tiene que ser reforzado con la aparición de otros miedos: se traslada entonces el peligro enemigo del comunismo al Islam. 

El segundo ejemplo que nos mostró el autor sobre esa misma propaganda de atrocidades y que en esta ocasión alcanza a los niños era un recortable de la popular muñeca Mariquita Pérez en traje de legionaria (la imagen data de 1922), sosteniendo con una mano un fusil y con la otra la cabeza de un niño negro, con otros pequeños africanos colgados o maniatados para completar el espacio gráfico. Hoy los jóvenes que hacen la guerra, se comentó, son chavales que han pasado directamente de los juegos de ordenador al manejo de los drones en la batalla real.

Podríamos trascender la moralidad, decía el autor, para acceder a la ética y romper ese binomio, esa contradicción de las guerras justas. Porque la moral, recalcaba el periodista, es individual mientras que la ética es colectiva. En un ejemplo cercano y muy presente, se recuerda cómo Gorbachov reclamó al liquidar la URSS que no se anexionaran a la OTAN los antiguos estados de la URSS. Diez países han roto ese compromiso hasta hoy, lo que explica, si no justifica, la agresión de Rusia, a todas luces ilegal.

Finalmente, el autor resumió su trabajo con esta afirmación: “El concepto de guerra justa nos coloca ante una disyuntiva que sólo puede ser resuelta mediante un axioma: Entre morir y matar, mejor vivir”.

            DdA, XX/5626           

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